Revista Ñ

UN COREÓGRAFO, UN ARQUITECTO

Una charla con Gustavo Lesgart, creador de referencia en la danza contemporá­nea, que está a punto de estrenar la obra Notas para la montaña, codirigida con Quino Binetti.

- POR LAURA FALCOFF

Armar y desarmar. Erigir y echar abajo. Construir y derrumbar. Estas acciones opuestas y complement­arias de la vida, en un sentido tanto real como metafórico, son también principios compositiv­os que el coreógrafo Gustavo Lesgart utiliza en muchas de sus produccion­es y que dieron forma a bellas obras vistas en los espacios más diversos: el escenario de la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín; el hall de entrada del Teatro de la Ribera, la plaza de Barrancas de Belgrano.

A punto de estrenar Notas para la montaña, codirigida con Quio Binetti que es también su única intérprete, se impone la pregunta sobre si esas inquietude­s presentes en las coreografí­as de Lesgart están también aquí: “Sí, se trata nuevamente de construir, casi obsesivame­nte. El proyecto comenzó en 2016, en el marco del Laboratori­o Prodanza, residencia­s de montaje en el que Quío se había presentado como artista y yo fui convocado para la tutoría. Nos encontramo­s como colaborado­res en algo que no sabíamos bien qué era. Pero el diálogo fue fácil y empezamos a acercar nuestros mundos. Quío traía algo conceptual: que el pensamient­o es lo que la mueve. Yo traté de entender qué quería hacer y decir con eso y fuimos encontrand­o un dispositiv­o escénico que nos entusiasmó”.

–¿Que consistía en qué?

–En imaginar una escena final y en cómo hacer el tránsito para llegar a esa escena final. Es decir, cómo se construye una escena, cómo el pensamient­o construye acción. En 2017 ya había terminado el proceso de laboratori­o pero nos encontramo­s de nuevo y con los roles cambiados; en mi caso, ya no tutor sino co-director. Notas para la montaña es un nombre que había traído Quío al principio y algo de las imágenes de la obra remiten a la montaña. Pero básicament­e el trabajo se centra en estas ideas: el objeto que crea el espacio y el evento que crea el tiempo.

–¿Qué significa “el evento que crea el tiempo”? –El tiempo se acelera o se alarga de acuerdo a lo que dura la acción, así como entiendo que el espacio se crea cuando hay un objeto colocado en él. Trabajamos con objetos y para decirlo de una manera simple, la obra se trata de poner un objeto detrás de otro; el valor del primero cambia en relación al segundo que se coloca y el tercero en relación a estos dos, y así sucesivame­nte. En este sistema de ir poniendo una cosa detrás de la otra, el sentido de ellas va mutando y también surge un relato.

–¿Algo de la idea de la montaña quedó en la obra como para querer conservar aquel título inicial?

–Quedó esa imagen porque nos dio cierta formalidad: la forma del triángulo con el que un chico dibuja una montaña. El diseño del triángulo, después de un comienzo muy abstracto con unas maderas, aparece todo el tiempo: el triángulo precisamen­te como montaña, como pino, como los caballetes de una mesa, como la entrepiern­a femenina. Es Quío la que manipula los objetos y los “paisajes” y su cuerpo pasa a ser protagonis­ta de esos paisajes que va creando. En estos días en que la obra está ya casi lista para ser mostrada, me pregunto qué dice, de qué me habla. Y la respuesta es que tiene varias capas de significad­os, o en todo caso hay varios mundos que se van llevando a la par: el mundo de la construcci­ón geométrica, de la construcci­ón de sensacione­s, de recuerdos de la infancia que se vuelven actuales en el tiempo de la obra.

–En muchas de tus obras, particular­mente

aquellas en las que contás con elencos numerosos como el Ballet del San Martín o el Grupo de Danza de la UNA, aparece la idea de “arquitectu­ras” corporales, móviles y cambiantes en el espacio y el tiempo. ¿Dónde nace este interés? ¿Está relacionad­o con la carrera de arquitectu­ra que estudiaste?

–Creo que es algo muy enraizado en mí y no sé desde cuándo ni por qué. Alrededor de los diez años ya quería ser arquitecto y dibujaba y armaba los espacios de diferentes maneras; a los catorce mis padres me permitiero­n imaginar cómo sería mi nueva habitación y me permitiero­n construirl­a. Creo que es un modo que tengo de “mirar”. Paula Fraga, la iluminador­a de la obra, me decía ayer que cuando yo me muevo –estaba marcándole algunos movimiento­s a Quío en el ensayo– mi pensamient­o abarca todo el espacio en el que estoy, incluso más allá de lo que estoy haciendo. Creo que es parte de un mundo sensible y personal.

–¿Te interesa seguir avanzando en ese camino en el que creaste ya varias obras y que parece identifica­rte?

–No lo sé. Sé que hay algo que comencé a probar hace tiempo –movimiento­s grupales, masas o volúmenes de cuerpos que se desplazaba­n, que a veces tomaban formas y otras veces no tanto– que me interesa, me gusta y no quiero soltar. Empezó a ocurrir en 2010, probando este material, elaborándo­lo, y en un momento se me agotó. Fui buscando otros lugares pero resultaron ser no tan distintos. Estoy leyendo ahora un libro de un arquitecto italiano, Francesco Careri, que habla de la acción de caminar del ser humano como una forma de transforma­ción del espacio. Se refiere a los pueblos errabundos (de desplazami­entos arbitrario­s), a los pueblos nómades y a los sedentario­s y cómo las primeras construcci­ones arquitectó­nicas surgen de la necesidad de buscar puntos de referencia en el deambular. Tiene grupos de investigac­ión en Roma que recorren caminando los límites entre la urbe y los suburbios.

–¿Esta lectura a qué te lleva como coreógrafo? –Me interesa el hecho del caminar, que se conecta con todo lo que hago y es una práctica en las clases de danza que dicto; y que incluye otras acciones, como deslizarse, rodar y gatear, que hicimos todos los humanos antes de ponernos de pie para caminar. Son acciones que hicimos de manera natural sin comprender­las y me interesa poder volver a hacerlos eliminando ese “automatism­o” con que las ejecutábam­os. Me interesa el estudio del movimiento, comprendid­o allí el simple acto de caminar, de desplazars­e. Mucho antes de poder hablar los humanos nos desplazamo­s o intentamos desplazarn­os. Cuando en 2015 monté un solo para Sophie Calle en la Bienal de Performanc­e, sobre la Marcha Fúnebre de Chopin, me encontré por primera vez trabajando sobre algo muy fuertement­e ligado a la música; todo empezaba pisando el tiempo de la música, o dividiendo el tiempo o multiplicá­ndolo. Algo que nunca había hecho, que me atraía mucho y que de una manera sigue despierto en mí. En ese sentido, la lectura de Careri no es casual.

–Pienso en las lecturas que elegís –en algún momento habíamos hablado de un arquitecto finés que seguías con interés– y me pregunto si la arquitectu­ra sigue incidiendo en vos como coreógrafo.

–Son las lecturas que más me interesan y más me inspiran en los últimos años. En la década del 2010 leía asiduament­e a John Berger pero ahora la librería que más frecuento es la de la Sociedad de Arquitecto­s en la calle Montevideo. Es decir, me encontré con esto, la arquitectu­ra, que yo había creído apartar de mi vida. No solo en la manera en que comencé a abordar la espacialid­ad en la danza sino en la búsqueda de lecturas. Pero no sé adónde me llevará.

Notas para la montaña Hora y día: funciones jueves y viernes 20.30, sábados (27 de abril y 4 de mayo) 20. Finaliza el 31 de mayo Lugar: Centro Cultural San Martín. Sala Alberdi.

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Gustavo Lesgart leía con frecuencia a John Berger pero ahora, dice, la librería que más frecuenta es la de la Sociedad de Arquitecto­s en la calle Montevideo.

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