Memoria plural contra la locura
La huella inextinguible de belleza, memoria y símbolo en Warburg halla en El ritual de la serpiente –relato de viaje de 1923, Shlangenritual; Ein Reisebericht, en alemán– la expresión más perturbadora y deslumbrante de una experiencia artística y vital, a su vez proyectiva, introspectiva y retrospectiva. Es un viaje también corporal y mental, como queda registrado en La curación infinita, la historia clínica de Warburg, escrita por el psiquiatra Ludwig Binswanger, quien lo trató en su internación, entre 1921 y 1924.
En esos años, Warburg, poseído por los propios símbolos de su enfermedad espiritual, debe construir una catarsis que de el salto de la imagen a la palabra. Si el viaje al Oeste norteamericano lo había dejado en el umbral de un ritual guardado como un precioso tesoro, otra travesía, la de la sinrazón, lo arroja de uno a otro sistema de símbolos para despertarlo. La experiencia metamórfica concreta que llevaban a cabo los indios Moki en Oraibi y Walpi, en su viaje por Nuevo México y Arizona, viene a poblar el imaginario de una ruta que ha de conducirlo a la salvación, es decir, a la purificación y sanación, como un modo de metamorfosis artística que es a su vez un derrotero psicológico de liberación pulsional en torno a una vivencia derivada (él no había asistido personalmente a la ceremonia aborigen pero sí la conocía a través de fotografías y relatos).
Concentrado en su campo, este hamburgués judío de la diáspora, que 27 años antes había peregrinado a tierras americanas en busca de algo en parte insospechado, ahora desde la clínica para enfermos mentales de Kreuzlingen, donde se halla internado desde 1921, va sangre adentro hasta el encuentro de sí mismo, sorteando mitos, emblemas e indicios (cito el título de Carlo Ginzburg), para retomar la palabra y su vida profesional.
Así como la del jurista alemán D. Paul Shreber es una autobiografía de la locura, la de Warburg es una grafía de la autoexpulsión, de la extracción de la piedra de la locura (que no llega a ser tal) son sus cirujanos de El Bosco y el flamenco Sanders van Hemessen arrojando sus sombras detrás.
En semejante constelación, dos metáforas atraviesan el texto. En la cosmología que trazan las tribus de la región de los indios Pueblo, la serpiente aparece como numen numerológico, con la lengua flechada. En las prácticas mágicas con serpientes vivas, para invocar la lluvia, que lo deslumbran existe una conexión mágica causal entre la serpiente y el relámpago, siguiendo el hilo de lo que Warburg llama el “lenguaje simbólico y figurado de los indios” y el “símbolo de mediación para recitar la oración” es la pluma. Los indios toman las plumas en sus manos para orar.
Atravesar el símbolo -pluma en mano, como un rayo o una lengua flechada-, constituye un desafío vital para Warburg. Muy significativamente, el autor se pone del lado de los sanos (europeos) y advierte la paradoja, incluso habla de “escisión” y hasta se permite utilizar la palabra “esquizofrénico”, para refutarla.
Escribe en El ritual de la serpiente: “A nosotros, esta combinación de magia fantástica y sobria funcionalidad nos parece un síntoma de escisión; para el indio, sin embargo, esto no resulta para nada esquizofrénico, sino todo lo contrario: es la experiencia liberadora de poder establecer una relación encarnecida entre el ser humano y el mundo circundante”.
Es fundamental la construcción de ese nosotros pero mientras él se incluye, toma distancia del punto de vista que implica, a los efectos de complementar las razones con una comprensión más cabal de la perspectiva indígena.
Más adelante escribirá: “Esta forma social de proveerse de alimentos resulta esquizofrénica: la magia y la técnica se encuentran en el mismo punto”. Dos veces utiliza la palabra esquizofrenia (como adjetivo, para aludir a prácticas de los indios) una para decir que no es tal cosa, la otra para afirmarlo. De ambos usos se desprende lo que la esquizofrenia significa para él, un estado de tensión, un tránsito, con un pie en la lógica y otro en la magia.
Sin embargo, su propio trabajo (no solo en este ensayo) demuestra una solución de continuidad. Acaso la cura propia en la clínica de Kreuzlingen fue posible porque la palabra lo llevó hasta un lugar de síntesis personal. Pues así como el Atlas se propone el ambicioso proyecto de narrar la historia de la memoria (la memoria en imágenes) de la civilización europea, compensatoriamente el Ritual es el momento del espacio anti-europeo. Una contra-Conquista de los símbolos, donde el historiador puede pivotear sobre una cultura alternativa, periférica, que habilita el contraste. (El ensayo abunda en párrafos comparativos).
Resulta entonces muy significativa la elección del tema de la conferencia dentro de la clínica. No eligió disertar, por ejemplo, acerca de la obra de Botticelli, sobre quien había realizado su tesis, publicada pocos años antes del viaje a la región de los Pueblo, o acerca de otras obras del Renacimiento. Elige un arte outsider, una cultura alternativa y distante, mientras él mismo está al margen –marginado por la enfermedad-.
Además de remitirlo a la antigüedad del mundo griego y al Medioevo, las serpientes le permiten moverse entre los indios de Walpi y el Antiguo Testamento, para encontrarse con el Génesis y con Moisés. Un nudo se ata y se desata en este último punto: es el que le permite el salto de la invocación del Refuá Shlemá, del mundo judío (la plegaria por la curación pronta y completa de un enfermo) a la evocación de la ceremonia nativa aborigen. De uno a otro ritual, cruzando del hebreo a la cosmovisión de una cultura cuya lengua le es desconocida, como pasa en el episodio fundacional, infantil, de las plegarias judaicas junto a su madre enferma a la lectura de las novelas de indios.Construye un plan de evasión que es un plan de preservación y autosanación. En el tiempo de la niñez (o adolescencia) para alejar la enfermedad de la madre, en el presente perturbado para alejar la enfermedad propia.