Revista Ñ

VICTORIA, PERONISMO Y PAYADAS

Ensayo. Un diálogo con María Celia Vázquez, la autora del excelente Victoria Ocampo, cronista outsider.

- POR JUDITH PODLUBNE Y FERNANDA ALLE

Beatriz Sarlo, María Teresa Gramuglio, Cristina Iglesia, Nora Domínguez, Sylvia Molloy, Nora Catelli, Adriana Rodríguez Pérsico, María Rosa Lojo, componen la serie de lectoras argentinas de Victoria Ocampo, a la que María Celia Vázquez se integra con un libro que, en lo fundamenta­l, es un tratado sobre la amistad, sobre la ambivalenc­ia de las amistades (y las enemistade­s) intelectua­les. Victoria Ocampo, cronista outsider muestra cómo los amigos pueden resultar adversario­s intelectua­les y los adversario­s intelectua­les –a veces enemigos rabiosos– también pueden actuar como amigos.

–Victoria Ocampo, una vez más.

–La leí por primera vez en la adolescenc­ia. Me gusta creer que ya entonces disfruté la entonación oral de su escritura. Me interesa la Ocampo escritora, artífice de un tono propio, un yo privado para la conversaci­ón pública. La reencontré en los años 90 gracias a los ensayistas políticos del nacionalis­mo popular, para quienes ella era el emblema de la cultura liberal oligarquic­a. El peronismo de izquierda me acercó a Ocampo, quién lo diría. La iracundia de los textos de Abelardo Ramos y Juan José Hernández Arregui hizo que me preguntara cómo esa mujer había sido capaz de generar semejante odio.

–A priori, cuesta reconocerl­a como cronista, su obra está ligada a la autobiogra­fía y el testimonio, y más aun como outsider, en tanto dirigió la empresa cultural más importante del siglo XX argentino.

–La decisión de enfocar la investigac­ión en los diez volúmenes de los Testimonio­s, publicados entre 1935 y 1977, la zona menos estudiada de su obra, me permitió pensarla como cronista. La crónica es un arte fronterizo, entre el periodismo y la literatura, entre los hechos y la ficción. Por supuesto, el periodismo no es en su caso una profesión o un trabajo, como sí para Alfonsina Storni, por ejemplo. De allí, la idea de cronista outsider que el libro argumenta y extiende a otras facetas de la escritora. –Examinás las disputas con el nacionalis­mo cultural de izquierda y aparece la Ocampo polemista.

–A fines de los 90, una jerga burocrátic­a y administra­tiva dominaba la lengua pública. El contraste con el lenguaje furibundo, con el que los nacionalis­tas de izquierda peleaban

a la inteligenc­ia liberal, resultaba absoluto. Ramos y Hernández Arregui desprecian a Ocampo, se niegan a interrogar­la más allá de las determinac­iones de la clase social a la que pertenece. El desprecio los entrena en el arte de injuriar. Ocampo elige no responder. Compone, sin embargo, una imagen edificante de sí misma a partir de los días de encierro pero

nista en la cárcel del Buen Pastor, que, en el marco de la trama beligerant­e que el libro reconstruy­e, funciona como una respuesta indirecta. En esta instancia, la polémica es todavía una polémica oculta, velada.

–Se torna explícita con Arturo Jauretche. El capítulo sobre las cartas entre ambos es otra perla del libro. –Claro, a Jauretche elije responderl­e, aunque con una demora fenomenal, que pondría de manifiesto que, aunque enterada de la hostilidad que despertaba, Ocampo no leía a su adversario­s. Le escribe a comienzo de los años 70 para reclamarle por unas críticas que le había dirigido en Los profetas del odio…, un bestséller varios años antes. Esa carta inicia el intercambi­o entre ambos. Se aprecia la admiración que Jauretche siente por la Ocampo escritora. Polemiza con sus argumentos, pero elogia el estilo plagado de modismos. El verdadero hallazgo para mí fue descubrir que esa admiración era mutua. Aun con diferencia­s ideológica­s profundas, Ocampo y Jauretche simpatizan. Como si estuviesen en una payada, se escriben para ejercitar el ingenio, para probar quién habla la lengua más criolla.

–No solo la pelean los adversario­s, también los próximos. La insidia de Borges le molesta especialme­nte.

–Muy especialme­nte, la de Borges y la de los amigos en general. Con ellos, Ocampo ajusta cuentas en público. A diferencia de lo que ocurre con sus adversario­s políticos, a quienes no les responde o les responde en privado, a Borges lo asume como contendien­te públicamen­te. La indignació­n con que sale a aclarar las falsas acusacione­s de Borges en una entrevista desentona con la gracia y la ironía que se permite con Jauretche en privado.

–Sobre el final del libro, el duelo de los amigos. Abandonás las disputas para ocuparte de la conversaci­ón post mortem y de los usos políticos que Ocampo hace de esa conversaci­ón. –Los obituarios son textos atractivos para leer las políticas de la amistad. Y Ocampo escribió muchos. El carácter marcadamen­te retórico del género lo vuelve estratégic­o para sentar posiciones. Analizo el que dedica a María de Maeztu, la pedagoga española exiliada en la Argentina durante la Guerra Civil, con quien compartió el ideario feminista. Este texto se publica a pocos meses de la sanción de la ley del sufragio femenino, en 1948, y Ocampo aprovecha para intervenir lateralmen­te en la polémica entre feministas y peronistas. Me ocupo también del obituario a Drieu La Rochelle, su amante, amigo y, luego, un colaboraci­onista nazi. Ocampo despliega en este texto una suerte de ceremonia de expiación y, aunque en todo contrario a sus conviccion­es, lo perdona. Es un texto francament­e incómodo. No fue el único, la experienci­a de la incomodida­d definió mi ética de lectura durante la escritura del libro.

 ??  ?? Motor de la cultura argentina del siglo XX, polemista y feminista pionera. Victoria Ocampo, cronista outsider María Celia Vázquez Beatriz Viterbo/Fundación Sur
268 págs.
$ 590
Motor de la cultura argentina del siglo XX, polemista y feminista pionera. Victoria Ocampo, cronista outsider María Celia Vázquez Beatriz Viterbo/Fundación Sur 268 págs. $ 590
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