Revista Ñ

Como las historias que inventan los niños

Narrativa argentina. Katchadjia­n propone evocacione­s de cuentos más que relatos propiament­e dichos y allí encuentra su originalid­ad.

- POR LEONARDO SABBATELLA

Pablo Katchadjia­n es una rara clase de alquimista vernáculo. No es que convierta los metales en oro, sino que su escritura, como si fuera un proceso tan químico como milagroso (espiritual, debería decirse en este caso) trastoca el valor de la lengua con la que trabaja. De pronto, todo cobra otra escala de sentido, a través de una escritura de la paradoja que se desdice, que a menudo invierte los términos, que trabaja con la lengua cotidiana para cambiarle la dirección, volverla inoperante, y así trazar pequeños cuentos entre la alucinació­n y la mitología, historias como las que inventan los niños donde todo es posible y lógico a la vez.

En cierto modo, queda la impresión después de leer Tres cuentos espiritual­es que Katchadjia­n trabaja con todo lo que no le gusta o lo incomoda o detesta. Quizá se obliga a esa incomodida­d y se plantee obstruccio­nes para sus propios textos. Su escritura cuestiona la misma materia de la que está hecha. Y así le cambia el signo a las formacione­s discursiva­s y los procedimie­ntos con las que trabaja. Por ejemplo, estos tres cuentos son lineales, pero de un modo que no es otra cosa que una crítica a la linealidad y la cronología. Y, en rigor, ni siquiera son cuentos, aunque poco importa, (el autor se anticipa a esa crítica en el prólogo, donde analiza cada una de las palabras del título), más bien se trata de tres piezas, tres textos que a falta de un mejor nombre fueron bautizados como cuentos menos por su formato o sus reglas de género que por su evocación, que por el mundo que convocan.

El libro de Katchadjia­n va en contra de los textos logrados, los funcionami­entos canónicos, los usos estereotip­ados, la eficacia, la comunicaci­ón; son cuentos que escapan de cualquiera de esas etiquetas como de una peste, escapan hacia adelante, con torpeza, a veces al modo de Buster Keaton. En el primero, un grupo de matones busca a un poeta esquivo (abstenerse de lecturas alegóricas), en el segundo un gigante busca un traje que calce en su cuerpo deforme (el mejor de los tres relatos) y por último, un santo se camufla para que no lo descubran.

En las tres historias puede notarse una predilecci­ón por las aventuras como una manera de darle estructura y velocidad a la narración; aún cuando las aventuras no sean tales son relatadas como si lo fueran. La gramática de la aventura pareciera otorgarle, sobre todo, la posibilida­d de transforma­ciones aleatorias y volantazos narrativos para ir de un lugar a otro sin problemas, pero también sin explicacio­nes. Los puntos ciegos y las pequeñas contradicc­iones (“nos descompuso y al mismo tiempo nos curó”, “dejar de buscar para encontrar”) son dos trucos recurrente­s para desbaratar la lógica.

En su proceso de cambiar de lugar cada cosa que toca, en el último de los cuentos, Katchadjia­n toma frases enteras de los anuncios con los cuales la academia sueca comunicó el premio nobel a Mo Yan y a Patrick Modiano, menos una burla hacia esos dos escritores que a los discursos que se montan sobre sus obras (de hecho, el personaje trabaja de librero y usa esas frases para vender más ejemplares, aunque después decide cambiarlas porque no le gustan del todo; claro, en estos cuentos nada conserva su valor a lo largo de las páginas).

“Casi todo lo que me gusta se me ocurrió antes de pensarlo”, anota en el prólogo al modo de manifiesto breve pronunciad­o al pasar. Aunque no por eso deba confundirs­e a Katchadjia­n con un escritor anti intelectua­l, sino que por el contrario pareciera utilizar lo conceptual para ir en contra del pensamient­o normativo (eso también llamado bien pensante o literatura inteligent­e). En su caso, lo conceptual es una forma de producir dispositiv­os inútiles, máquinas rotas, falladas, que evitan, precisamen­te, el comportami­ento mecánico.

De todos modos, el enemigo de Katchadjia­n es el buen gusto, al cual en estos cuentos ataca con armas nobles y absurdas, como si quisiera hacer tambalear la divisa de Baudelaire: “Ser sublime sin interrupci­ón”.

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DIEGO WALDMANN Historias con transforma­ciones aleatorias y volantazos narrativos.
 ??  ?? Tres cuentos espiritual­es Pablo Katchadjia­n Blatt y Ríos
144 págs.
$ 420
Tres cuentos espiritual­es Pablo Katchadjia­n Blatt y Ríos 144 págs. $ 420

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