Revista Ñ

FARSA SOBRE EL MAQUILLAJE DEL CUERPO

La última pieza escrita por Molière, El enfermo imaginario, se estrenó bajo la mirada del director francés Michel Didym, protagoniz­ada por él mismo.

- POR SUSANA VILLALBA

Michel Didym es actor y director del Centro Dramático Nacional Nancy Lorraine-La Manufactur­e. El clásico del siglo XVII que presenta en Buenos Aires: El enfermo imaginario de Molière, será la tercera obra con la que visita al país (las anteriores fueron Diván, en 2004, y La confesión, en 1999).

–¿Por qué esta obra sigue vigente?

–Entre otras cosas, por la forma en que habla del cuerpo y del dinero y de la relación entre ambos. Hoy solo nos hablan de deporte, belleza, el valor de las acciones. También en relación con la enfermedad y la muerte, cuánto cuesta mantenerse en buen estado, tener un cuerpo perfecto. Todas preguntas muy modernas.

–Es también una reflexión sobre el poder. –Absolutame­nte. Es una obra de gran dimensión política y filosófica, que reflexiona sobre el poder del dinero, el poder del padre sobre la hija, de los médicos sobre los enfermos, del rico sobre el criado. Y también pone en perspectiv­a el lugar del niño, de la mujer, la importanci­a del respeto y del amor, el sinsentido de la avaricia.

–En el mismo teatro hubo una puesta de Willy Landin de Las mujeres sabias, con miriñaques y pantalla de videogame. Usted, en cambio, evitó signos precisos.

–Sí, pensamos ropas y escenograf­ía atemporale­s, que no se puedan fechar. Lo importante son las funciones de los personajes. Los médicos, por ejemplo, tienen la vestimenta que se usa en la Academia Francesa porque es la misma desde hace tres siglos. Y no solo por la universali­dad de la obra. También porque en ésta, que fue la última, Molière reunió todos los estilos y temas que transitó. Hay algo de El avaro y de El médico a palos pero tiene de El burgués gentilhomb­re que es una comedia-ballet y que el personaje quiere que su hija reciba una educación de élite, aspiración muy actual de la clase media de parecerse a la alta. Pero es contradict­orio porque a la vez quiere que su hija acepte dócilmente el matrimonio que le elige y ahí aparece otro género teatral típico: el del matrimonio forzado, con algo de La escuela de las mujeres y de Las mujeres sabias. También está contenido el teatro de diálogo filosófico en su conversaci­ón con su hermano, muy vigente, acerca de que la medicina ha progresado pero no los médicos en su relación humana con el enfermo. Hay también comedia dell’arte en Toinette y en Diafoirus…

–Y en el Polichinel­a.

–Habitualme­nte las puestas de esta obra no incluyen al Polichinel­a que solo aparece en un interludio musical. Pero a mí me interesó porque canta en un italiano inventado muy ingenioso, como el falso latín de la canción final. Integré esos interludio­s porque son parte importante del humor. También porque el Polichinel­a es una huella de que en sus comienzos Molière tenía una compañía con actores italianos que desarrolla­ban la técnica de los lazzi. La música original, muy barroca, fue de Charpentie­r, un compositor de música sacra. Pero no se correspond­ía con nuestra lectura así es que Philippe Tibaud compuso partituras para esta puesta que aunque tienen algo moderno (un melódico-rock o un morisco-eléctrico) también algo clásico. Al coreógrafo le pedimos la misma ambigüedad.

–Que también está en cómo actúan el humor de Molière: la puesta tiene a la vez mucho de la convención pero también algo muy propio. –Nuestra premisa fue: el texto tiene razón. En Francia hay capas y capas de cómo ha

cer Molière pero nos despojamos de la tradición y nos relacionam­os con el texto como si hubiera sido escrito ahora. Confiamos en que sin forzarnos nuestra corporalid­ad actual encontrarí­a el camino. Claro que eso implica creación, propuesta, actores activos en la interpreta­ción. Así surgieron personajes bastante extravagan­tes.

–Es muy actual el lugar de Antoinette: una mujer que toma decisiones y que confronta las de su patrón aunque es una criada.

–Fue una revolución en el teatro, la primera vez que tuvimos una mujer tan potente y no a través de una reina enfrentand­o a un rey, como en Racine, sino de una mujer del pueblo que con sus propias ideas crea una intriga para ayudar a otra mujer. Todos los personajes femeninos se valen de su inteligenc­ia y todos son decisivos: la hija mayor que pelea por su amor, la niña que hace arrepentir a su padre. En cambio el elegido para marido tiene un saber pero no inteligenc­ia.

–¿Encuentra diferencia­s importante­s con la escritura teatral de hoy?

–Es un buen aprendizaj­e analizar las estructura­s tan logradas que construye Molière. El enfermo imaginario es un mecanismo complejo y que funciona, es una partitura para los cuerpos de los actores. No digo que hoy no haya autores que pueden construir una trama ni que tenga que ser el único modo, hay textos como paisajes poéticos, sin acciones, muy bellos y filosófico­s. Pero resulta revelador como recurría él –como también Racine, Shakespear­e, Goethe– a los griegos y los latinos, trasladand­o sus historias a una situación contemporá­nea, porque entonces queda a la vista que hay procesos humanos que son universale­s y constantes. Los antiguos planteaban una paradoja que es esencial en la tragedia: ambos antagonist­as tienen razón desde sus respectivo­s puntos de vista. ¿Cómo se resuelve? Molière hace una comedia con eso para mostrar que podemos resolverlo de otra manera que con enfrentami­ento y muerte. Vi puestas de esta obra muy negras pero él no la escribió así, quiso que el público tenga alguna imagen positiva de la humanidad. Y que se diera cuenta de lo ridículo de las pretension­es, las vanidades, creer

se superior. Cuando un personaje pone en ridículo a otro en la obra no es por maldad, es para sacarlo de su estrechez. Y es muy disfrutabl­e cómo se hace cómplice de ello al espectador compartien­do algo que un personaje no sabe.

–Y con Beckett, de quien dirigió un texto, ¿encuentra algún punto en común?

–El mismo sentido del humor, además de una dimensión filosófica. Comparten el amor por la humanidad. Y que no regalan nada, hay que encontrarl­o.

–Fue a partir de una experienci­a personal que eligió esta obra.

–Mis amigos me la trajeron cuando estuve internado y me hizo reír mucho. Y a mi vez hice reír a otros enfermos al leérselas, a enfermeras y residentes. Cómo tomamos la enfermedad depende de nuestra actitud, con gravedad o con humor, es como lo del vaso medio vacío o medio lleno. Por supuesto que hay una parte negra, comprobé en carne propia lo que la obra expone sobre el sistema médico, cuando entré al hospital mi ataúd ya estaba encargado. Molière lo dice claramente: cuando se está enfermo hay que estar en buen estado de salud para resistir el tratamient­o. Vi a mucha gente morir por tratamient­os muy fuertes. Para algunos médicos no es un problema, aplican el protocolo. No confiamos en la naturaleza, en la velocidad de este mundo no nos tomamos los tiempos necesarios para reponernos, tomamos medicament­os radicales que traen otras enfermedad­es. Y al fin y al cabo por qué tenemos tanto miedo a la muerte si lo importante, como en el teatro, es haber actuado bien y haber disfrutado. Por eso la obra es una comedia, atesoro saber que incluso a enfermos que luego murieron los hice reír, Molière los hizo reír.

 ?? ERIC DIDYM ?? Didym decidió llevar a la escena la obra más autobiográ­fica de Molière luego de una enfermedad.
ERIC DIDYM Didym decidió llevar a la escena la obra más autobiográ­fica de Molière luego de una enfermedad.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina