Paseo por las entrañas del Teatro Nacional
Sábado, quince minutos antes de las 11 de la mañana, hall de entrada del Teatro Nacional Cervantes. La gente que va arrimándose terminará por constituir un grupo variopinto de cuarenta personas exactas. El propósito común: emprender a esa hora inopinada una aventura teatral. ¿Esto quiere decir un espectáculo? Sí, un espectáculo y también un viaje lleno de revelaciones, sorpresas y regocijos; un recorrido por las entrañas reales y simbólicas del Cervantes y por la idea misma de aquello que llamamos teatro.
En los setenta minutos que dura esta visita guiada llamada La Guiada, cuatro fenomenales intérpretes (Nicolás Levín, Milva Leonardi, Gustavo Di Sarro y Marcos Krivocapich) serán sucesivamente guías disparatados, utileros a destiempo, encarnaciones de Eva Franco, Berta Singerman, Luisa Vehil; también serán cantantes, bailarines, directores de teatro paródicos, comediantes desaforados. Atención: no hay ningún caos en este periplo. Los sucesivos momentos tienen un orden y una lógica casi naturales y los espectadores vamos siguiéndolos dócilmente, subiendo y bajando las escaleras e internándonos en pasillos ignotos y en patios y camarines a los que el público nunca accede. Los recorremos con la feliz certeza de que lo que viene a continuación será algo más por descubrir: una escena de music-hall, un pretendido ensayo, una explicación seria –en fin, no excesivamente seriasobre la manera en que se edificó el Teatro Cervantes, un secreto suculento encontrado en una vieja revista del corazón.
En cierto momento aparece una instancia serena, sin ninguna acción: sentados en una de las galerías de la sala principal María Guerrero, los espectadores vemos cómo van iluminándose los cinco pisos de la sala. Solo eso: el simple acto de la luz, esa gran maga del teatro, expresada de la manera más pura.
Y hay también mucho humor en La Guiada, humor del bueno, ese humor imprevisible y genial del director Gustavo Tarrío –responsable de la dramaturgia junto con Aldana Cal–, que no renuncia a decir tres o cuatro cosas muy bien puestas sobre la realidad nacional.
Hablando de realidad nacional: el director del Cervantes, Alejandro Tantanian, quiso que en esta visita guiada escénica estuviera presente la idea de “lo nacional” y así este concepto aparece como el sujeto recurrente de una discusión (¿qué es un teatro nacional?, ¿cuán nacional es un teatro nacional?) sin que los actores, o mejor dicho, sus distintos personajes, lleguen a ninguna conclusión.
La historia del Teatro Cervantes tiene desde su origen un tinte peculiar: la actriz madrileña María Guerrero y su esposo Fernández Díaz de Mendoza, un aristócrata sin dinero, llevaron adelante la idea faraónica de construir en gran escala, en la ciudad de Buenos Aires, un edificio destinado a sala de teatro. Compraron el predio de Libertad y Córdoba e hicieron traer desde España, con la ayuda del rey Alfonso XIII, los azulejos, las telas de damasco, las baldosas rojas y las puertas de los palcos copiadas de una antigua sacristía. Y también butacas, bargueños, espejos, bancos, rejas, herrajes, candiles, lámparas, faroles, cortinados, tapices y el telón del escenario bordado en oro y seda. Fue inaugurado en 1921 pero cinco años más tarde los cónyuges tuvieron que llevarlo a remate, en parte por la impericia como administrador del bueno de Díaz de Mendoza. Sin embargo, gracias a gestiones oficiosas de buenos amigos, la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear adquiere el Cervantes y lo instituye como teatro oficial un tiempo después.
La Guiada reúne en su relato estos y otros condimentos históricos, el marco sociopolítico de la época y testimonios tomados de los trabajadores del Cervantes, protagonistas a su manera de la obra. Pero de las circunstancias y acontecimientos de esta historia surge, como si fuera el juego de un prestidigitador, un fresco exuberante y vivo, como está vivo aquello que llamamos teatro.