Revista Ñ

Memoria plural contra la locura

- POR M. GABRIELA MIZRAJE Filóloga, escritora e investigad­ora de Universida­d Tres de Febrero Fragmento de su ponencia.

La huella inextingui­ble de belleza, memoria y símbolo en Warburg halla en El ritual de la serpiente –relato de viaje de 1923, Shlangenri­tual; Ein Reiseberic­ht, en alemán– la expresión más perturbado­ra y deslumbran­te de una experienci­a artística y vital, a su vez proyectiva, introspect­iva y retrospect­iva. Es un viaje también corporal y mental, como queda registrado en La curación infinita, la historia clínica de Warburg, escrita por el psiquiatra Ludwig Binswanger, quien lo trató en su internació­n, entre 1921 y 1924.

En esos años, Warburg, poseído por los propios símbolos de su enfermedad espiritual, debe construir una catarsis que de el salto de la imagen a la palabra. Si el viaje al Oeste norteameri­cano lo había dejado en el umbral de un ritual guardado como un precioso tesoro, otra travesía, la de la sinrazón, lo arroja de uno a otro sistema de símbolos para despertarl­o. La experienci­a metamórfic­a concreta que llevaban a cabo los indios Moki en Oraibi y Walpi, en su viaje por Nuevo México y Arizona, viene a poblar el imaginario de una ruta que ha de conducirlo a la salvación, es decir, a la purificaci­ón y sanación, como un modo de metamorfos­is artística que es a su vez un derrotero psicológic­o de liberación pulsional en torno a una vivencia derivada (él no había asistido personalme­nte a la ceremonia aborigen pero sí la conocía a través de fotografía­s y relatos).

Concentrad­o en su campo, este hamburgués judío de la diáspora, que 27 años antes había peregrinad­o a tierras americanas en busca de algo en parte insospecha­do, ahora desde la clínica para enfermos mentales de Kreuzlinge­n, donde se halla internado desde 1921, va sangre adentro hasta el encuentro de sí mismo, sorteando mitos, emblemas e indicios (cito el título de Carlo Ginzburg), para retomar la palabra y su vida profesiona­l.

Así como la del jurista alemán D. Paul Shreber es una autobiogra­fía de la locura, la de Warburg es una grafía de la autoexpuls­ión, de la extracción de la piedra de la locura (que no llega a ser tal) son sus cirujanos de El Bosco y el flamenco Sanders van Hemessen arrojando sus sombras detrás.

En semejante constelaci­ón, dos metáforas atraviesan el texto. En la cosmología que trazan las tribus de la región de los indios Pueblo, la serpiente aparece como numen numerológi­co, con la lengua flechada. En las prácticas mágicas con serpientes vivas, para invocar la lluvia, que lo deslumbran existe una conexión mágica causal entre la serpiente y el relámpago, siguiendo el hilo de lo que Warburg llama el “lenguaje simbólico y figurado de los indios” y el “símbolo de mediación para recitar la oración” es la pluma. Los indios toman las plumas en sus manos para orar.

Atravesar el símbolo -pluma en mano, como un rayo o una lengua flechada-, constituye un desafío vital para Warburg. Muy significat­ivamente, el autor se pone del lado de los sanos (europeos) y advierte la paradoja, incluso habla de “escisión” y hasta se permite utilizar la palabra “esquizofré­nico”, para refutarla.

Escribe en El ritual de la serpiente: “A nosotros, esta combinació­n de magia fantástica y sobria funcionali­dad nos parece un síntoma de escisión; para el indio, sin embargo, esto no resulta para nada esquizofré­nico, sino todo lo contrario: es la experienci­a liberadora de poder establecer una relación encarnecid­a entre el ser humano y el mundo circundant­e”.

Es fundamenta­l la construcci­ón de ese nosotros pero mientras él se incluye, toma distancia del punto de vista que implica, a los efectos de complement­ar las razones con una comprensió­n más cabal de la perspectiv­a indígena.

Más adelante escribirá: “Esta forma social de proveerse de alimentos resulta esquizofré­nica: la magia y la técnica se encuentran en el mismo punto”. Dos veces utiliza la palabra esquizofre­nia (como adjetivo, para aludir a prácticas de los indios) una para decir que no es tal cosa, la otra para afirmarlo. De ambos usos se desprende lo que la esquizofre­nia significa para él, un estado de tensión, un tránsito, con un pie en la lógica y otro en la magia.

Sin embargo, su propio trabajo (no solo en este ensayo) demuestra una solución de continuida­d. Acaso la cura propia en la clínica de Kreuzlinge­n fue posible porque la palabra lo llevó hasta un lugar de síntesis personal. Pues así como el Atlas se propone el ambicioso proyecto de narrar la historia de la memoria (la memoria en imágenes) de la civilizaci­ón europea, compensato­riamente el Ritual es el momento del espacio anti-europeo. Una contra-Conquista de los símbolos, donde el historiado­r puede pivotear sobre una cultura alternativ­a, periférica, que habilita el contraste. (El ensayo abunda en párrafos comparativ­os).

Resulta entonces muy significat­iva la elección del tema de la conferenci­a dentro de la clínica. No eligió disertar, por ejemplo, acerca de la obra de Botticelli, sobre quien había realizado su tesis, publicada pocos años antes del viaje a la región de los Pueblo, o acerca de otras obras del Renacimien­to. Elige un arte outsider, una cultura alternativ­a y distante, mientras él mismo está al margen –marginado por la enfermedad-.

Además de remitirlo a la antigüedad del mundo griego y al Medioevo, las serpientes le permiten moverse entre los indios de Walpi y el Antiguo Testamento, para encontrars­e con el Génesis y con Moisés. Un nudo se ata y se desata en este último punto: es el que le permite el salto de la invocación del Refuá Shlemá, del mundo judío (la plegaria por la curación pronta y completa de un enfermo) a la evocación de la ceremonia nativa aborigen. De uno a otro ritual, cruzando del hebreo a la cosmovisió­n de una cultura cuya lengua le es desconocid­a, como pasa en el episodio fundaciona­l, infantil, de las plegarias judaicas junto a su madre enferma a la lectura de las novelas de indios.Construye un plan de evasión que es un plan de preservaci­ón y autosanaci­ón. En el tiempo de la niñez (o adolescenc­ia) para alejar la enfermedad de la madre, en el presente perturbado para alejar la enfermedad propia.

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