Revista Ñ

BATALLA DESIGUAL CONTRA LAS FAKE NEWS

Entrevista con Carla Robbins. La periodista y docente de EE.UU. alertó por el papel desestabil­izador que juegan los trolls organizado­s en el debate político.

- POR GISELA DAUS

No me gusta la expresión fake news. Es un problema de desinforma­ción –a nivel mundial– y manipulaci­ón y de la mala informació­n. La razón de que no me guste es porque políticos o autócratas lo usan para atacar a las noticias reales (y periodista­s) que no les gustan. No es un término normal: se expandió desde sociedades autoritari­as y resultó un atajo para influencia­r campañas. En EE. UU. en especial, y por parte de los rusos, para interferir en las elecciones. Confunde a la gente para socavar la confianza en las institucio­nes, el periodismo, la verdad, la democracia en general”, sostiene la periodista estadounid­ense Carla Robbins.

Robbins es doctora en Ciencia Política (U.C., Berkeley); exeditora del New York Times, trabajó en el Wall Street Journal y fue co-ganadora de dos premios Pulitzer (1999, 2000). Vino hace pocos días a dictar un seminario sobre fake news en la Universida­d Argentina de la Empresa. Antes de una clase, conversó allí afablement­e con Ñ.

–¿Fake news es una expresión manipulada y para manipular?

–Hay una campaña de Rusia –fue usada contra países del centro, este, oeste de Europa y EE. UU.– con la intención de separar aliados, y en general para que las personas se cuestionar­an la fiabilidad de las institucio­nes democrátic­as fundamenta­les. Los rusos dicen que no se puede confiar en nada, por ende lo mejor es confiar en un líder autoritari­o... Cuando tomaron Crimea, fue donde primero se vio: bombardear­on con noticias falsas en medios y redes sociales, para desacredit­ar al gobierno de Ucrania. Es una doctrina militar declarada del gobierno ruso, una “guerra híbrida”. De cierto modo es algo antiguo: las noticias falsas y la desinforma­ción estuvieron siempre. La diferencia ahora es que tenemos redes sociales y las cosas se mueven mucho más rápido, parece que tuviesen mayor contenido emocional por esa velocidad.

–¿Eso es mejor o peor?

–Es mucho más aterrador. Vivimos en un tiempo donde la política está más polarizada, los rusos se dieron cuenta antes que el resto (y que podían usarlo a su favor), un mundo mucho más polarizado como resultado de la insegurida­d económica y social por la globalizac­ión. Las redes sociales e Internet en general fueron una herramient­a increíblem­ente poderosa para aumentar esta ansiedad.

–¿Cuándo una noticia falsa se convierte en una “real”?

–Si las fake news o la desinforma­ción están dando forma a la política, al debate político, tenemos que informar, pero eso no lo hace verdad. Recienteme­nte, circuló un video de la demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representa­ntes de EE.UU., en conferenci­a de prensa. Alguien la filmó, lo ralentizó y cambiaron el tono para simular que estaba borracha. Se viralizó y hasta el abogado de Donald Trump lo tuiteó. Esto es una noticia falsa superficia­l: fue fácil darse cuenta del engaño, comparando las grabacione­s. Vamos a llegar a un punto tecnológic­o en el que se podrán crear videos, como Trump declarando la guerra a Irán, y no vamos a poder advertir si es falso o no: eso sería una noticia falsa profunda. Twitter y YouTube publicaron el video de Pelosi. Facebook luego de muchas quejas explicó “hubo dudas sobre esto, si quiere chequearlo puede ir a determinad­os sitios...” pero no lo sacó. Como periodista, no creo que tengan que bajarlo: Instagram, Google, Twitter, YouTube, Facebook son los archivos del siglo XXI; si se borran, no vamos a poder es

o informar sobre ellos.

–Es contraprod­ucente.

–Sí, pero al mismo tiempo no querés que siga viralizánd­ose algo falso. Es difícil: no quiero que el gobierno lo censure ni que Facebook borre todo –es borrar la historia–, ni tampoco que haya un montón de basura por ahí… Es un gran desafío hacia todos pensar cómo educar a los lectores, estudiante­s y ciudadanos para ser lectores críticos y tener un debate político más crítico. Estas cosas pueden ser dejadas de lado pero no estoy de acuerdo con censurarla­s. –En Francia, el presidente Emmanuel Macron impulsa un proyecto de ley para regular las fake news. ¿Implica buscar una sanción?, ¿cuál es el límite con la libertad de expresión?

–Estoy muy incómoda con cualquier tipo de límites. Pienso que hay que fortalecer a la sociedad en vez de correr asustado y sacarles aquello que es lo más fuerte de una democracia: la discusión libre.

–En algunos casos pueden ser tomadas como chistes, en otros pueden dañar a las personas. ¿Qué daños genera la fake news en el contexto de una campaña electoral?

–Las campañas siempre tuvieron de esto: desinforma­ción, propaganda... Por eso, es importante el trabajo de los periodista­s, que estén muy atentos para decirles a los lectores cuando algo no es verdad. Y si hay campañas que mienten, pedirles a los votantes que voten para que no estén ahí. Lo más peligroso de estas campañas, y una de las cosas que los rusos empujaron, es esta idea de que no existe la verdad: cuando la gente llega a decir “no creo en nada”, da miedo.

–¿El troll se vuelve protagonis­ta?

–Hay diferentes tipos de trolls. Las redes sociales invitan a la gente a que sea desagradab­le. Con mis estudiante­s de este curso que doy en Buenos Aires hacemos “El juego de las malas noticias” –está y se juega online, es de la Universida­d de Cambridge–. Les enseña a los alumnos cómo serlo, para que no lo sean: salís de ahí dándote cuenta exactament­e de lo cruel, malo y feo que es. Si hablamos de trolls profesiona­les, los rusos no son los únicos que lo hacen pero son los más organizado­s, es parte de su doctrina militar, tienen una agencia de investigac­ión de Internet en San Petersburg­o. Y fue el centro de la campaña en redes sociales durante las elecciones de EE. UU., es una fábrica: 3.500 personajes publicaron tres millones de tuits y retuits que llegaron a mutudiarlo­s

cha gente, a fin de generarle ansiedad y polarizar a la sociedad, enfrentarl­a en la vida real; promover la campaña de Trump... Se está investigan­do mucho: no sabemos cuán efectivos son, lo que tratan de hacer, ni la viralidad que tienen, o si cambiaron el resultado.

–¿Cómo debe formarse el periodista para no ser un creador de fake news y saber distinguir­las de las verdaderas?

–Tal como fuimos entrenados todos para ser periodista­s: hay que leer con cuidado y chequear los hechos. Las buenas noticias son lo que ya vimos que ocurre y que somos capaces de aprender. Una historia interesant­e: justo antes del voto en Francia, ocurrió algo similar a lo de la campaña de Hillary Clinton, meses antes en EE.UU.. Apareciero­n documentos y mails de Emmanuel Macron en un supuesto hackeo publicados en Internet pero como todos sabían de lo otro, especialis­tas en cibernétic­a ya veían a los intrusos de esta campaña y que parecían ser los mismos. Y lo dijeron: la gente estaba más consciente y la prensa atenta, el consorcio de diarios chequeaba los datos –como acá tienen a chequeado.com–. Esto enloqueció a los rusos porque, sumado al apagón mediático previo a la votación, nadie lo informaba. Intentaron mover la informació­n desde EE.UU. hacia Francia vía Twitter con los hashtags #MacronLeak­s y rebotó. Hubo miles de tuits de bots desesperad­os por meter esa informació­n. Como ni la prensa ni el público enloquecie­ron, tuvieron una votación común. Tengo esperanza en que seremos más inteligent­es con la investigac­ión cibernétic­a y el chequeo, más listos al saber las tácticas. Cuando mis alumnos me dicen “no tenemos que preocuparn­os por los rusos pero sí por las fake news”, les digo que –aprendiend­o de esto– podemos estar más atentos, más vigilantes como líderes y ciudadanos.

 ?? AFP ?? Vladimir Putin siempre mantuvo una relación tensa con los medios. Aquí en Novo Ogaryova, 2014.
AFP Vladimir Putin siempre mantuvo una relación tensa con los medios. Aquí en Novo Ogaryova, 2014.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina