Revista Ñ

LA ARBITRARIE­DAD DEL DESEO

Entrevista. La directora Romina Paula suma un nuevo lenguaje a sus libros y obras de teatro: De nuevo otra vez, un filme que versa sobre la crisis de los 40.

- POR ROGER KOZA

El nombre y el rostro de Romina Paula no son desconocid­os: sus tres novelas (¿Vos me querés a mí?, Agosto y Acá todavía) y sus piezas teatrales se suman a las películas de Matías Piñeiro. La hermosura jamás ha sido refractari­a a la cámara y, en manos del director de fotografía Fernando Lockett, la fotogenia de la actriz ha resultado un ostensible signo estético. Paula sintió que también podía explorar sus intereses artísticos en una posición distinta a la que se establece en un escritorio, un escenario o una locación. Quiso dirigir y aventurars­e a algo diferente a través del cine. Eligió un tema cercano, pero encontró la distancia necesaria para que algo íntimo adquiriera un matiz universal. La crisis de los 40 puede resultar un lugar común tanto en un diván como en un relato literario o en una película, pero eso depende siempre de una desintelig­encia formal y de una incapacida­d para interrogar un problema de vida bajo la égida de la lucidez. De nuevo otra vez conjura los previsible­s obstáculos y resplandec­e en el camino elegido. Hay una búsqueda cinematogr­áfica, también una perspicaz y sensible indagación dramática.

–La autoficció­n es una tendencia recurrente en la narrativa contemporá­nea ¿Por qué elegiste el punto de partida personal?

–Filmar a mi madre fue una de las ideas iniciales. Mi hijo y yo estuvimos puestos en duda en algún momento, pero ella nunca. Desde el principio sabía que quería filmarla a ella en su casa, hablando en alemán. El idioma se extingue en mi familia y quería capturar algo de eso en movimiento. En cuanto a actuar yo, consideré trabajar con una actriz, pero tenía que ser una actriz que hablara alemán y además tenía que conseguirl­e un hijo que actuara natural y entonces ya empezaban a ser demasiados elementos de artificio y me dejaba de interesar. Así que, por más contradict­orio que parezca, era más sencillo que actuáramos también mi hijo y yo. Otro peligro era que mi madre perdiera naturalida­d teniendo que interactua­r con una actriz. Aunque ahora pienso que probableme­nte lo habría hecho de lo más bien.

–El título del filme (que remite a una forma de experienci­a del tiempo, algo que también se insinúa en tu última novela Acá todavía o tu obra de teatro El tiempo todo entero) es constituti­vo de la puesta en escena. ¿Por qué te interesa tanto ese tema en general y cómo llegaste a idear esas ingeniosas formas de representa­r el tiempo?

–Ya debería ir dejando los adverbios a la hora de titular, ¿no? Pienso en cómo narrar la simultanei­dad: es imposible. En nuestro tiempo/espacio, como lo percibimos ahora, las cosas suceden una después de la otra. El lenguaje es sucesivo, la historia es sucesiva, pero el tiempo, ¿lo es? Tengo una pequeña alegoría personal que llamo “del ascensor”. Vivo en un séptimo piso y tomo un pequeño ascensor varias veces por día, todos los días. Juro y juraría que la duración de ese trayecto nunca es la misma. A veces, llego ni bien subí, otras, tardo un día en subir o bajar. A veces, apenas puedo redactar un mensaje de texto, otras desentraño todo un problema en un subir. Nadie podría afirmar que ese viaje en ascensor dura siempre lo mismo. Si no supiera que el tiempo se mide, estaría segura de que ese séptimo piso mío cambia de lugar, no es estable, no está siempre a la misma distancia. Y para Ramón, por ejemplo, que tiene 4 años ahora, ayer, hoy y mañana son una y la misma cosa y narra anécdotas de distintos momentos como si siempre sucedieran en presente. Entonces, la percepción del tiempo, el acuerdo respecto de esa percepción, ¿se educa? Yo creo que sí. Y entonces, ¿se puede narrar de modo no sucesivo? Yo no sé cómo, pero es algo que me ocupa y que no me dejaré de preguntar.

–Hay un monólogo precioso al final en el que el filme se sitúa en el presente y se interroga sobre lo femenino. ¿Qué te llevó a incluir la idea de una “revolución de las hijas”?

–Esa frase, “la revolución de las hijas”, es la frase del feminismo contemporá­neo que más me gusta, que me parece bella, elocuente, esperanzad­ora, poderosa. Un poco se liga con esta idea de la continuida­d, del legado de mujer a mujer. Ese “hijas” es atemporal: pueden haber sido las primeras feministas, porque no tiene que ver solo con la juventud. Hijas fuimos todas algunas vez, madres no necesariam­ente, eso es algo que esa frase también contiene. Dice que ser hija es irremediab­le, pero que ser madre es algo que se debe poder elegir.

–Si bien el filme puede ser inscripto en un retrato femenino ante una edad signada por la crisis, De nuevo otra vez sugiere algo más y gira discretame­nte sobre una inquietud más drástica, acaso más incómoda e independie­nte de una edad específica: la contingenc­ia del yo y la arbitrarie­dad del deseo.

–Creí que quería hacer una película sobre la contingenc­ia de una mujer en ese momento preciso de su vida pero eso irremediab­lemente me condujo a la línea del tiempo. O sea que de alguna manera las dos cosas son ciertas: los 40 agudizan y todo es demasiado endeble. Ese presente la lleva a pensar en su madre como madre y como niña también y a saberse parte de esa continuida­d de la que solo se pueden obtener certezas si se detiene el movimiento: en una foto puede haber una certeza, en el movi

miento solo hay caos y posibilida­d.

–¿Qué te preocupa de la contingenc­ia?

–Es un poco lo que decía: uno cree que quiere contar la historia de una persona, pero esa historia personal está cruzada por tantas otras cosas que exceden a la voluntad, que solo puede haber certeza en el instante, en el cruce de elementos, nada más que eso. Pienso que todos los elementos que me configuran, desperdiga­dos, jamás darían este yo que soy. Por eso, por más que estén mi cara y mi nombre, para mí no hay duda alguna de que la película es una ficción, una construcci­ón, como podría no serlo. Y es solo en ese sentido, el de la construcci­ón de una cierta coherencia, de una verosimili­tud, que estas narracione­s del yo tienen sentido, y en ese mismo gesto aparece la contradicc­ión: para que el yo parezca verosímil, hay que construir. Entonces, ¿es el orden un elemento de ficción y el caos patrimonio de lo que denominamo­s realidad? –No debe haber sido fácil dirigir y transforma­r a tu madre e hijo en personajes. –Contra todo pronóstico fue, no sé si fácil, pero fluido. Lo cierto es que ambos se entregaron y estuvieron muy disponible­s y contentos esa semana que filmamos con ellos. Yo también nos había escrito escenas que sabía que les resultaría­n naturales, que era casi solo dejarse filmar. Pero mi madre tiene al menos dos escenas en las que tiene que actuar, con arco dramático, y eso sí que no sabía si lo íbamos a poder llevar adelante. Y fue una gran y grata sorpresa verla presente y mintiendo.

–Ante el resultado final, es bastante probable que no se trate de un único y último filme. –Sin duda, el cine es el más popular entre el teatro y la literatura, que son aún más de nicho. Eso mismo lo hace tentador pero también difícil de realizar. Ni hablar de toda la producción que se necesita. Siento que debería tener otra idea que necesite ser contada en el cine, una “idea audiovisua­l”, como me gusta llamar a la que tuve para esta película. Si esa idea aparece supongo que haría algo para llevarla a cabo.

 ?? GUILLERMO ADAMI ?? Tres generacion­es participan en la ópera prima de Paula: ella misma junto a su madre y su hijo de 4 años.
GUILLERMO ADAMI Tres generacion­es participan en la ópera prima de Paula: ella misma junto a su madre y su hijo de 4 años.

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