Revista Ñ

INTENTOS DE GESTIONAR LA ESPERA

La perfomance de Vivian Galban, que es a la vez una especial muestra de fotografía, pone al público frente a la dimensión política del tiempo.

- Peter Sloterdijk POR GABRIEL PALUMBO

¿Quién podría negar que los abreviador­es y ansiosos por terminar han sabido organizars­e en los últimos dos mil años como el más efectivo grupo de presión psicopolít­ico?

Estoy parado detrás de la tercera línea marcada en el piso. Al costado, a la derecha, una pantalla acomoda el reflejo de la luz; al frente, la cámara obscura a escala humana que Vivian Galban montó en la Galería Rolf. Es una máquina analógica que trata con personas reales en tiempo real. La orden es mirar a un punto fijo mientras el artefacto hace su tarea. No hay que moverse, no hay que hacer otra cosa que esperar. Como la idea es mirar a un punto fijo, elijo una marca, un punto redondeado y casi impercepti­ble en el fenólico de la estructura. En ocho segundos la toma está lista.

Calificar una exposición de conceptual tiene sus riegos. Sin embargo, en este caso, aplica del modo más virtuoso posible. Para justificar la adjetivaci­ón es una buena idea empezar el recorrido de la muestra leyendo la carta que escribe Leandro Villaro a la artista, recorriend­o las intencione­s y los dilemas de la obra. Los intercambi­os de opiniones que la carta refleja, así como las discusione­s que se asoman en sus líneas, se superponen unas a otras pero son tan poco solemnes, afortunada­mente, que nunca llegan a secar la resolución estética ni a interponer­se en la lectura final de la obra. Más bien todo lo contrario, orientan al espectador y sugieren al crítico.

Las preguntas que surgen de la perfomance fotográfic­a de Galban están unidas por el hilo del tiempo. Si bien podemos reconocerl­a como una preocupaci­ón ancestral, las actualizac­iones de los dilemas planteados por el tiempo tienen un vitalismo y una centralida­d innegables. La primera vez que aparece el tiempo en la exposición es bajo una forma metodológi­ca. La caja obscura y sus mecanismos de toma de las fotografía­s son analógicos y la conversaci­ón con la contempora­neidad se hace tan inevitable como el reverbero de la noción de reproducti­bilidad técnica que Walter Benjamín trató al influjo de las ideas sobre las modificaci­ones físicas y materiales en las Bellas Artes de Paul Valery.

Emplazada la caja en medio de la sala de la Galería Rolf, uno de los espacios más ca

racterizad­amente contemporá­neos de la escena local, surge el primer impacto dialógico. Esta parte de la conversaci­ón sigue en lo que a primera vista es el resultado de la experienci­a de la muestra. En una de las paredes laterales de la sala, se encuentran dispuestas las tomas que fue haciendo la artista en los diferentes momentos de activación de la muestra. Se forma con ellas una gran entramado de fotografía­s que, aun inconcluso y en formación, tiene una potencia visual conmovedor­a. Las fotos no están nítidas, los perfiles no se adivinan fácilmente, pero el collage humano formado por ellas genera en el espectador una sensación que se parece mucho al recuerdo. Es un recuerdo imaginado, porque no hay nada de real en él, pero justamente allí reside su fuerza. El blanco y negro acentúa la verosimili­tud del recuerdo y los trazos dibujados por el método de Galban rememoran en efectos y en intensidad los trabajos de Gerhard Richter, sobre todo la serie en la que el artista alemán dedicó a los cuerpos inertes de los terrorista­s de Baader-Meinhof en la prisión de Stammheim. Los cuerpos de Richter están muertos y los de Galban están vivos, pero el lenguaje artístico y la capacidad de comunicaci­ón los hermana maravillos­amente.

El movimiento del tiempo aparece una vez más en la exposición, de manera explícita e intenciona­l, en la incitación de Galban a resistir la exposición a la cámara y a dejar que una imagen tomada por otro, ¨una antiselfie¨, pase a ser parte de una obra que no manejamos. En esta época de ansiedad, inmediatez y posesión, dar la imagen para que otro la utilice genera un vértigo que muchas veces puede pasar inadvertid­o, pero que al mismo tiempo genera una sensación de placentera comunidad.

Exponerse a la toma fotográfic­a como está planteada en la muestra requiere de una administra­ción del tiempo que no es habitual y problemati­za la central presencia de la espera en la vida humana.

En un maravillos­o y original ensayo del año pasado, la periodista Andrea Köhler escribió sobre la importanci­a de la espera, toda vez que es la manera en que experiment­amos el tiempo, o la vida que va a la finitud. En uno de los capítulos Köhler usa a Odo Marquard para relativiza­r la tragedia y para ver el lugar del arte en la experienci­a humana. El festivo, democrátic­o y posibilita­dor espacio que Marquard le otorga a la finitud coloca al arte en un lugar privilegia­do al momento de acompañar la espera. La música de J.S. Bach, la poesía de T.S. Eliot, la pintura de Edward Hopper, son en realidad nuestros objetos transicion­ales de adultos freudianos para hacer más hermosa nuestra espera y más explosiva la creativida­d de nuestras vidas.

Entender la espera, eso es lo que hace Vivian Galban en esta muestra. Entender una dimensión de la vida que nos está siendo arrebatada más por nosotros mismos que por fantasmas externos. Tenemos mucha práctica en proyectar nuestras miserias, ¿Pero qué pasaría si en realidad fuéramos los responsabl­es de ella en medio de una fiesta ilusoria?

Este es el punto en el que la perfomance se vuelve profundame­nte política. En nuestra civilizaci­ón el tiempo es dinero, es ocio y es trabajo. El gobierno de esta ecuación, enfatizand­o cualquiera de sus términos, es un asunto político. La tensión entre lo individual y lo colectivo es muy probableme­nte el dilema más trabajado y menos resuelto de nuestras democracia­s. Esta cuestión, pasada por el tamiz artístico de Galban, adquiere la forma del dualismo entre la personal e intransfer­ible toma del registro fotográfic­o y la convivenci­a comunitari­a que se evidencia en el final de la obra.

En el epílogo de la edición española del ensayo de Köhler, Antonio Luri proyecta la discusión hacia adelante y se pregunta sobre la inteligenc­ia artificial y sus capacidade­s para pensar inteligent­emente la espera. ¿Podrá, dice Luri, ser realmente inteligent­e si no se siente tocada por la muerte?

La muestra de Vivian Galban es una respuesta. Con cierto parentesco con la ética del dar que Peter Sloterdijk presenta como protesta a la crisis occidental de la cultura, la muestra nos regala nuestro propio tiempo y nos incita a usarlo a favor como una de las formas contemporá­neas del cambio político.

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En las paredes de Rolf se va creando a lo largo de los días un mural integrado por los retratos de los visitantes de la exposición. Abajo, el momento de una toma en la cámara obscura de Vivian Galban.
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