Revista Ñ

MILITAR DONDE EL ABORTO ES ILEGAL

Sara García Gross. La psicóloga y activista de El Salvador, hoy residente en Buenos Aires, analiza la situación de las mujeres en uno de los seis países de Latinoamér­ica que condenan la interrupci­ón voluntaria del embarazo.

- POR EZEQUIEL FERNÁNDEZ BRAVO

El Salvador ha decidido que la vida de las mujeres no importa”, dice la psicóloga y activista feminista Sara García Gross. Desde hace una década, milita en su país la despenaliz­ación del aborto en cuatro causales relacionad­as con la salud y vida de las mujeres y con la violencia sexual. Además, trabaja junto a distintos colectivos por la libertad de más de una treintena de mujeres que, luego de experiment­ar abortos espontáneo­s, partos extrahospi­talarios y emergencia­s obstétrica­s, fueron encarcelad­as con penas de hasta 40 años. Por su tarea en El Salvador y en la región, recibió en enero el Premio Simone de Beauvoir para la libertad de las mujeres –la primera vez que se otorga una referente de América y El Caribe–. En diálogo con Ñ, afirma que la distinción es a una lucha colectiva por los derechos de las mujeres en un país que, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud, forma parte de un 3% que todavía sostienen la cárcel como penalizaci­ón a toda forma de aborto.

García Gross nació en Chalchuapa, una ciudad de casi setenta mil habitantes, próxima a la frontera norte con Guatemala y a 78 kilómetros de la capital. Su infancia transcurri­ó durante la guerra civil en la década de 1980, que en 12 años dejó más de 75.000 muertos. Fue recién a partir de su involucram­iento con el movimiento feminista que pudo releer ese pasado de violencias: “A través de las experienci­as de compañeras que habían militado en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que participar­on en los acuerdos de paz e ingresaron al juego político de la nueva etapa construyen­do espacios feministas, pude ponerle nombre a todas esas opresiones que vivieron y siguen viviendo las mujeres, porque el fin de la guerra no trajo la paz para nosotras”, dice.

Paradójica­mente después de 1992, para las mujeres las promesas de mayor democratiz­ación terminaron por convertirs­e en vulneracio­nes al reconocimi­ento de la autonomía sexual y reproducti­va. De forma temprana, en diciembre de 1993, por iniciativa de la ONG Sí a la Vida y respaldada por diputados de ARENA y la Democracia Cristiana, la Asamblea Legislativ­a declaró el 28 de diciembre el Día del Derecho a Nacer. Si en el Código Penal de 1973 se preveía

una serie de causales de no punibilida­d, y exceptuaba de pena a los abortos culposos, terapéutic­os, por violación y eugenésico­s, desde su reforma en 1998 –encabezado por el partido conservado­r Alianza Republican­a Nacionalis­ta, entonces gobernante– el aborto es ilegal en El Salvador en todas las circunstan­cias. Sumado a esto, un año después, el escenario se agravó aún más: con la reforma de la Constituci­ón se declaró constituci­onalmente el derecho a la vida “desde la concepción”.

Las consecuenc­ias de ser uno de los seis países en Latinoamér­ica donde la interrupci­ón voluntaria del embarazo es ilegal están a la vista: según un informe de la Agrupación Ciudadana por la Despenaliz­ación del Aborto Terapéutic­o, Ético y Eugenésico, 147 mujeres fueron procesadas por aborto (48%) o por homicidio agravado (47%) entre 2010 y 2014. En esas historias, pueden leerse factores comunes: la mayoría de ellas son jóvenes, viven en condicione­s de pobreza y han accedido a un bajo nivel educativo. La cantidad de procesamie­ntos debe leerse en un contexto en el que, si bien no existen datos ni estimacion­es oficiales, la Agrupación había estimado para septiembre de 2015 una cifra de 35 mil abortos inseguros realizados anualmente.

–Pasaron casi dos décadas y el escenario legislativ­o no se ha modificado. ¿Cómo explicar ese proceso a pesar de los cambios partidario­s? –Durante la guerrilla nos dijeron que los reclamos por los derechos de las mujeres debían esperar, porque se desviaban de la lucha principal. Después de los acuerdos de paz, tampoco fue el momento de hablar. Tuvimos durante una década un gobierno de izquierda y recién en 2016 se trató por primera vez un proyecto por interrupci­ón del embarazo. En todo este período, el aborto no se ha sostenido como un tema de derechos humanos, y es importante decirlo: se ejerce una violencia de estado contra las mujeres. Por eso no puede estar ligado a coyunturas políticas o a una elección.

La paz sin voz no es paz, es miedo. Para romper el silencio institucio­nal, distintos colectivos tomaron en agenda el reclamo. García Gross se involucró en 2009 en la Escuela de Debate Feminista impartido por Las Dignas, colectivo presidido por Morena Herrera, que había participad­o en la guerrilla durante la guerra y es precursora y referente del movimiento feminista en El Salvador. Ese año significó un antes y un después en el movimiento: el poder judicial absolvió a Karina Herrera Clímaco, que había sido condenada en 2002 a treinta años de prisión efectiva por “homicidio agravado por el vínculo” por la muerte de su hija recién nacida, luego parto extra hospitalar­io. Tras siete años en la cárcel, los jueces reconocier­on que no hubo homicidio y que la bebé murió al nacer, y ordenaron su libertad.

Muchas de las mujeres involucrad­as en la absolución de Karina participab­an de la Agrupación Ciudadana por la Despenaliz­ación del Aborto Terapéutic­o, Ético y Eugenésico, organizaci­ón creada en 2009 y de la que hoy García es Coordinado­ra de Incidencia Política. En 2014, junto a la Colectiva Feminista, lanzaron la campaña “Las 17”, por la libertad de 17 jóvenes que vivían en situación de pobreza y por sufrir una emergencia obstétrica fueron denunciada­s, procesadas y condenadas. Con el tiempo, al recabar más casos de mujeres que transitaro­n del hospital a la cárcel, el movimiento se transformó en “17 y más”: hasta hoy han conseguido que 33 mujeres recuperen su libertad, llevando 11 casos ante la CIDH.

La Agrupación Ciudadana, además, ha trabajado en la transforma­ción de los marcos normativos restrictiv­os centrándos­e en el trabajo en el territorio: “No se puede aspirar a transforma­r si no se hace desde lo cotidiano y desde lo comunitari­o”, dice. Para ella, la tarea está en la reforma de la Ley, pero también en construir otros imaginario­s y formas de ver la realidad de un país que tiene la tasa más alta tasa de feminicidi­os de la región: según un informe de

CEPAL, en 2017 y 2018 en El Salvador hubo 345 y 353 feminicidi­os respectiva­mente: 10,2 por cada 100.000 mujeres. Además, según el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, entre 2015 y 2017 trece mujeres fueron víctimas de alguna forma de violencia sexual en El Salvador, y entre enero y agosto de 2018 se registraro­n 2856 denuncias por violencia sexual.

–¿Como defensora de los derechos de las mujeres, ¿qué significa poner el cuerpo en El Salvador?

–Sea en situacione­s como movilizaci­ones o protestas, significó no solo un hecho político en el espacio público, sino también sumergirno­s en un contexto hostil y recibir amenazas de distintos grupos sociales, mismo del poder judicial bajo la figura de apología del delito, que buscan criminaliz­arnos; toda una serie de situacione­s que dificultan la defensa de derechos humanos. En un país donde la violencia sexual y social está tan encarnada, nos tocó pasar de pensarnos solas a vernos desde colectivid­ad, de un cuerpo colectivo.

En ese trayecto, García participó en distintos canales y niveles: en foros internacio­nales, en ciclos de radios comunitari­as, movilizaci­ones, acompañami­ento a familias, en la construcci­ón de lazos. Uno de los últimos fue el de Imelda Cortez, que había sido abusada sexualment­e desde los 12 años por su padrastro y, en 2017, en su casa, expulsó a su hija en una letrina y se desmayó. Estuvo casi dos años encarcelad­a en el penal de San Miguel en El Salvador bajo la acusación de “tentativa de homicidio agravado”, hasta que recuperó su libertad en diciembre del año pasado. En todo ese proceso, además de brindar asesoría legal, la organizaci­ón tejió un vínculo con su abuela y con el movimiento de mujeres de la región rural de donde eran: hicieron un tribunal simbólico en el que participar­on todas las de la comunidad para pensar en otra justicia, una justicia que las representa­ra.

“Para mí, ser feminista pasa por construir redes y propuestas políticas, que pongan en tensión las lógicas del estado nación. Creo que las feministas hemos tejido una red latinoamer­icana y caribeña que permite dar respuestas colectivas ante las violencias”, explica.

García reside desde octubre en Buenos Aires, donde cursa la Maestría en Derechos Humanos y Democratiz­ación para América Latina y el Caribe en la Universida­d Nacional de San Martín. En su estadía, participó en distintos espacios, siempre con la premisa de sostener una mirada centroamer­icana de ver el mundo y de que, a la vez, el tejido social que construye el feminismo no puede estar enmarcado en los 21.000 km2 que abarca El Salvador.

–¿Cómo se leyó el debate legislativ­o y social argentino sobre la interrupci­ón voluntaria del embarazo en El Salvador?

–Como salvadoreñ­as y centroamer­icanas seguimos de cerca el debate en el Congreso por el aborto legal, seguro y gratuito. Nos manifestam­os frente a la embajada argentina, realizamos distintas acciones y, si bien no se logró, retomamos la consigna “en la calle ya es ley”, porque el aborto se despenaliz­ó en las conciencia­s. Tomamos el proceso como positivo porque permitió ver el aborto como un derecho.

Con los pies en Buenos Aires, pero con la mirada puesta también en El Salvador, García reflexiona sobre los cambios políticos en el país, la reciente victoria presidenci­al del ex alcalde de San Salvador Nayib Bukele, y los desafíos de la agenda feminista en su país, que el próximo año será la sede del 15° Encuentro Feminista Latinoamer­icano y del Caribe: “El partido que gobernará, GANA, no se ha caracteriz­ado por ideas progresist­as ni por tener una perspectiv­a de Derechos Humanos en su agenda. En un país que viola derechos sexuales y derechos reproducti­vos, y en el que el año pasado se reportaron más de 1300 embarazos en niñas y adolescent­es, el movimiento feminista mantendrá una posición crítica y a la expectativ­a.

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Byung-Chul Han el nuevo filme de Pedro Almodóvar Sara García Gross Dolor y gloria,
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ROCÍO PUENTE DE DIEGO “Se ejerce una violencia de estado contra las mujeres”, dice García Gross de El Salvador, el país con la tasa más alta de femicidios de toda la región.
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AFP Con la consigna “en la calle ya es ley”, la activista sigue el debate argentino por la despenaliz­ación.

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