INTENTOS DE GESTIONAR LA ESPERA
La perfomance de Vivian Galban, que es a la vez una especial muestra de fotografía, pone al público frente a la dimensión política del tiempo.
¿Quién podría negar que los abreviadores y ansiosos por terminar han sabido organizarse en los últimos dos mil años como el más efectivo grupo de presión psicopolítico?
Estoy parado detrás de la tercera línea marcada en el piso. Al costado, a la derecha, una pantalla acomoda el reflejo de la luz; al frente, la cámara obscura a escala humana que Vivian Galban montó en la Galería Rolf. Es una máquina analógica que trata con personas reales en tiempo real. La orden es mirar a un punto fijo mientras el artefacto hace su tarea. No hay que moverse, no hay que hacer otra cosa que esperar. Como la idea es mirar a un punto fijo, elijo una marca, un punto redondeado y casi imperceptible en el fenólico de la estructura. En ocho segundos la toma está lista.
Calificar una exposición de conceptual tiene sus riegos. Sin embargo, en este caso, aplica del modo más virtuoso posible. Para justificar la adjetivación es una buena idea empezar el recorrido de la muestra leyendo la carta que escribe Leandro Villaro a la artista, recorriendo las intenciones y los dilemas de la obra. Los intercambios de opiniones que la carta refleja, así como las discusiones que se asoman en sus líneas, se superponen unas a otras pero son tan poco solemnes, afortunadamente, que nunca llegan a secar la resolución estética ni a interponerse en la lectura final de la obra. Más bien todo lo contrario, orientan al espectador y sugieren al crítico.
Las preguntas que surgen de la perfomance fotográfica de Galban están unidas por el hilo del tiempo. Si bien podemos reconocerla como una preocupación ancestral, las actualizaciones de los dilemas planteados por el tiempo tienen un vitalismo y una centralidad innegables. La primera vez que aparece el tiempo en la exposición es bajo una forma metodológica. La caja obscura y sus mecanismos de toma de las fotografías son analógicos y la conversación con la contemporaneidad se hace tan inevitable como el reverbero de la noción de reproductibilidad técnica que Walter Benjamín trató al influjo de las ideas sobre las modificaciones físicas y materiales en las Bellas Artes de Paul Valery.
Emplazada la caja en medio de la sala de la Galería Rolf, uno de los espacios más ca
racterizadamente contemporáneos de la escena local, surge el primer impacto dialógico. Esta parte de la conversación sigue en lo que a primera vista es el resultado de la experiencia de la muestra. En una de las paredes laterales de la sala, se encuentran dispuestas las tomas que fue haciendo la artista en los diferentes momentos de activación de la muestra. Se forma con ellas una gran entramado de fotografías que, aun inconcluso y en formación, tiene una potencia visual conmovedora. Las fotos no están nítidas, los perfiles no se adivinan fácilmente, pero el collage humano formado por ellas genera en el espectador una sensación que se parece mucho al recuerdo. Es un recuerdo imaginado, porque no hay nada de real en él, pero justamente allí reside su fuerza. El blanco y negro acentúa la verosimilitud del recuerdo y los trazos dibujados por el método de Galban rememoran en efectos y en intensidad los trabajos de Gerhard Richter, sobre todo la serie en la que el artista alemán dedicó a los cuerpos inertes de los terroristas de Baader-Meinhof en la prisión de Stammheim. Los cuerpos de Richter están muertos y los de Galban están vivos, pero el lenguaje artístico y la capacidad de comunicación los hermana maravillosamente.
El movimiento del tiempo aparece una vez más en la exposición, de manera explícita e intencional, en la incitación de Galban a resistir la exposición a la cámara y a dejar que una imagen tomada por otro, ¨una antiselfie¨, pase a ser parte de una obra que no manejamos. En esta época de ansiedad, inmediatez y posesión, dar la imagen para que otro la utilice genera un vértigo que muchas veces puede pasar inadvertido, pero que al mismo tiempo genera una sensación de placentera comunidad.
Exponerse a la toma fotográfica como está planteada en la muestra requiere de una administración del tiempo que no es habitual y problematiza la central presencia de la espera en la vida humana.
En un maravilloso y original ensayo del año pasado, la periodista Andrea Köhler escribió sobre la importancia de la espera, toda vez que es la manera en que experimentamos el tiempo, o la vida que va a la finitud. En uno de los capítulos Köhler usa a Odo Marquard para relativizar la tragedia y para ver el lugar del arte en la experiencia humana. El festivo, democrático y posibilitador espacio que Marquard le otorga a la finitud coloca al arte en un lugar privilegiado al momento de acompañar la espera. La música de J.S. Bach, la poesía de T.S. Eliot, la pintura de Edward Hopper, son en realidad nuestros objetos transicionales de adultos freudianos para hacer más hermosa nuestra espera y más explosiva la creatividad de nuestras vidas.
Entender la espera, eso es lo que hace Vivian Galban en esta muestra. Entender una dimensión de la vida que nos está siendo arrebatada más por nosotros mismos que por fantasmas externos. Tenemos mucha práctica en proyectar nuestras miserias, ¿Pero qué pasaría si en realidad fuéramos los responsables de ella en medio de una fiesta ilusoria?
Este es el punto en el que la perfomance se vuelve profundamente política. En nuestra civilización el tiempo es dinero, es ocio y es trabajo. El gobierno de esta ecuación, enfatizando cualquiera de sus términos, es un asunto político. La tensión entre lo individual y lo colectivo es muy probablemente el dilema más trabajado y menos resuelto de nuestras democracias. Esta cuestión, pasada por el tamiz artístico de Galban, adquiere la forma del dualismo entre la personal e intransferible toma del registro fotográfico y la convivencia comunitaria que se evidencia en el final de la obra.
En el epílogo de la edición española del ensayo de Köhler, Antonio Luri proyecta la discusión hacia adelante y se pregunta sobre la inteligencia artificial y sus capacidades para pensar inteligentemente la espera. ¿Podrá, dice Luri, ser realmente inteligente si no se siente tocada por la muerte?
La muestra de Vivian Galban es una respuesta. Con cierto parentesco con la ética del dar que Peter Sloterdijk presenta como protesta a la crisis occidental de la cultura, la muestra nos regala nuestro propio tiempo y nos incita a usarlo a favor como una de las formas contemporáneas del cambio político.