Todo lo que sí ha conseguido Trump
EEUU. Mientras se convertía en objeto de mofa, el presidente ha seguido con su agenda global.
Cuando Donald Trump se presentó a las primarias republicanas, fue acogido con sonrisas cómplices. Todos pensaban que iba a dar una vuelta al escenario para desaparecer rápido de la escena política. Finalmente, burló todos los pronósticos, ganó las elecciones y anunció su determinación de cambiar Estados Unidos. También anunció, en la campaña electoral, que iba a romper con la política exterior seguida por todos sus predecesores, que no había conducido más que al declive. Prometía “hacer América grande de nuevo”.
Tales anuncios fueron acogidos con escepticismo. Ningún especialista reconocido en cuestiones internacionales aceptó formar parte de su equipo de campaña. Al contrario, antiguos diplomáticos, generales en la reserva y especialistas de los think tanks existentes ponían en guardia en público a los electores estadounidenses sobre los peligros de que un Donald Trump presidente podría hacer correr a su país, a su prestigio y seguridad.
Sus primeros pasos como presidente han sido juzgados como catastróficos y han sumido a la casi totalidad de dirigentes y observadores en un abismo de perplejidad. Comportamientos groseros, declaraciones incendiarias y racistas, rechazo de los aliados tradicionales y de las reglas comunes establecidas, desconocimiento burdo de las cuestiones en juego, uso compulsivo de Twitter... El presidente estadounidense se había convertido en objeto de bromas.
Error terrible, pues no asistimos a una comedia sino a un drama que se despliega ante nuestros ojos sin que tengamos verdaderamente conciencia de ello.
Mientras se burlan de él, Trump sigue adelante con su agenda. No es que sea irracional; simplemente tiene otras prioridades. Quiere que la ilusión de un mundo unipolar, que, entre otras consecuencias, había conducido a la catastrófica guerra de Irak, se convierta no ya en una quimera costosa para Estados Unidos sino en una realidad que es, de hecho, peligrosa para quienes se oponen a ella.
Tal vez se halla en condiciones de ganar su apuesta. Ha renunciado a la ilusoria política de hegemonía liberal impulsada por todos los presidentes estadounidenses desde el fin de la guerra fría, hecha de intervenciones militares para exportar los valores universales y la democracia, y no milita por el establecimiento de regímenes democráticos, sintiéndose a veces más próximo a dictadores confesos (Kim Jong Un) que a dirigentes electos (Merkel, Macron). Sigue apoyándose en la fuerza militar y llevó el presupuesto militar a 720.000 millones de dólares. Pero quiere mostrar su fuerza para no tener que utilizarla, hecho por otra parte inútil. La amenaza de sanciones, de cierre del mercado estadounidense y la aplicación de una legislación extraterritorial a otros países bastan para hacerles pasar por el aro. No contento con haber renunciado al acuerdo sobre la cuestión nuclear iraní, quiere prohibir a todos los que compren petróleo a Teherán. Los demás protestan y se oponen, pero aceptan aplicar las decisiones de Trump. Más que expediciones militares, se decretan sanciones y se amenaza a quienes no quieren seguir este camino. Se trata ya de que ningún país compre petróleo iraní. Cuba, Venezuela, Irán: Trump espera que la asfixia económica los conduzca a una revuelta popular que desemboque, más que en una intervención armada, en un cambio de régimen. Espera lograr por los mismos medios desnuclearizar Corea del Norte.
Si alcanza uno solo de estos cuatro objetivos, podrá presentarse como triunfador ante los electores ya satisfechos por la buena salud económica del país y conservar el poder hasta el 2024. ¿Establecerá entonces un imperio americano que cuestionará más que nunca la soberanía de los otros países (China, Rusia, la Unión Europea)? Eso depende ante todo de su reacción. ¿Le dejarán hacer? Trump triunfaría entonces gracias a su inacción y a su división.