Crímenes y pecados en Nueva York
Lee Child. Personajes salidos de Los Soprano, un asesino serial y el infaltable detective Jack Reacher.
A la novelista inglesa Margaret Drabble le preguntan quién ha sido su mayor influencia a la hora de elegir la escritura como medio de vida: Shakespeare sin duda. Otra pregunta: ¿qué novela quisiera haber escrito? Todas las novelas de Lee Child. Elogia su prosa, sus paisajes, sus autopistas y moteles, sus dimensiones míticas. Y termina: “Child hace todas las cosas que jamás pude hacer y leo sorprendida esperando impaciente por el próximo libro”.
Hay que decir que a Lee Child no le faltan tampoco detractores y que a pesar de sus veinticuatro muy exitosas novelas de la saga Reacher muchos lo consideran tan solo un escritor (¿escribidor?) de libros en serie pero no un autor. Menos sorprendente que las alabanzas de una mujer de letras como Drabble es la admiración del periodista y ensayista Malcolm Gladwell, autor a su vez de bestséllers como Blink y The Tipping Point.
¿Por qué menos sorprendente? Porque podemos aventurar que no solo el autor Lee Child sino el propio personaje de Reacher, un ex policía militar renegado, convertido en un trashumante que recorre Norteamérica haciendo dedo sin prisa y sin rumbo, son lectores de Gladwell. Reacher en moteles de mala muerte o haciendo tiempo en un bar propio de un cuadro de Hopper saca un libro de bolsillo. Creo que Child nunca nos revela qué está leyendo Reacher, aunque lo podemos suponer por algunas referencias aquí y allá: Darwin, algún novelista ruso, Nietzsche y de seguro ciencia popular (divulgación científica o manuales de todo tipo).
También en Noche caliente Reacher es curioso, inteligente y tan intuitivo como metódico. Como Gladwell, que hecha mano en sus libros de las neurociencias, estadísticas, historia, sociología y todo lo que llame su interés para ir en contra del sentido común, Reacher observa sin pausa. En un artículo para el New Yorker, Gladwell analiza “los placeres sin ley de las novelas de Jack Reacher”. Trata de explicar allí por qué estas novelas de aparente pura acción son sin embargo difíciles de llevar al cine: “El placer en Reacher es ese momento de introspección de un milisegundo antes de que la acción ocurra, su consideración silenciosa de variables físicas, geométricas y psicológicas que están implicadas en un encuentro violento”.
Habría que señalar al pasar que Reacher, aparte de un lector y observador curioso, mide casi dos metros, pesa en concordancia y es una fuerza de la naturaleza. A la hora de matar tiene menos culpa que un robot. En primera o tercera persona, Lee Child relata aquello que no se ve ni puede verse de la acción. Esto sin contar los mecanismos de relojería de las tramas policiales, de intriga y corrupción política y el hecho de que Reacher solo actúa después de haber llevado la lógica de la si
tuación al límite.
La primera novela de la serie salió en 1997. Recién es en los últimos años que las traducciones al castellano han comenzado a sucederse. Sin segundo nombre, colección de todos cuentos más una nouvelle, es una excelente manera de comenzar. Reacher desde distintos ángulos: Reacher adolescente, joven y maduro. Reacher policía y ex policía, espectador y protagonista. Se puede completar muy bien con Noche caliente. En una Nueva York de los años 70 en un solo día y noche de calor sofocante, Reacher se topa con un asesino serial, vive el histórico apagón de la ciudad, se cruza con gansters salidos de Los Soprano y va a ver a los Ramones.
Elvio E. Gandolfo prologa esta edición y cuenta su historia personal con Child y Reacher (que es la de varios). Se puede argumentar que en los cuentos está todo. Como que está todo también en cada una de las novelas. No quiere decir eso que son todas iguales. Hay un truco entre esa repetición y diferencia que nos hace seguir leyendo. Y otra más, y otra más.