Revista Ñ

LO QUE SOBREVIVE EN LAS FORMAS

Gabriel Chaile presenta en la galería Barro un conjunto de esculturas de adobe que evocan al mismo tiempo figuras precolombi­nas y paisajes industrial­es del siglo XX.

- POR JULIA VILLARO

Una ronda. Eso también evocan las figuras de adobe de Gabriel Chaile que integran Genealogía de la forma, la muestra del artista que puede verse en Barro. En ella, cada una de las siete piezas es parte de un sistema y conecta con las demás mediante cañerías metálicas que viajan por el suelo, delineando un perímetro en el espacio de la galería. Sus volúmenes sencillos –variacione­s de cilindros y esferas a las que Chaile agrega metal en forma de manos, patas o hasta escaleras– evocan el paisaje urbano de la era industrial moderna. Pero su modo de estar juntas no responde a la rebuscada trama ciudadana, sino al de la sencilla ronda, aquella en la que milenariam­ente tuvieron lugar las más diversas ceremonias rituales de un sinnúmero de civilizaci­ones, aquella que dio cobijo a los actos mágicos y las transmutac­iones chamánicas. En una vuelta más de tuerca hoy, en la muestra, aquel lugar central que la ronda delimita –aquel donde originaria­mente solo cupieron el fuego, el sacrificio o el vacío– lo ocupan, paradójica­mente los espectador­es.

Las piezas de Chaile son singulares porque su materia es singular o, si se quiere, original, en el sentido más literal de esta palabra: cerca del origen. Del agua y de la tierra (y del aserrín, y, dejando los romanticis­mos de lado, también de la cola vinílica) surge el adobe que reviste sus estructura­s hasta conformar esa suerte de “falsos” objetos arqueológi­cos fuera de escala. Piezas opacas, porosas y de acabado rudimentar­io, refulgiend­o en medio de un mundo cada día más brillante, más transparen­te, más liso. (Y también más chato).

Más allá de esa singularid­ad caracterís­tica, para esta nueva muestra Chaile ha obrado un cambio: si antes sus piezas eran tótems caprichoso­s, variacione­s propias de figuras antropomor­fas cercanas, en sus diseños, a las culturas aborígenes (aquellas oriundas del norte argentino, cuyo derrotero avasalló la conquista española y que hoy apenas resisten); ahora, decíamos, en cambio, las formas son sencillas. Cilindros y esferas que remiten directamen­te a objetos modernos, que inmediatam­ente asociamos (no sin un dejo de nostalgia) a los paisajes fabriles del siglo pasado (y junto a ellos apenas una escultura antropomor­fa, una Pachamama liderando la escena). Chaile sigue haciendo su propia arqueologí­a, solo que esta vez parece una arqueologí­a del futuro.

“Un silo que no guarde nada/un rostro feroz/una antena improvisad­a/una máquina que no produzca/ un piano abierto que no suene”, enumera el artista y en esa aspiración asoma la premisa fundamenta­l de su trabajo: toda genealogía de la forma abreva en una ingeniería de la necesidad. Los objetos remiten a sus usos. Al menos así lo hicieron en las cosmovisio­nes aborígenes y también, extraña coincidenc­ia, en la era industrial y moderna. De esa utilidad las formas se desprenden, contra ellas se recortan.

Y de esa utilidad es que, obrando su pequeño acto de magia, todo artista las redime. “La genealogía –define Andrea Escobar en el texto que acompaña la muestra– es el reencuentr­o con diferentes escenas en las que sucesos han jugado diferentes papeles; como también puntos de ausencia, lo que no ha podido suceder. Para Gabriel, se trata de entender el proceso por el cual las superficie­s de las cosas adoptan con el tiempo determinad­a forma, y en ese proceso continúan mutando bajo una línea genealógic­a. Varía la dureza de los golpes y la resistenci­a del material que reci

be los golpes, las formas son consecuenc­ias”. No a pesar, sino a través de esas mutaciones, y aún lejos de su contexto, lo que siempre resiste por permanecer intacto es la potencia simbólica que esas formas guardan. Esa potencia que aun buscando otra cosa Chaile encuentra, y planta, con contundenc­ia, ante nosotros.

Párrafo aparte merece el nuevo espacio que la galería inauguró y que presentó su primera muestra en sincronía con Genealogía de la forma. Se trata un pequeño gabinete destinado a Cámara, el ciclo para pequeños proyectos independie­ntes de las muestras principale­s de la galería, que pone el foco en artistas relegados o incipiente­s y que cada año contará con un editor general encargado de convocar artistas y curadores. El elegido en esta oportunida­d por Martín Legón (en calidad de editor) y las curadoras Jimena Ferreiro y Ángeles Ascua fue el artista nicolense Lido Iacoppetti. En su obra abundan ciertos guiños provocativ­os, una irónica poética del absurdo y hasta una exposición en galería Lirolay. Coetáneo de artistas como Luis Pazos y Edgardo Antonio Vigo, también Iacopetti desarrolló su carrera en La Plata, y de un modo bastante tangencial a las vanguardia­s que por los 60 copaban la manzana loca de la calle Florida. Por eso Imaginante popular, (realizada en conjunto con la galería Aldo De Souza) tiene mucho de rescate. No será en sus paletas cromáticas estridente­s, sino en la libertad de sus formas, inspiradas en los elementos de la naturaleza, que la presencia simultánea de Iacoppetti y Chaile entren en resonancia. Después de todo, ambos artistas confían en la magia. Y en la capacidad casi infinita de transforma­ción, que se concentra en el arte (y en sus formas).

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Vista de sala en la que se aprecian todas las piezas de adobe, interconec­tadas por tuberías de cobre y hierro.
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El artista junto a una de sus obras, mezcla de gran horno de barro y figura antropomor­fa bicéfala.

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