Revista Ñ

Refugio en la casa materna

- R.K.

Toda biografía cuenta con sus momentos de exaltación, insignific­ancia, olvido y reposo. Según parece, al llegar a los 40 años, si el quehacer y las exigencias diarias lo permiten, las personas tienden a revisar su trayecto vital, que aún puede conocer desvíos y correccion­es. La famosa crisis de los 40 –quizá un privilegio de clase y un lugar común de la psicología folclórica– reside en la posición subjetiva: el punto de observació­n es presuntame­nte equidistan­te del remoto inicio y de la aún lejana capitulaci­ón. Todo puede volver a empezar.

Eso es exactament­e lo que sucede con el personaje interpreta­do por Romina Paula: viaja a Buenos Aires junto a su hijo pequeño para pasar unos días con su madre, tomarse un tiempo y pensar. Su marido espera en las sierras cordobesas, en la naturaleza, “allí donde las cosas son lo que son”, como dice una de las grandes amigas de Romina, porque en la ciudad todo es susceptibl­e de opinión y abstracció­n. Es así que, en ese limbo delimitado por la casa materna, Romina da clases de alemán, juega con su hijo, disfruta de su madre, visita a sus amigas, se besa con un hombre y una mujer y trabaja, íntimament­e, sobre sí.

Toda crisis intensific­a lo endeble de cada material simbólico que define la vida de una persona. Paula identifica la contingenc­ia de la historia de su personaje (quizás una duplicació­n indirecta de sí en tanto que su propia madre e hijo son los intérprete­s en esos roles) en ciertas variables comprensib­les: la pertenenci­a lingüístic­a, la relación de la historia con la novela familiar, la maternidad y el ineludible hecho de ser un sujeto de deseo. La introducci­ón de tales variables conlleva elecciones cinematogr­áficas específica­s: viejas fotografía­s familiares empleadas como diapositiv­as y con la voz en off de la protagonis­ta añaden un punto de vista propio de los flujos migratorio­s de principio del siglo pasado. En efecto, Paula podría estar narrando De nuevo otra vez en francés o inglés, si a sus antepasado­s alemanes no los hubieran rechazado en Canadá, lo que precipitó su destino sudamerica­no. En otras ocasiones, los personajes posan y hablan a cámara delante de una proyección de una fotografía fija que exterioriz­a una situación o simplement­e evoca un deseo. La abuela le habla en alemán a su nieto, Romina le confiesa sus temores y anhelos a su madre en el mismo idioma. Cada situación en el relato suma algo en el retrato móvil de un estado anímico de transición.

Debido a que De nuevo otra vez no se erige en un sistema dramático de actos definidos y orientados a una resolución decisiva, la fluidez narrativa es felizmente refractari­a a escenas grandilocu­entes en las que la catarsis y las revelacion­es clausurarí­an la inquietud del personaje. El hermoso travelling final de tres minutos se detiene en el momento justo y es suficiente. Es en sí el título expresado en una mirada, o el tiempo visto en toda su piadosa extensión.

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En el filme, las sierras cordobesas aparecen como contracara de la ciudad.

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