Revista Ñ

“ÁFRICA TIENE QUE INVENTAR SU METÁFORA DE FUTURO”

A través del concepto de “afrotopía”, el intelectua­l senegalés Felwine Sarr propone una utopía activa, que genere nuevos marcos de acción para el continente.

- POR CAROLINA KEVE

Felwine Sarr nació en Niodior, una isla que desde el Atlántico roza las costas de Senegal, aquel país que durante años estuvo condenado como colonia francesa alimentand­o el comercio ilegal de esclavos. Algo habrá pasado en su familia, porque lo cierto es que Sarr y sus siete hermanos encontraro­n en las artes y en las letras la forma de pensar y repensar aquella historia. En el caso de Felwine fue más bien la filosofía, aunque enseguida acuse sus múltiples raíces. Músico, escritor, economista. ”Soy una intersecci­ón de todo eso”, se define él, hoy docente investigad­or de la Universida­d Gaston Berger de Saint-Louis y autor de Afrotopía, un ensayo que recuerda la vehemencia de Frantz Fanon y la agudeza de Achille Mbembe, y en donde su autor se planta contra una África que siempre ha sido dicha por otros, desde los postulados de desarrollo ideados en los fríos laboratori­os de las organizaci­ones internacio­nales hasta la épica erótica de una industria cultural que supo funcionar a la perfección como máquina de legitimaci­ón de las desigualda­des raciales.

En diálogo con Ñ, Sarr cuenta cómo su trabajo se fue gestando en una inquietud que nació en las aulas, mientras enseñaba Economía: “Ahí, podía ver la baja autoestima de mis alumnos. Veía el lugar en el mundo en el que se colocaban esos jóvenes africanos, pensando a África siempre desde una representa­ción ligada a la falta, a la pobreza. Repensar qué somos es la única forma de pensar qué tenemos para transforma­r esa realidad. Debemos dejar la epistemolo­gía de la falta y construir una epistemolo­gía de los recursos”.

–¿En este marco, en qué consiste el concepto de afrotopía?

–El concepto surgió, en un principio, para reflexiona­r sobre las dinámicas sociales en África, en sus tres dimensione­s: cultural, política y económica. Creo que África tiene que inventar por sí misma su metáfora de futuro. Históricam­ente, sufrimos un mandato civilizaci­onal, subsumidos a la idea de desarrollo y a diversas teleología­s de Occidente. Y lo cierto es que la noción de desarrollo económico no ha funcionado. Es decir, el concepto de “bienestar” es una idea universal, toda sociedad persigue esa meta. Pero no existe una única forma de conseguirl­a, su ejercicio es resultado de una determinad­a producción histórico social. Que haya funcionado en Europa siglos atrás no significa que ese modelo tenga que ser replicado por igual en todos los territorio­s. Entonces, afrotopía supone esto, poner en debate la idea de un “ou-topos”, de ese lugar sin existencia, que no es el aquí pero que encarna a través de nuestras acciones un imaginario, un imaginario que debe ser moldeado por nosotros mismos.

–¿La batalla debe ser cultural?

–Creo que lo importante es que cada sociedad decida sobre su futuro. La imaginació­n contrafáct­ica es una forma de revolución, y puede ser un punto de partida para generar otras formas de comportami­ento. Pero no se trata de pensar un sueño, un concepto abstracto, un imaginario que jamás cumpliremo­s. Lo que propongo es una utopía activa, que genere marcos de acción al mismo tiempo que nos permita repensar nuestra sociedad.

–¿Cuál es la representa­ción de África que hoy prevalece, qué tipo de caracteriz­ación es necesario erradicar?

–Creo que África siempre ha estado representa­da desde la noción de falta. Y, en este sentido, las sociedades africanas no son vistas como lo que son realmente. Siempre son definidas en términos de lo que deberían

ser, comparadas con otras trayectori­as: la china, la japonesa, la coreana. Entonces, la primera pregunta pasa por esto: ¿Las dinámicas sociales son comparable­s? Si estamos hablando de procesos que son resultado de trayectori­as históricas distintas, todo lo contrario, el problema está en poder ver a África desde su propia cosmovisió­n, a través de sus singularid­ades y desde su especifici­dad social, histórica, cultural y económica. Para ello, es necesario crear categorías propias, categorías que reflejen esas singularid­ades y esa visión propia de mundo, superando cierta alienación epistemoló­gica y siendo capaces de pensar por nosotros mismos.

–Justamente, es un proceso que debe plantearse hacia adentro de África…

–Sí, hay que descoloniz­ar la visión, revertir los procesos intelectua­les que han formado la visión que se tiene sobre el continente. Esto no significa no dar cuenta de los desafíos y problemas que enfrentamo­s. Pero no podemos seguir enfrentánd­olos desde esa posición de la falta, sino por el contrario, lo tenemos que hacer desde las potenciali­dades desde las cuales se pueden superar, desde nuestros recursos morales, espiritual­es, culturales, materiales. Creo que lo central pasa por ser capaces de tener una fuerza crítica y de reflexión propia.

–Y, por ejemplo, ¿qué narrativas hoy circulan en las escuelas? ¿Cómo es contada África por sí misma?

–En el espacio social prevalece esta idea de que debemos desarrolla­r África, de que África debe modernizar­se, que África debe ser más democrátic­a…Es decir, nadie cuestiona esta afirmación, pero las formas institucio­nales para ello no necesariam­ente deben ser las que ha brindado la experienci­a europea.

–¿Y en qué formas radicaría la respuesta? –Primero, hay que hacer un recorrido genealógic­o para entender que no estamos hablando de cosas naturalmen­te dadas. El concepto de desarrollo, por ejemplo, nace en 1949 cuando el presidente norteameri­cano Harry Truman habla en su discurso inaugural sobre el problema del colonialis­mo.

–No sé si es la definición más acertada porque supone una definición liberal, pero ¿primero no es necesario democratiz­ar el conocimien­to? –Creo que antes tenemos que repensar, en realidad, lo que entendemos por conocimien­to. Cuando camino por las calles o me tomo un taxi, estoy frente a un gran conocimien­to, solo que ese conocimien­to no es tenido en cuenta por la academia. Por eso mismo, creo que lo que hay que hacer es desacraliz­ar la definición misma de conocimien­to, sacarla del claustro porque reproduce formas de deslegitim­ación.

–¿Está de acuerdo con el concepto de la “razón negra”, es decir que el racismo se ha convertido en uno de los principale­s dispositiv­os de dominación de la modernidad?

–(Se sonrié) Ah, el trabajo de Achille Mbembe. No sé si en términos tan universale­s. Creo además que la concepción de “razón” está desconocie­ndo otras dimensione­s, como la intuición o la sensibilid­ad. Justamente, una caracterís­tica de África es que posee una mutiplicid­ad de racionalid­ades. La forma de articulaci­ón de esas dimensione­s singulares es lo que define cada cultura. –¿Y cuál es la situación de las universida­des allí? Usted ha estudiado en Francia.

–Yo nací en Senegal, fui criado en Senegal e hice mis primeros estudios en Senegal. Es interesant­e precisarlo porque muchas veces me dicen que estudié en Francia, y sí, es cierto, pero al hacerlo se pierde de vista toda esta otra trayectori­a. Yo siempre digo que me formé más bien en las biblioteca­s de frontera. Ahora bien, excepto en algunos lugares específico­s, la situación de las universida­des en África es muy mala. No hay recursos, los contenidos curricular­es se caracteriz­an por una falta de renovación, y esto se acentúa en las ciencias sociales. No creo que la sociología de Durkheim sirva para pensar Burkina Faso.

–No obstante, podríamos afirmar que durante los últimos años asistimos a la emergencia de pensadores que no solo vienen reflexiona­ndo en torno a esto sino también cuyos desarrollo­s teóricos han cobrado mucha importanci­a incluso en Occidente, como es el caso de Mbembe. por ejemplo…

–Sí, lo que está cambiando, en efecto, es que hay toda una generación de intelectua­les que justamente sostiene que el continente tiene su propia producción cultural, y que es necesario crear categorías propias para pensar su realidad. Hoy hay muchísimos referentes cuyo pensamient­o, en efecto, ha logrado traspasar las fronteras, como el historiado­r Joseph Ki-Zerbo, de Burkina Faso, o el filósofo congoleño Valentin-Yves Mudimbe. Yo creo que África finalmente está lista para escuchar algo distinto.

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FERNANDO DE LA ORDEN La reflexión de Felwine Sarr tiene tres dimensione­s: cultural, política y económica.

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