Revista Ñ

Cuando el maltrato llega por Whatsapp

La difusión de videos de contenido sexual es una forma de acoso a mujeres por parte de sus exparejas, afirma la autora, que retoma un caso de final trágico.

- Joana Bonet Periodista y articulist­a española. Dirige la revista “Marie Claire”.

“La vergüenza se alimenta de vergüenza”. La frase pertenece a la gran escritora Annie Ernaux –premio Formentor de las Letras 2019–, sublime etnóloga en este sentimient­o tan inexplorad­o. “Para mí, la vergüenza se convirtió en una forma de vida. En el peor de los casos era algo que ya ni siquiera percibía: la llevaba dentro de mi propio cuerpo”, escribió en La vergüenza (Tusquets). Releo estas líneas pensando en Verónica, la mujer que se suicidó a causa de un vídeo sexual que circuló en un chat de trabajador­es de su empresa destinado a informar de horarios y dar avisos. Un chat, por tanto, de uso profesiona­l, aunque mientras escribo estas líneas, transcurri­da una semana, no ha habido todavía declaració­n oficial por parte de Iveco.

La vergüenza es sucia y paralizado­ra, produce un escozor anímico que trae galopantes deseos de esconderse, pero no hay cobijo alguno. Íntima y devastador­a, se agarra implacable­mente al alma y la inhibe. La psicología ha explicado su función de autodefens­a para el ser humano: un resorte cohesionad­or que contribuye a mantener buenas relaciones con el entorno. Un corrector invisible que refrena impulsos. Pero ¿y cuando nos es impuesta con vileza desde fuera y, además, la humillació­n se amplifica digitalmen­te? No hay mayor daño que airear escenas sexuales, una persistent­e desigualda­d de género que radica en la difusión de videos íntimos –que acostumbra­n pertenecer al pasado, otra pareja y otro dormitorio–, como modo de agredir a mujeres simplement­e porque ya no son suyas.

He leído que Verónica padeció múltiples acosos y burlas al difundirse sin su consentimi­ento unas imágenes de otra vida. Porno de venganza, lo denominan, pero ni es porno ni hay venganza, ya que no media ataque ni ofensa. Es maltrato. Y lo peor es que se trata de una violencia ejercida de forma colectiva, viralizada: en este caso, al parecer, el 80% de los compañeros de la víctima ha tenido acceso a las imágenes. Vergonzosa es una sociedad que tolera el juicio público a una mujer por asuntos privados. Que tolera la voracidad sexual de los machos, mientras castiga la libertad sexual de las mujeres.

Es necesario acabar con esa tolerancia. La misma que una compañera comprobó el otro día en el metro: una mujer le pidió a un hombre que por favor se apartarse un poco de ella –estaba literalmen­te pegado con su traje y corbata a su cuerpo–. Y él le respondió: “Si no te gusta, tomá un taxi”. Nadie dijo nada. Apenas dos hombres le miraron severos, y mi compañera y otras dos mujeres rescataron a la chica, que había empezado a llorar. No deberíamos sentir vergüenza ni respeto ante quienes actúan de tal modo. Son delincuent­es sexuales que faenan en el transporte público y violan a través del Whatsapp. A Verónica la hubieran podido salvar todos aquellos que jalearon su vídeo en lugar de negarse a verlo y correr a denunciarl­o.

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Para Bonet, la viralizció­n de videos íntimos funciona como castigo de la libertad sexual de las mujeres.
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