En la Biennale, arte portátil y modelo para armar
Mientras estamos acá, preocupándonos por una realidad sin metáforas, las siete esculturas que componen la instalación El nombre de un país, de la artista Mariana Tellería, continúan en su silenciosa liturgia en el Pabellón argentino de la Bienal de Venecia. Pensar en su vida paralela llena de tristeza, dado que muy pocos podrán apreciar el enorme talento que exigieron de la rosarina Tellería y de su curadora, Florencia Battiti, elegidas en un primer concurso histórico y con una inversión significativa en medio de la crisis, en un país que cada dos años debe justificar o revalidar lo que para algunos suena a derroche. No lo es, menos todavía porque se trata de una obra ¡REPRODUCTIBLE!
Vayamos por partes, es cierto. Y lo más apropiado en un modelo para armar. Lo primero era el concurso, que la Cancillería llevó a cabo con transparencia irreprochable. Pero ya en la Bienal de 2017, cuando la elegida para representar a la Argentina fue Claudia Fontes, su monumental instalación El problema del caballo planteaba el problema del traslado. Transportada en fragmentos y ensamblada en Italia, la obra fue destruida al final de la expo. Mariana Tellería, cuyas esculturas se componen de autopartes, chatarra y telas, explicaba en Venecia que estas fueron montadas a partir de maquetas digitalizadas al detalle, de manera que pueden rearmarse en apenas un mes.
Entre los 90 pabellones nacionales ubicados en las áreas del Arsenal y los Giardini, algunos parecen haber calculado un arte sostenible, a partir de la transportabilidad resuelta, que garantiza que podrán entrar con facilidad al sistema global. México, Brasil y Suiza presentaron videoinstalaciones afines al cine e incluso el clip musical de larga duración.
En el pabellón de México, Actos de Dios, de Pablo Vargas Lugo y con curaduría de Magalí Arriola, cuenta en tres canales otra versión –apócrifa– de los evangelios en el paisaje mexicano. En su narración, los milagros son chascos, sin que falte una sola estación del Via Crucis. La obra de Vargas Lugo, en su grotesco y humor negro, abona la centralidad de las preguntas por la verdad histórica y la propaganda política, e indaga en la sugestión carismática de los liderazgos. Muy lejos de la Biblia, más cerca de Breaking bad.
Sin proponérselo, Brasil y Suiza coincidieron en el tema de la identidad sexual y las “variaciones trans”.
En una relectura de la cultura carcelaria, la videoinstalación Swinguerra, de Bárbara Wagner y Benjamin de Burca, curada por Gabriel PérezBarreiro, toma cierta forma nordestina del rap y despliega una coreografía del orgullo queer, que sin embargo no se priva de todos los estereotipos sexistas. Swinguerra es todo lo inmersiva que puede ser un home theatre. No aporta demasiado en términos estéticos y subraya el clisé folclórico de un Brasil gran productor de ritmos pegadizos, delincuentes y cuerpos hipersexuados. Tiene el mérito de dejar un único mensaje optimista en todos y cada uno de los que componen su audiencia, a pleno cada día.
En el pabellón suizo, Moving Backwards, de Pauline Boudry y Renate Lorenz, curada por Charlotte Laubard, es el video de una coreografía dance en una oscuridad de boliche que acentúan los cortinados de lentejuelas plateadas. Los cinco bailarines y ese telón, ¿van o vienen? Indecidible si se trata de un retrobaile lunar, a la manera del moonwalk de Michael Jackson, gracias a unos insólitos zapatos de doble puntera y sin talón, o si estamos viendo un montaje del video en ambas direcciones del track. Tanto como lo es acertar a la sexualidad de los bailarines, que en cada caso han transitado una mutación, la identidad opuesta a la que revelan aquí: una nueva sociabilidad de gestos ambivalentes, que se detienen a mitad de camino para desdecirse, y canciones que todos conocemos pero masterizadas para volverse inéditas. La banda sonora es otra de sus bellezas, un remix de clásicos bolicheros de Jackson, hip hop y música académica. A diferencia de la obra brasilera, que busca lo irreductiblemente humano en la marginalidad, los bailarines suizos son casi cyborgs.
El punto era otro: se trata de tres muestras que pueden ser enviadas a casa o girar por las más de 200 bienales que existen actualmente.