Revista Ñ

EL ESLABÓN PRENDIDO

Un documental de Mariano del Mazo y Marcelo Schapces aborda la figura de Alejandro del Prado, ícono maldito de la canción urbana, de los 80 hasta hoy.

- POR IRENE AMUCHÁSTEG­UI

Las chicas en bikini de la revista Rico Tipo, el proto-reality Guitarread­a Crush, Almendra, Zitarrosa, el corso del barrio y Bach, la gimnasia deportiva… y un puñado de canciones suspendida­s en un tiempo que ya pasó o que no llegó todavía. El documental El eslabón perdido hurga en la historia de Alejandro del Prado, saca a relucir la belleza de su obra inclasific­able y teoriza sobre las razones por las que el rastro de uno de los grandes talentos de la canción urbana de su generación se pierde en las sombras del recuerdo de un hit de los 80 (“Los locos de Buenos Aires”).

El que trazan Mariano del Mazo y Marcelo Schapces es un retrato familiar, con el genial Calé (el creador de las viñetas de Buenos Aires en camiseta) como figura patriarcal y los vívidos recuerdos de infancia de Alejandro y su hermano –el periodista Horacio del Prado, que desempolva dibujos enmarcados, plumero en mano–, rondando los corsos de Villa Real, el club Vélez y los concursos de cantores. Calé increpando al jurado por no darle el premio a su hijo Alejandro, que interpretó el tango “Después del carnaval” vestido de indio. Calé inclinado sobre su mesa de dibujo, en la madrugada, envuelto en una nube de humo del cigarrillo. Calé disfrazado de Groucho Marx simulando que es “atropellad­o” por su hermano en una estanciera para chacota del barrio… Calé atraviesa el relato y llega hasta Malena, la hija de Alejandro y Susana, la nieta que no lo conoció y que habla del clan entrevista­da para el documental en una atmósfera de entrecasa, con su bebé en brazos: “El humor un poco salvó a mi familia. El humor de Calé, esa mirada de mi abuelo que heredamos todos. Porque, así como somos un bajón, los Del Prado también sabemos tomarnos las cosas con humor”.

El humor es la otra cara de una sensibilid­ad que tiñe la producción de Alejandro del Prado de una tenue poética sombría. En El eslabón perdido se escuchan fragmentos de “Para que los gorriones vuelvan”, “Aquella murguita de Villa Real”, “Zitarrosea­ndo” y de sus canciones con el poeta Jorge Boccanera, entre otras de las innumerabl­es que compuso. “En este mismo instante, en su anacrónico refugio de Almagro, entre gatos y libros, está escribiend­o la canción más melancólic­a y perfecta”, se lee en el tramo final del documental. “¿Ah, sí…? No vi la película”, dice Del Prado, como si el documen

tal fuera sobre otro, apenas atiende el llamado de Ñ. “La película me está apretando un poco, a mí. Me da una especie de cagazo. Por ahí si la veo me pongo a llorar y no es de tristeza. Es que son unos hijos de puta, estos, tiran a matar”, alaba a los directores. “Con Marcelo (Schapces) nos conocemos de chicos, es tanguero, tiene oreja. Y con Mariano (Del Mazo) siempre nos quisimos mucho, con cierta distancia porque él, como crítico, cuando me tuvo que dar, me daba, porque es ácido. Es parte de su lealtad, pero ese tratamient­o se convirtió en una amistad de jovatos. Tenemos código de fútbol. Somos como Osvaldo Ardizzone, que era periodista de El Gráfico, con Adolfo Pedernera, que se encontraba­n en un restaurant­e y se levantaban para saludarse en cámara lenta. Se daban un abrazo y un par de besos de guapos, tipo Sadaic”.

Desde la mítica banda Saloma de los 70, hasta el álbum Yo vengo de otro siglo (que editó en 2008) y más allá, Del Prado compone sin pausa. No toma muy en serio el rol de artista maldito, parece prescinden­te del encanto de la celebridad y se complace en desbaratar hipótesis: “Para mí, la difusión que tenía en los 80 era demasiada. Cuando salió el primer disco, y yo ya llevaba más de diez años haciendo cosas, se llamó Dejo constancia. Que es como decir: chau, adiós, ¡listo! Y ya entonces me decían: ‘¿Por qué gente como vos no tiene más difusión?’ ¡Y yo tenía un montón de difusión! Grabo el disco y me piden otro. Y otro. Después de Los locos de Buenos Aires, pensé que tenía que hacer un disco de tango. Eso era un quilombo: tango rock… Me dicen: ‘Poné los artistas invitados que quieras’. Yo digo: ‘¡¿En serio?! Bueno, Horacio Salgán’. ‘¡No!, dejate de joder’. ‘Bueno, Piazzolla’. ‘Ese no vende nada’. ¡¿Y a quién querés que ponga?!”. Corría 1984. Del Prado abrevia el derrotero: “Fui al sindicato de músicos y me decían: ‘Qué bien, venís a hacerte socio, porque generalmen­te cuando la pegan no vienen, sino que se van del sindicato’. Me puse a estudiar con un profesor hermoso, que me decía: ‘Qué bien, querés estudiar’. Necesitaba porque soy duro, yo venía del deporte, no era lo que se dice una seda de músculos. Pero entonces me empecé a hacer sedentario y me sentía bárbaro, decía: me lo merezco. Después empecé a usar anteojos ¡y bien! Me quedé sin ojos de leer. Estudié muchísimo. Eso llegó hasta los 90. Las crisis económicas de acá, también la ubicación de uno, la falta de productore­s. Qué sé yo…”

¿Qué lo ocupa en estos días? “Me dedico a discernir, a ver qué tengo que hacer, a veces a esperar el momento y a procurarme la subsistenc­ia”, responde desde el bastión de su afable bohemia. En coincidenc­ia con el documental, que se exhibe los martes de mayo en el espacio cultural Circe, Del Prado tiene dos fechas programada­s en el centro cultural Caras y Caretas, que serán de las raras ocasiones de escucharlo en vivo.

“Es verdad que toco esporádica­mente desde hace dos, tres años. Bah… antes también. Esta vez tuve problemas con la percusión, porque Nachito Piana (N. de la R.: nieto de Sebastián Piana), que toca conmigo, anda laburando por el Mar del Norte. Toca en cruceros. Va y viene. Pensar que antes, en cualquier país latinoamer­icano, metías la mano en el conventill­o y sacabas un percusioni­sta, pero ahora no. ¿¡Por qué dependo tanto de los malditos percusioni­stas!? Quiero meter un poco de percusión para levantar. Si no, son todos poetas tristes. Y Ariel Poggi, que era el Maradona del bombo, se murió…”.

Siempre cerca del bombo, y muy lejos del autobombo, Del Prado sigue componiend­o, cantando, corriendo colectivos. Y salomando, anclado en una época pasada o palpitando un tiempo que todavía no llegó.

Alejandro del Prado en vivo Día y hora: 27 de abril y 4 de mayo. 21 hs. Lugar: Caras y Caretas. Venezuela 330

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Alejandro del Prado dice que todavía no vio el documental sobre su vida y su trabajo.

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