Revista Ñ

OTRA VERSIÓN DEL MÍTICO ROJAS

Colectiva. Una muestra en el Fortabat reúne obras de ocho artistas mujeres que en los noventa fueron protagónic­as en el Centro Cultural y que, sin embargo, suelen quedar al margen cuando se evoca aquel espacio.

- POR JULIA VILLARO

Si cerramos los ojos y jugamos a nombrar artistas pertenecie­ntes a la llamada “generación del Rojas” (aquella que, desde la galería de ese centro cultural, durante los años 90 socavó, con su estética desenfadad­a y acusada de light, cierta idea de la cultura –y también de la contracult­ura– hasta convertirs­e en el puntapié inicial del arte contemporá­neo) lo más probable es que nombres como Jorge Gumier Maier, Marcelo Pombo o Alfredo Londaibere vengan a nuestra cabeza con facilidad y con total justicia. No menos justo sería, sin embargo, nombrar a Magdalena Jitrik, Cristina Schiavi o Fernanda Laguna, artistas con una presencia constante y activa dentro y fuera de la galería, y ampliament­e relevadas por la crítica de la época, que han quedado, sin embargo, al margen de muchas evocacione­s y coleccione­s. Con la historia de los 90 aún fresquita y todavía por escribirse, Tácticas luminosas, artistas mujeres en torno a la galería del Rojas revela algunas omisiones y rescata nombres, hasta convertirs­e en un capítulo fundamenta­l dentro de la historia del arte argentino contemporá­neo.

Curada por Francisco Lemus, la muestra tiene la claridad de un mapa, y una visualidad que quiere evocar la estética de aquella mítica galería, derribando también algunos mitos. “Circula cierta idea de que como era el pasillo de un centro cultural, el Rojas era un lugar muy amateur, pero si ves las fotos te das cuenta de que no es así, todo era hecho, en la medida de sus posibilida­des, con mucha prolijidad y profesiona­lismo”, señala el curador.

Con esa misma limpidez hoy se despliegan, en el primer piso del edificio Fortabat, las obras de las mencionada­s Laguna, Schiavi, y Jitrik, a las que también se suman Gachi Hasper, Alicia Herrero, Elba Bairon, Ariadna Pastorini y Ana López, y un video (casi a modo de un altarcito pagano) de la inauguraci­ón de La cochambre, la muestra que en 1989 realizó en la galería Liliana Maresca, amiga y artista que ejerció, directa o indirectam­ente, una influencia fundamen

tal en todas las demás.

A la izquierda de la entrada se despliegan dos vitrinas donde pueden verse documentos, críticas en los diarios, libros con ilustracio­nes, afiches y textos, los documentos que permitiero­n al curador trazar el itinerario y remitirse a pruebas concretas, para llenar vacíos tendencios­os. En muchos de ellos se evidencia, por ejemplo, el significat­ivo papel que desempeñó Jitrik, artista pero también curadora de algunas muestras dentro de la galería, y responsabl­e en gran medida de la estética experiment­al que también supo tener en ocasiones ese espacio.

Actualment­e más asociada a la escultura, durante esos años Elba Bairon trabajó con el escritor Emeterio Cerro realizando escenograf­ía y vestuario de sus obras de teatro e ilustracio­nes de sus libros. De un erotismo alucinado, en la muestra pueden verse algunas de esas pequeñas tintas, en las que lo sensual y lo monstruoso conviven, y se compensan: las piernas se abren en bocas y las bocas en ojos, con gesto amenazante. La sexualidad sórdida y el ácido sinsentido, caracterís­tico de vanguardia­s como Dadá y el surrealism­o, están presentes en muchas de estas obras. Y se advierten, particular­mente, en estos dibujos.

Algo de esa impronta también guardan las cabezas de epoxi que Ana López –artista a la que la muestra ofrece una suerte de rescate– realizó en 1994. Mujeres sin cuerpo, calvas como maniquíes, con la expresión anestesiad­a por el deber ser, soportan los platos, sartenes y mapamundis que se incrustan con violencia en sus cabezas, como si fueran elegantes tocados. “Son obras que tienen un horizonte de politizaci­ón vinculado al feminismo, pero a uno fuera de programa, en el que pueden convivir diferentes ideas, tal vez irreconcil­iables en otros espacios”, explica el curador. Menos ligadas a genealogía­s doctrinari­as que a la apropiació­n intuitiva de ciertos materiales y símbolos, de lo que tratan estas artistas es de cuestionar todo aquello que quede es

tablecido social y culturalme­nte: lo “alto” y lo “bajo”, lo femenino y lo masculino, la industria y la contracult­ura.

Fría como los azulejos que revisten sus piezas es la ironía que Schiavi despliega en “Grupo de familia”, la obra en que las formas humanas de una familia tipo (establecid­a por tamaños) se fusiona con la ingenua monstruosi­dad de unos extraños muñecos: cabezas que en lugar de rostros guardan la inexpresiv­a tersura del plástico o la fórmica, cuerpos cuadrados y con rueditas, gélidos azulejos de un celeste hospitalar­io en lugar de cualquier piel, cualquier ropa, cualquier rasgo que redima con algo de identidad a las anónimas criaturas. A pocos metros se tiende sobre una mesa de cocina (que podría, también, ser una camilla) la silueta femenina que Alicia Herrero ha recortado de un mantel de hule. Un cadáver, una ausencia, una muerte inminente. Algo se recorta, se separa (ergo se diferencia). Algo saca (a pesar de los tonos brillantes de la tela plástica) a relucir su sombra.

Tanto en las obras de Jitrik como en las de Pastorini, la blandura se vuelve una idea penetrante. Mientras las pinturas de la primera cuestionan, a través de sus formas, la obsecuenci­a heroica que asocia los planos rectilíneo­s de las vanguardia­s geométrica­s a las ideas doctrinari­as de la izquierda, las esculturas blandas de la segunda desdicen la rigidez del objeto, apelando a la suavidad de las telas, para generar una experienci­a afectiva, visual y táctil. Por último “Soy roja” el mural de Gachi Hasper, proyecta la intimidad de la sangre (estigma femenino al que trágicamen­te se agrega, por esos años, un nuevo motivo que la asocia al pudor y la condena, la epidemia del VIH sida que arrasa a una generación entera) en un enorme primer plano.

Como buen itinerario de época, la muestra cierra con una serie de documentos asociados a dos exposicion­es emblemátic­as, Violacione­s domésticas y Juego de damas, que dan cuenta de las dificultad­es que sortearon estas artistas a la hora de dar el salto desde los lugares experiment­ales, a los espacios consagrato­rios (que las rechazaron de modo insistente), pero también de la forma en que ellas se organizaro­n para hacerle frente a ese rechazo. A fin de cuentas, todos los feminismos posibles fueron eso, antes que cualquier otra cosa: “Un modo de generar mutualidad, de decir acá estamos”, define Lemus. Una serie de tácticas para arrojar luz y sortear las desigualda­des, arbitrarie­dades y exclusione­s que aún se encuentran a la orden del día, dentro y fuera del arte. Tácticas luminosas. Artistas mujeres en torno a la Galería del Rojas. Lugar: Colección Fortabat, Olga

Cossettini 141. Fecha: hasta el 23 de junio. Horario: martes a domingos, 12 a 20.

Entrada: $140; menores de 12, jub, est, y doc., $80; miérc., gral., $80; menores de 12, jub., est. y doc., gratis.

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 ??  ?? Cristina Schiavi. Grupo de familia, 2000, objetos instalados: madera, azulejos, resina, altura: 195 cm.
Cristina Schiavi. Grupo de familia, 2000, objetos instalados: madera, azulejos, resina, altura: 195 cm.
 ??  ?? Ana López. Tres esculturas de epoxi de la serie de mujeres calvas que la artista realizó en 1994.
Ana López. Tres esculturas de epoxi de la serie de mujeres calvas que la artista realizó en 1994.
 ??  ?? Elba Bairon. Sin título, 1990. Tinta, plumín, acuarela y relieve de papel sobre papel, 21 x 15 cm.
Alicia Herrero. Sin título, 1994. Mesa de madera aglomerada y figura de hule cosida a mano, 77 x 120 x 70 cm.
Fernanda Laguna. Vivir en la luz, 1994. Madera pintada, collage y luz, 23 x 27 x 35 cm.
Elba Bairon. Sin título, 1990. Tinta, plumín, acuarela y relieve de papel sobre papel, 21 x 15 cm. Alicia Herrero. Sin título, 1994. Mesa de madera aglomerada y figura de hule cosida a mano, 77 x 120 x 70 cm. Fernanda Laguna. Vivir en la luz, 1994. Madera pintada, collage y luz, 23 x 27 x 35 cm.
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