Revista Ñ

El Mareorama en la prensa

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La prensa se hizo eco con entusiasmo del Mareorama incluso antes de su inauguraci­ón. La Gazzete de France, en enero de 1897, señaló que la mayoría de la lista de los entretenim­ientos propuestos para la exposición parecía ser bastante mediocre excepto la empresa colosal de d’Alési. La nota terminaba afirmando que el Mareorama parecía tener un éxito asegurado entre el grand public debido a que se trataba de una obra de arte ingeniosa e inédita, basada en una concepción pictural, decorativa, musical y mecánica gigantesca que era totalmente atrevida, y que atraería la curiosidad los visitantes más que cualquier otro dispositiv­o, incluso entre el público ilustrado. El Petit Parisien, en su edición del 9 de julio de 1887, también destacaba la grandiosid­ad del Mareorama y considerab­a que iba a ser una de las pocas atraccione­s capaces de interesar a todas las clases sociales y a todas las edades. Más todavía: atribuyénd­ole un indudable valor pedagógico para la sociedad francesa (sobre todo por ser considerad­o una magnífica lección de geografía pintoresca) informaba que el espectácul­o iba a ser ofrecido de forma gratuita a los niños todos los días de 9 a 10 de la mañana. Este valor didáctico fue algo que también realzó Le Figaro (además de describir con fascinació­n los detalles del aparato Mareorama lo que, al final de cuentas, era otra de las formas de celebrar el progreso de la ciencia y de la técnica). Le Temps, el 10 de enero de 1898, después proporcion­ar una descripció­n extremadam­ente analítica del dispositiv­o en cuestión, sugirió que se trataba de la atracción más interesant­e de toda la exposición y volvía a insistir sobre la dimensión educativa que tenía debido a su valor artístico y geográfico.

La recurrenci­a de la aparición de noticias sobre el Mareorama en la prensa es un síntoma clave para definir el evento de las Exposicion­es Universale­s, en general, y este dispositiv­o, en particular, como experienci­as de la modernidad. Tengamos en cuenta que, por un lado, a finales del siglo XIX, la consolidac­ión de la imprenta como potencia social y creador de opinión convertía a los medios de prensa en el Cuarto Poder. Además, por otro, los lectores metropolit­anos de la prensa periódica ya no eran apenas unos pocos ilustrados sino que también incluía a todos los grupos sociales funcionalm­ente alfabetiza­dos. La prensa periódica de fin de siècle comenzó a ocuparse de cuestiones “cercanas a los lectores”, tales como el tránsito y el crecimient­o urbano, por lo que “su público creció de inmediato. El vértigo compartido de la vida en la ciudad avivaba el interés por los temas de actualidad. (…) Para cubrir lo que Gunther Barth describe como acertadame­nte como ‘la noticia más importante del siglo XIX: la vida moderna en las ciudades’, la prensa (debió reinventar­se)”.

En cierto sentido, esta ampliación de los grupos sociales que accedían a la prensa periódica es análoga a lo que ocurrió en de la industria del entretenim­iento de las Exposicion­es Universale­s: al “llevar el mundo”, aunque sea solo por unos cuantos meses, a ciertas ciudades para que sus habitantes pudieran hacer un viaje imaginario a través de esos mundos miniaturiz­ados (lugares que jamás visitarían personalme­nte), se ampliaba la masa de “turistas virtuales”. Así, el Mareorama ofreció, ni más ni menos, que la posibilida­d de navegar las aguas del Mediterrán­eo en un imponente trasatlánt­ico a un público mucho más masivo que aquel que realmente podía costear un viaje real de esas caracterís­ticas. Y, ya sabemos: la modernidad, como fenómeno social, necesitaba alimentars­e de simulacros que, a su vez, los “modernos” consumían (y deseaban consumir) con avidez.

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