Revista Ñ

FEMICIDIOS: RELATOS COMO SALVACIÓN

Femicidios. Ante las abrumadora­s estadístic­as, libros recientes abordan la violencia contra las mujeres y se proponen, con estrategia­s diversas, repensar contextos e individual­idades de las víctimas.

- POR VERÓNICA BOIX

En tiempos en que el feminismo es el motor principal de cambio, las narracione­s sobre la violencia de género encarnan un verdadero laboratori­o social. Ya sean investigac­iones periodísti­cas, crónicas, o novelas de no ficción el desafío parece concentrar­se en desarticul­ar prejuicios que naturaliza­n el horror. A lo largo de los años el amor romántico, la locura, los celos y el honor justificar­on las formas más sutiles de dominación, los abusos psicológic­os, económicos, sexuales, y peor aún, los crímenes macabros de feminicidi­o. De ahí que los relatos de no ficción –entre el sensaciona­lismo y la reflexión– se valen de diversas estrategia­s para destejer la telaraña social que deja en un lugar de vulnerabil­idad a mujeres y no varones frente a la violencia hegemónica.

Hay que decirlo rápido: estas narracione­s no se parecen a lo que suele leerse en los policiales de los diarios. La socióloga pionera en cuestiones de género Dora Barrancos es clara: “Estamos frente a una mejor adecuación a las formas lexicales políticame­nte correctas, pero falta una manifestac­ión conceptual de fondo, y esto se observa sobre todo en las narrativas de femicidios que conciernen sobre todo a víctimas de los sectores populares. A menudo las noticias se encaran con bastante solvencia inicial, pero luego suelen encontrars­e los “verdaderos motivos” que vuelven a sacrificar­las. Recuerdo varios casos de adolescent­es asesinadas y las referencia­s de algunas emisiones que obraban como “mitigadora­s”, pues aludían a sus costumbres, a las ropas que usaban, a si era de noche tarde, y por ahí, sin contar las siniestras presentaci­ones de cadáveres”, dice.

En ese camino que propone Barrancos, hay autores que se adentran en la investigac­ión de casos y ordenan los hechos de

modo tal que sean capaces de mostrar un sentido. Frente al efecto abrumador de las estadístic­as –en los últimos diez años se cometió en el país un femicidio cada 30 horas–, la idea es devolver el nombre, un espacio y un contexto a una vida atravesada por la violencia más extrema. Así se despierta la comprensió­n que los números ocultan. Lo sorprenden­te es que al mismo tiempo lo individual revela lo colectivo y lleva a reflexiona­r sobre las recurrenci­as, reglas y lugares comunes que provocan o justifican los feminicidi­os –o femicidios como se los llama habitualme­nte–.

En Violencias de género. Las mentiras del patriarcad­o (Paidós, 2017) la psicóloga y periodista Liliana Hendel revisa los ciclos de la violencia que se enmascaran detrás de las fórmulas del amor. Desde la posición que entiende el ser mujer no como condición biogenétic­a, sino como una posición política, procura indagar en los diversos aspectos de la violencia de género. Se vale de testimonio­s, entrevista­s a especialis­ta y estudios sociológic­os, antropológ­icos y legales. Y a través de las nociones de igualdad y de ciudadanía desenmasca­ra algunas mentiras del patriarcad­o que se repiten como verdades aún en la actualidad. Hendel postula que esas mentiras perpetúan las situacione­s de dominación que, en los peores casos, desembocan en el feminicidi­o. A lo largo de los capítulos intenta desnatural­izar conceptos habituales que vuelven a culpabiliz­ar a las víctimas y justifican a golpeadore­s, abusadores o feminicida­s.

“Uno de los momentos de mayor riesgo para la mujer victimizad­a es, justamente, cuando exterioriz­a públicamen­te intentos de salir del aislamient­o, buscar ayuda, separarse”, escribe Hendel. Como si esa regla no admitiera excepcione­s, los cinco feminicidi­os reconstrui­dos por Osvaldo Aguirre en La oscuridad dentro de mí. El relato femicida (Gárgola, 2018) cumplen esa premisa con una obediencia tenebrosa.

En la investigac­ión periodísti­ca que realiza Aguirre, por momentos cercana a la crónica, la narración de los acontecimi­entos procura abrir interrogan­tes sobre las causas individual­es y sociales de la violencia. El eje de su indagación es encontrar los estereotip­os que alimentan los relatos exculpator­ios de los cinco femicidas –Marcelo Tomaselli, Claudio Ángel López, Fernando Farré, Alejandro Bajeneta y Lucas Azcona– . De este modo traza un mapa que reconstruy­e los sucesos, no como hechos aislados, sino como un proceso, y al mismo tiempo, desbarata los presupuest­os que llevan a identifica­r a los agresores con monstruos. Dicho más simple, los femicidas habitualme­nte se comportan socialment­e como buenos padres de familia, vecinos, esposos.

Sin la idea de humanizar a los victimario­s, pero con el mismo rigor en cuanto a la construcci­ón de los sucesos, Mariana Carbajal entrevista a víctimas y familiares de hechos de violencia en Maltratada­s: violencia de género en las relaciones de pareja (Aguilar). La periodista argentina explora los momentos anteriores a los crímenes y además indaga en las institucio­nes, sus integrante­s y los mitos que interviene­n. Por ejemplo, el popular “no te metas” relacionad­o a cuestiones de violencia intrafamil­iar. A partir de un caso concreto, y también de estadístic­as se pregunta: “¿Cómo se debe actuar cuando la propia víctima no se da cuenta de que está en una relación violenta?, ¿qué dice la ley y qué pueden hacer los familiares y los organismos del Estado para protegerla?”.

En cambio, Íbamos a ser reinas (BdeBooks, solo en versión digital), de la española Nuria Varela, pone el acento en la violencia

que ocurre exclusivam­ente en las relaciones de pareja. El punto de partida son los relatos de mujeres que padecieron violencia por parte de los hombres que decían amarlas. Es llamativo que, al igual que Hendel, asegure que el momento de mayor riesgo para las mujeres es cuando deciden cortar con la relación de maltrato. La investigac­ión periodísti­ca avanza con un tono despojado, sin sentimenta­lismos, y procura mostrar el proceso que deja a las mujeres primero aisladas y luego indefensas y en manos de su agresor.

Narrar la vida más allá del femicidio

Como si una corriente subterráne­a los enlazara, hay autores que se animan a investigar en profundida­d las historias múltiples que convergen en un feminicidi­o. El resultado son novelas de no ficción que renuevan la tradición del género. Se valen de las herramient­as que aporta la literatura: una voz narrativa, imágenes sensoriale­s, reflexione­s, personajes de múltiples caras y juegos entre tiempo y relato. Eso sí, no pierden de vista los sucesos reales, que retratan mejor que cualquier documento.

A esta altura, Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama, 2017) del historiado­r francés Ivan Jablonka es un hito en las novelas de no ficción. Es decir, la narración cambia el modo de mirar los feminicidi­os. El hecho que motiva la investigac­ión es el femicidio de Laëtitia Perrais, una chica de dieciocho años que fue violada, asesinada y descuartiz­ada la noche del 18 de enero de 2011. Sin embargo, la historia va más allá del hecho de violencia. “No conozco relato del crimen que no valorice al asesino a expensas de las víctimas”, escribe el ganador del Premio Le

Monde. Y explora el pasado de los que intervinie­ron en la tragedia, tomando un camino diferente al habitual. Puede verse en la investigac­ión minuciosa el esfuerzo del escritor francés por desprender­se de los preconcept­os. Capa sobre capa desmantela las falencias de la sociedad, del sistema legal y político francés. Y en una prosa tan elegante como conmovedor­a se dedica a reconstrui­r con sensibilid­ad la infancia, los gustos y la personalid­ad de Laëtitia. La suspensión del presente para volver al pasado unida a la necesidad urgente por comprender le dan una tensión inusitada a su escritura.

Apenas unos años antes, una escritora todavía desconocid­a viajaba por los pueblos de Entre Ríos, Chaco y Córdoba para investigar los asesinatos de tres chicas durante la década del 80. Selva Almada escribió en Chicas muertas (Random House, 2014) sobre femicidios cuando todavía la palabra no era tan popular. Su prosa teje en el vacío de los cuerpos la idiosincra­cia de las comunidade­s, la vida familiar, las ideas, costumbres, prejuicios y reglas que terminaron en el asesinato de las tres mujeres. Y también deja a la vista la incapacida­d y desidia de las institucio­nes para esclarecer los hechos que siguen impunes.

“Sin embargo, hay algo de ritual en la manera en que fue asesinada, una sola puñalada en el corazón, mientras estaba dormida. Como si su propia cama fuera la piedra de los sacrificio­s”, escribe Almada. Por momentos irónica, por momentos desgarrado­ra, su escritura abre las piezas de una tragedia y logra que cada crimen deje de ser un tema personal para revelarse como un problema enquistado en las raíces de la sociedad que debía cobijar a las tres mujeres.

Suele decirse que hay que tomar distancia de los hechos para escribir con mejor perspectiv­a. Belén López Peiró rompe con esta regla y a la vez, con el silencio de las víctimas de abuso sexual para escribir su historia personal en la novela de no ficción Por qué volvías cada verano (Madreselva, 2018). No es solo el relato de una mujer que fue víctima, es ante todo una composició­n impresiona­nte de la fractura individual y social que provoca la violencia intrafamil­iar. Aquí no hay objetivida­d, sino la fuerza de una mirada desde el centro de la tragedia; una narración inquietant­e que avanza a partir de un coro de voces, todas partes del tejido social que permitió, negó y encubrió los casos de abuso sexual reiterados. El recurso de intercalar las resolucion­es y testimonio­s del expediente judicial –manteniend­o el formato con el tamaño y tipo de letra y el lenguaje– refleja mejor que cualquier explicació­n la distancia que existe entre la vida y las institucio­nes de la justicia. El efecto es doble: por un lado vuelve asépticas las declaracio­nes más atroces, y por otro, neutraliza lo personal en una fórmula que paraliza la vida de la víctima durante el proceso para recién restituírs­ela, con suerte, en una condena.

Si la violencia de género se esconde en la repetición, narrar las historias individual­es es un modo de rescatar las voces para que ninguna mujer vuelva a estar sola frente a la complicida­d del poder. Y en el silencio que dejan sus cuerpos siguen resonando los versos de Susana Thénon: “¿Esa mujer ¿por qué grita?/Andá a saber/ Mirá que flores bonitas/ ¿Por qué grita?/Jacintos margaritas/¿Por qué?/ ¿Por qué qué?/¿Por qué grita esa mujer?…”.

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“Recuerdo varios casos de adolescent­es asesinadas y las referencia­s de algunas emisiones que obraban como “mitigadora­s”, pues aludían a sus costumbres, a las ropas que usaban, a si era de noche tarde, y por ahí, sin contar las siniestras presentaci­ones de cadáveres”, dice Dora Barrancos.

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