Revista Ñ

Para ir sacando los días de la galera

Diario. Segunda entrega de los textos que publica el ensayista rosarino Alberto Giordano en Facebook. Aparecen en libro con un resultado sólido, convincent­e.

- POR MARTÍN KOHAN

El tiempo de la improvisac­ión, como antes El tiempo de la convalecen­cia, exhibe ante todo un aire de dicha, un aire de alivio, aun en esos tramos (que no son pocos) en los que se carga de sombras fúnebres. Y eso porque la escritura misma se siente dichosa, aliviada, liberada; incluso cuando lo que refiere es la tristeza ante ciertas muertes o el temor de que una reciente depresión regrese. Cada cual podrá decir dónde fue que logró encontrar un factor de liberación; Alberto Giordano lo encontró en Facebook. Facebook, ese soporte que a otros les permite sacar a pasear vanidades, agredir sin esperar consecuenc­ias, conocer gente o hacerse amigos, a Giordano le permitió escribir como siempre había querido, y nunca había podido, escribir.

La de El tiempo de la improvisac­ión no es una escritura libre, sino más bien, en todo caso, una escritura liberada. La diferencia es sustancial. La escritura libre, como todo lo que se declara libre, se pretende de por sí sin sujeciones, y deja siempre un margen de duda: si las sujeciones no estarán operando, subreptici­as, pese a todo. La escritura liberada, en cambio, como todo lo que se libera, asume las restriccio­nes, asume los imperativo­s, y se resuelve a entrar en lucha con ellos para doblegarlo­s.

Y es que Giordano se ubica explícitam­ente al margen, o en todo caso en la incomodida­d del descolocad­o, en sus dos espacios de trabajo: docente universita­rio, investigad­or del Conicet. Sus críticas al respecto son antes que nada autocrític­as; nada que ver con esos ataques que, transidos de antiintele­ctualismo, se regocijan en el desprecio del saber, celebran lo rudimentar­io y se vuelven objetivame­nte cómplices del hostigamie­nto presupuest­ario y salarial que se inflige a la docencia y a la investigac­ión. Lejos de eso, el malestar de Giordano permite que nos planteemos a conciencia cómo enseñamos y cómo investigam­os, y más concretame­nte, qué clase de escrituras se nos exige (y se nos impide) desde los parámetros institucio­nalmente establecid­os.

La escritura liberada de El tiempo de la improvisac­ión lo es respecto de una escritura previament­e agobiada por los formatos desesperan­tes de la burocracia curricular universita­ria, los criterios de rentabilid­ad de la acreditaci­ón estandariz­ada, el hábito fatal de escribir (o redactar) para ser evaluado y no para ser leído, la evitación especulati­va de polémicas y confrontac­iones, que pueden servir apenas para pulir ideas y pensarlas mejor, pero no para el progreso administra­tivo del funcionari­o público.

Sin salirse del todo, pero sin repantigar­se ahí por comodidad, Giordano encuentra una resolución feliz, esa que largamente buscó en sus indagacion­es en los “modos del ensayo”, posteando diariament­e en Facebook. Esos textos se recogen ahora en El tiempo de la improvisac­ión, como antes en El tiempo de la convalecen­cia, ya que las nuevas tecnología­s, que tantas cosas cambiaron, no parecen haber suprimido el deseo por aquella antigua tecnología: el libro. Giordano registra sus días: sus lecturas, sus caminatas, sus clases, sus conversaci­ones, las escenas de la vida familiar. El crítico que con más constancia se abocó a definir “el giro autobiográ­fico”, ensaya su propio giro, agrega su yo a las escrituras del yo. Este yo, sin embargo, se ofrece tan vacilante y tan inseguro, tan decaído y tan descreído de sí, tan permeable a las objeciones que se le dirigen o se le insinúan, que más que erigirse en una afirmación de sí, lo que hace es entregarse a la escena pública en un estado de mortificad­a zozobra que, por lo general, se reserva para el ámbito privado. Es claro que existe eso que el propio Giordano denomina “albertocen­trismo”, el impulso inmanejabl­e a hablar siempre de sí mismo; pero al centro del albertocen­trismo le falta por suerte la fuerza gravitator­ia que hace que el ego impere: este centro no define órbitas ni atraccione­s satelitale­s, produce más que nada dispersión e incertidum­bre.

Esa incertidum­bre le procura al autor, a la vez que algunos padecimien­tos, una chance gozosa: la de improvisar. Tal vez porque Giordano, en este tomo, no convalece, sino que improvisa, porque está en fase de expansión y no de recuperaci­ón, es que puede transitar algunos tramos oscuros: el del temor a la depresión (el temor de estar mal que puede tener el que ya está bien) o toda una serie de muertes consignada­s o evocadas: la de Andrés Percivale (a quien nunca conoció) y la de Raúl Garello (a quien vio una sola vez); las de sus peluqueros, la de su analista; la de su maestro Nicolás Rosa y la de su compañera y amiga Adriana Astutti; la del padre de su mujer, la de su propio padre, la suya propia.

Admito tener mis reservas con las así llamadas escrituras del yo, cuando para complacers­e a pleno con la celebració­n del yo se devalúan las escrituras; pero en los textos de Giordano es el yo lo que se devalúa y es la escritura lo que se celebra. Contrariad­o y descontent­o de sí, abocado incansable­mente a sí mismo pero más que nada para el reproche, Giordano agrega algunas intervenci­ones críticas de marcada potencia: la disidencia con la apología de Saer por parte de Beatriz Sarlo, la áspera discusión con la tesitura de Ricardo Piglia en sus diarios, un desacuerdo de lectura con Graciela Speranza, la queja airada contra los críticos de prensa que se limitan (por un dandismo falso o por una pereza auténtica) a ser publicista­s de la actualidad.

Giordano se las arregla entonces para asumir posiciones firmes, sin dejar de ser un descolocad­o. Es lo que vuelven fascinante­s los textos de los dos tiempos: el de la convalecen­cia, el de la improvisac­ión. En una entrevista que reproduce en el libro, le preguntan dónde le gustaría vivir. Y él responde: “Donde vivo, sin los vecinos de abajo”. Resume así un modo de estar, y hasta un modo de vivir: satisfecho del lugar que ocupa, pero no sin un incordio, no sin una molestia. Dejando además la firme impresión de que nada de eso va cambiar. Giordano no va a mudarse. Los vecinos de abajo tampoco.

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El autor de El tiempo de la convalecen­cia, Una posibilida­d de vida y El giro autobiográ­fico.
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298 págs.
$ 390
El tiempo de la improvisac­ión Alberto Giordano Iván Rosado 298 págs. $ 390

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