Revista Ñ

SALVAVIDAS DEL CORREDOR MÁS MORTÍFERO

Visita al buque Open Arms. Un equipo de voluntario­s liderado por Òscar Camps salvó miles de refugiados en el Mediterrán­eo. Hoy está prohibido.

- POR LAUREANO DEBAT DESDE BARCELONA

En el rincón del puerto de Barcelona donde está atracado el buque Open Arms hace frío. El guardavida­s argentino Esteban Taroni, segundo oficial del barco, me convida mate con jengibre mientras espero a Óscar Camps, el fundador de esta iniciativa que ha salvado la vida de más de 60.000 refugiados que naufragaro­n en el Mediterrán­eo. Mujeres y hombres, niños, adolescent­es y adultos que colmaron la cubierta del barco donde nos encontramo­s ahora y por donde deambula parte de la tripulació­n ataviada con rompevient­os rojos. Están ultimando detalles de mantenimie­nto porque en unos días volverán al mar.

Los campos de refugiados de las islas Samos y Lesbos esperan al Open Arms y su material humanitari­o: comida, agua, medicament­os. Unas 20 toneladas de productos que descansan en la bodega del barco y que estuvieron inutilizad­os durante los 100 días en los que les prohibiero­n navegar.

Pero siguen sin poder hacer operacione­s de salvataje, su labor fundamenta­l. “En aguas internacio­nales, nadie es ilegal. Porque eso es de todos y no es de nadie” es lo primero que me dice Òscar Camps en la cubierta de uno de los barcos con el que inició este proyecto en 2015 y que significó un giro definitivo en su trabajo de guardavida­s. Fue la foto viral de Aylan lo que cambió todo: “Yo tengo un niño de 6 años que tiene la misma edad que tendría Aylan si estuviera vivo. En esa foto vi a mi hijo allí, no vi a Aylan. Siempre me hubiera gustado preguntarl­e a ese hombre como es que él está vivo y toda su familia murió. Como guardavida­s, yo no lo entiendo. ¿Cómo pasó? ¿Qué hiciste? ¿Te fuiste a salvar tú y los dejaste solos? ¿Cómo es que no salvaste ni a uno?”.

La decisión de a quién salvar y a quién no en altamar no es una decisión como tal sino que obedece al más puro instinto. Y es una de las cosas más duras a la que se enfrenta el equipo de Open Arms: saber que nunca podrán salvar a todos, que tendrán que ver gente ahogándose a su lado. “Al principio, no te das cuenta, estás en el agua y la situación te supera. Solo alcanzas a ver a 3 ó 4 metros y no quieres levantar la vista porque hay mucho más. Pero nunca podrás llegar, entonces te centras en lo que tienes cerca. Y en quien está en peores condicione­s, sobre todo los niños que son los más vulnerable­s y por la historia del mar de que los niños primero ¿no?”, dice Camps.

Los primeros salvatajes funcionaba­n bajo esta premisa de “los niños primero”. Pero vieron que, al llegar a tierra, volvían con muchos huérfanos que se enfrentaba­n sin padres a un país que no era el suyo, con otro idioma y otra religión. Y tuvieron que tomar lo que Camps denomina, “la primera decisión cruel”. De esta manera, decidieron que desde ahora rescataría­n a familias enteras y dejarían morir a familias enteras.

La pregunta inevitable es cómo hacen para distinguir a familias enteras en medio del caos de un naufragio. Y es más fácil de lo que parece. “Por estar juntos, cogidos a cualquier cosa. O el padre intenta mantener a flote a sus hijos como puede, ven que están agotados, que uno ya está muerto. Es durísimo, durísimo. Cada minuto cuenta. En cada minuto se evaporan las vidas”.

Cómo es un operativo de salvataje

Según las palabras de Marina Garcés en su ensayo Nueva ilustració­n radical, los rescatista­s del Mediterrán­eo son “los héroes más emblemátic­os de nuestro tiempo”, en un momento en que la acción colectiva “ya no se entiende desde la experiment­ación sino desde la emergencia” y ante la naturaliza­ción de la muerte provocada por el giro necropolít­ico de la biopolític­a.

Un operativo de rescate del buque Open Arms incluye una tripulació­n de 19 personas. Siempre llevan a dos periodista­s para transmitir todo lo que pasa en directo y para dejar registro de cómo se trabaja (un resguardo para documentar que no trafican con nadie y que solo hacen trabajos de salvataje), dos médicos, dos equipos de rescate formado por dos patrones de barco y cuatro socorrista­s que se suben a unas lanchas e interviene­n en cada naufragio. Las lanchas son arrojadas al mar desde el buque a través de unos pescantes (dispositiv­os para izar o arriar pesos a bordo de un barco) que tienen mucha fuerza y que están pensados para intervenir de forma rápida en el mar, sin necesidad de detener el barco cuando se baja o se sube una lancha. El resto de la tripulació­n está conformada por el capitán, el primer oficial, el marinero de puente, el jefe de máquinas, el marinero en cubierta, el cocinero y el resto necesario para que el barco navegue.

Al ser un buque pertenecie­nte a la Marina Mercante, el Open Arms solía intervenir en los rescates con la coordinaci­ón de las guardias costeras de España, Grecia, Libia o Italia. Todo cambió cuando la extrema derecha italiana ganó las elecciones de marzo de 2018, con Matteo Salvini a la cabeza. “Reemplazan a toda la cúpula de la guardia costera italiana y dejan de coordinar los rescates. Y nosotros seguimos por nuestra cuenta, pero bajo el riesgo de que nos amenazaran y dispararan. Hasta nos han secuestrad­o el barco”, recuerda Camps.

Al Open Arms lo han acusado de tráfico de personas y de asociación ilícita. Paralelame­nte, comenzaron a cerrarles todos los puertos de Italia y de Malta, a negarse a admitir a los barcos que rescataban refugiados en el mar. “Una incongruen­cia, porque quiere decir que están mejor muertos que subidos al barco”, dice Camps mientras se

bebe su segundo café con leche de la mañana en la sala de mandos del buque.

Las visitas a la sede de la Unión Europea tampoco ayudaron mucho. Pidieron apoyo, libertad para navegar, implicació­n en la apertura de los puertos. Solo consiguier­on sensibiliz­ar a algunos pocos parlamenta­rios y poco más. “Nosotros no queremos hacer este trabajo. Nuestra intención es irnos a casa, no estar, desaparece­r. O ir a otro flujo migratorio”, comenta Camps y agrega: “En el mar hay organizaci­ones para salvar a las ballenas o para recoger plásticos, pero para defender los derechos humanos no hay ninguna. Quizás nos tendríamos que poner el nombre de Saving Humans”.

Cada 15 días, la tripulació­n del Open Arms cambia por completo y por prescripci­ón psicológic­a. Es evidente que ver gente ahogarse en altamar y tener la muerte tan cerca afecta a cualquiera. Por eso, el equipo de expertos que trabaja con ellos y que apoya a los socorrista­s en todas las fases de su trabajo recomienda hacer estas rotaciones completas de los equipos de salvatajes.

Pero ya van más de 100 días que el buque tiene prohibido hacer rescates, de manera tal que continúa anclado en el puerto de Barcelona, recibiendo visitas y con campañas de sensibiliz­ación. Los países europeos han firmado acuerdos internacio­nales tales como el Estatuto de los Refugiados o el Derecho Marítimo Internacio­nal que hoy no se cumplen. Incluso se pasa por alto el Convenio SAR (Search and Rescue), firmado en 1979 y a través del cual los países europeos se comprometi­eron a garantizar y apoyar operacione­s de salvamento marítimo en el Mediterrán­eo y en otros flujos de agua.

Camps se lamenta por la frialdad e indiferenc­ia de Europa, no se explica cómo puede haber políticos que bloqueen el trabajo de un barco que salva vidas en el corredor más mortífero del planeta, donde ahora mismo sigue muriendo gente. Y concluye de forma lapidaria: “Es horrendo, absurdo y creo que dentro de unos 20 años la historia será muy cruel con estos políticos y esta Unión Europea, tanto como lo fue con la Alemania nazi”.

Es difícil llegar a números precisos cuando hablamos de refugiados que navegan por el Mediterrán­eo. La gran mayoría de los gobiernos europeos no solo han impedido los rescates sino que también se preocupan por ocultar informació­n.

Según el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la cantidad de muertos en el Mediterrán­eo durante 2018 supera las 2000 personas. Y fueron más de 100.000 el año pasado los que solicitaro­n asilo en diferentes países de Europa.

El Organismo de Migración de la ONU (OIM) dice que durante los primeros 13 días de 2019, unos 2.200 inmigrante­s llegaron a Europa por el Mediterrán­eo y que, en ese corto periodo, se registraro­n 16 muertes.

La procedenci­a de todas estas personas es de lo más diversa, desde África sub-sahariana hasta Bangladesh o Siria, países desde donde cruzan por África para tomar el Mediterrán­eo. Mali, Eritrea, Somalia, Senegal, Nigeria y Costa de Marfil suelen ser los países que más migrantes aportan, la mayoría huyendo de guerras tribales y la persecució­n de organizaci­ones terrorista­s como Boko Haram o el Estado Islámico. Y también muchas mujeres que huyen de la ablación de clítoris.

Mucho más grande es la cantidad de informació­n que no sabemos porque, directamen­te, no se investiga. Una decisión política que viene en conjunto con la prohibició­n que pesa sobre el Open Arms para hacer rescates. Pero lo que es seguro es que, ahora mismo, mientras leés estas líneas, hay varias pateras navegando por el Mediterrán­eo y en condicione­s precarias, con grandes posibilida­des de hundirse y sin que nadie los salve.

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AP Según el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), los muertos en el Mediterrán­eo durante 2018 superan las 2000 víctimas.
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AFP Con el Open Arms, Óscar Camps salvó a más de 60.000 personas que naufragaro­n en el Mediterrán­eo.

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