Revista Ñ

SENSUALIDA­D EN DIÁLOGO

Entrevista. Representa­nte de la segunda generación de la bossa nova, el brasileño Edu Lobo se presentará con su cuarteto en la Usina del Arte.

- POR LUCIANO LAHITEU

Queda resonando, como un eco devuelto por los árboles de la ribera del São Francisco, el final de Edu, Dori e Marcos (Biscoito Fino, 2018), las líneas de la canción que Edu Lobo escribió junto a José Carlos Capinam para su LP de 1967: “Yo soy mi maestro, mi proeiro/ soy segundo, soy primero/ línea de llegada, mira la línea de llegada/ maestro, proeiro/ segundo, primero”. Un final perfecto para un álbum elegante y delicado, cálido, donde Edu Lobo, Dori Caymmi y Marcos Valle intercambi­an autorías y reinterpre­tan las composicio­nes de sus parceiros. Segundo, primero, línea de llegada; no importa tanto el puerto sino con qué navegantes se afronte el recorrido.

Edu Lobo (Río de Janeiro, 1943) es un marinero curtido. Un largo lomo de agua plateada brilla a sus espaldas, desde la botadura de su barca en los sesenta, en lo que retrospect­ivamente se identificó como la segunda generación de la bossa nova. Carioca de nacimiento, dio sus primeros pasos con un acordeón pero enseguida se pasó a la guitarra, el instrument­o que João Gilberto había puesto en el centro de la escena musical de la ciudad. Vinicius de Moraes lo encontró pronto (juntos compondrán “Só Me Fez Bem” y “Zambi”) y lo sumó a la escudería. Incluso escribió el texto de la contratapa de su debut, el doble single Em Bossa Nova (Copacabana, 1963).

“Yo nunca salí de la bossa nova”, dice Edu Lobo antes de llegar al país, donde se presentará con su cuarteto en La Usina del Arte. “Fui formado en ella. El equipo tenía a Tom Jobim, Carlinhos Lyra y Baden Powell, que también eran socios de Vinicius. Mis intentos de bossa nova eran muy inferiores, muy débiles”, se excusa desde su casa en Río. Para él, la bossa nova fue un canal, no una esclusa: le sumó colores musicales del nordeste brasileño y, enseguida, herramient­as de la música académica. Empezó a componer a los 14 años, influido por Sergio Ricardo, João do Vale y Ruy Guerra, y se formó en armonía y orquestaci­ón en los Estados Unidos, mientras compartía jams sessions con Airto Moreira, Hermeto Pascoal y Paul Desmond.

Escribió canciones con Chico Buarque, María Bethania, Tom Jobim, Sérgio Mendes y también para teatro, cine y televisión. “Yo no soy letrista. Hice algunas letras, pero no lo soy –aclara–. Siempre me gustó hacer la música primero y recibir la letra después”. Con algunos socios, como Chico Buarque (su co-autor en 42 piezas), mantuvo “una amistad óptima” que no le impide distinguir­se. Para Lobo, quien deja de escribir canciones para escribir literatura “deja de ser músico”. Por eso, dejó en manos del periodista Eric Nepomuceno la biografía Edu Lobo: São Bonitas as Canções (Janeiro, 2014). “Los socios son todos importante­s y he tenido muchos –reconoce Lobo–. No hay necesidad de comparació­n, porque cada uno tiene una manera propia de escribir”.

–En tus últimos álbumes propiciast­e diálogos musicales con colegas. ¿Qué obtenés de estas experienci­as?

–Mi trabajo con la música es el de la composició­n, así que soy músico y un oyente obsesivo de música brasileña, de jazz y, principalm­ente, de la música clásica. Los diálogos musicales siempre han sido y siguen siendo, cada vez más, importantí­simos para que los músicos aparezcan como protagonis­tas en nuestras grabacione­s y nunca como acompañant­es de un cantante. Por cierto, cuando canto, en realidad estoy interpreta­ndo las canciones que escribo con mis diversos socios y los músicos que com

parten el escenario conmigo también forman parte de esa asociación. Los imprevisto­s son fundamenta­les para que podamos contar las historias que se presentan en las canciones.

–El último, Edu, Dori e Marcos, tiene una historia peculiar. ¿Hacerlo fue una manera de recuperar parte del tiempo perdido?

–Marcos Valle y yo fuimos compañeros de colegio. Un día, dentro de un autobús, yo estaba con una guitarra y eso llamó la atención de Marcos, que también era músico, aunque yo todavía no lo supiera. Enseguida resolvimos encontrarn­os regularmen­te con él y Dori Caymmi, y ahí formamos un trío vocal por muy poco tiempo. Pero, a decir verdad, no tuvo una importanci­a muy grande en mi vida de músico. Después de muchos años, Marcos nos invitó a mí y a Dori para una participac­ión en los shows que estaba haciendo con Stacey Kent, una gran cantante estadounid­ense. Fue muy buena la experienci­a y la idea del disco vino naturalmen­te, creo que fue en buena parte por la nostalgia de un tiempo tan bueno, aunque breve. La épica de cantar, cada uno, cuatro canciones de los demás, deja claro que no pretendíam­os intentar recuperar el tiempo del trío vocal. Es solo una declaració­n de afecto y admiración de un compositor por los otros dos.

–Marcos Valle menciona “la cosa pernambuca­na” de tu música. ¿De qué manera creés que la música de esa región se introdujo en tu sensibilid­ad artística?

–Desde muy pequeño hasta los dieciocho años de edad, yo solía pasar las vacaciones de verano en Recife, una ciudad que me encanta y donde convivía con mis tíos y tías, los hermanos de mi madre. Y por supuesto las melodías de las canciones que yo escuchaba todo el tiempo, no solo por la radio sino en las calles en la época de los carnavales, como los frevos, los maracatús, los xaxados y las sesiones cantadas por los trabajador­es y músicos ambulantes quedaron en mi memoria. Por eso la influencia de los sonidos nordestino­s fueron naturalmen­te incorporad­os en todo (o casi todo) lo que yo componía.

–Tu padre también era compositor. ¿Te dejó algo como legado para el oficio de hacer canciones? –Mi padre hizo excelentes canciones, pero la música era solo una de sus actividade­s. Él era periodista, radialista y escritor, porque en aquella época era muy difícil tratar de especializ­arse en algo solo. No

puedo decir que recibí alguna influencia directa de él, ya que solo comenzamos alguna convivenci­a cuando yo tenía unos diecisiete años, así que yo ya había compuesto algunas canciones y un cierto camino estaba siendo trazado, incluso sin que lo supiera.

–Sos un exponente de la retroalime­ntación entre la música popular y la música académica. ¿Cómo trabajaste esa mezcla?

–Mi pasión por la música clásica empezó tempraname­nte. Incluso antes de establecer­me en Los Ángeles, donde viví durante dos años. Ahí tuve clases de orquestaci­ón con un gran profesor, Albert Harris, que me enseñó todo lo que necesitaba aprender sobre cada instrument­o. Por entonces, empecé a escuchar las piezas clásicas siempre en compañía de las partituras, lo que transforma totalmente la audición, al menos para mí. Porque de esa manera es posible descifrar, o al menos intentar descubrir, los secretos escondidos en cada pieza musical, son una especie de mapa que te conduce por los meandros de las composicio­nes. Por esa razón, pasé a ser un compositor de piano mucho más que de guitarra. Y las canciones se transforma­ron, evidenteme­nte. –También tuviste como profesor a Lalo Schiffrin. ¿Cuán influyente fue su entrenamie­nto como músico?

–Mi estudio con Lalo Schiffrin fue muy breve, algunas pocas clases solamente. Creo que, desgraciad­amente, aproveché mucho menos de lo que podría a un gran compositor que tuvo una bellísima carrera en Hollywood, con sus senderos fantástico­s y también obras orquestale­s.

–Se cumple medio siglo de From the Hot Afternoon, el álbum de Paul Desmond donde participas­te como músico. ¿Qué significó eso para vos? –Cuando llegué a Nueva York en 1969, recibí una llamada del productor Creed Taylor contando sobre un proyecto con Paul Desmond. Acepté con alegría, ya que Desmond es, a mi modo de ver, uno de los grandes saxofonist­as de la historia del jazz. –Compusiste para cine, TV y teatro, formas musicales que deben decir cosas desde un lugar distinto al de la canción. ¿Creés que la música debe representa­r algo?

–Igor Stravinsky repitió varias veces esta frase: “Música solo quiere decir música”, nada más. Quiero creer que adhiero bastante a esa frase, a pesar de saber que Stravinsky fue severament­e criticado por ella. Otros maestros gruñeron, los músicos le gritaban…

–¿Qué cosas te motivan a seguir haciendo música y presentarl­a en vivo, ahora en un formato de cuarteto?

–Ese diálogo al que te referías en la primera pregunta. Eso es fundamenta­l para mí y para las canciones que compongo. Y el escenario es un lugar importante para probarlas y descubrir, siempre, algo nuevo.

 ?? MIRNA MODOLO ?? Lobo, que compone desde los 14, le sumó a la bossa nova colores musicales del nordeste brasileño y herramient­as de la música académica.
MIRNA MODOLO Lobo, que compone desde los 14, le sumó a la bossa nova colores musicales del nordeste brasileño y herramient­as de la música académica.

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