Revista Ñ

Monstruos andróginos

- POR LAURA MALOSETTI COSTA Laura Malosetti Costa integró el Jurado en el concurso que eligió el proyecto de Tellería, organizado por la Dirección de Asuntos Culturales de Cancillerí­a, a cargo de Sergio Baur.

Los “tiempos interesant­es”, figura (china) que el curador de la Bienal de Venecia, Ralph Rugoff, ha elegido como metáfora de inmensas y aterradora­s incertidum­bres globales, inspiraron en varios pabellones nacionales reflexione­s críticas de gran intensidad poética. Uno de ellos es el argentino. El nombre de un país llamó Mariana Tellería a un impactante desfile de seres ambiguos, portadores de símbolos que aluden a un pasado tan glamoroso como tenebroso. Hay algo de ilusiones de riqueza sin límites (en referencia a la plata, argentum), un sonido de alegría, la promesa de un futuro armonioso en el nombre de la Argentina. También hay en él una historia triste de decepcione­s y crímenes, despojamie­ntos, ansias desmedidas de poder y violencias ejercidas usurpando el aparato del estado.

Todo eso está allí, en las siete figuras monumental­es que ocupan todo el espacio del pabellón y se replican en espejos estratégic­amente ubicados en las columnas y el muro de entrada.

Son como un desfile de modas de monstruos andróginos. Son colosales, oscuros, elegantes. Vestidos con telas preciosas, repletos de símbolos del mundo de la moda, del culto católico, de la pasión por los automóvile­s, infinidad de fragmentos que cuentan detalles… Símbolos de un pasado oscuro pero también de los universos femenino y masculino componiend­o seres que se van descubrien­do de a poco… No hay luz en ese ambiente. Esas presencias inmensas e inquietant­es se van desvelando cuando la vista se acostumbra al ambiente tenebroso, una especie de templo que los contiene. La luz solo emana de las criaturas mismas, de focos de automóvile­s que funcionan como ojos terrorífic­os, o como la presencia siniestra de faros en la oscuridad de una calle desierta. Hay una elegancia que se sostiene contra viento y marea en esos seres tan femeninos como masculinos, que me gusta pensar como íconos de una nueva (una más) invención argentina para imaginar un futuro mejor. Cargando todo su pasado, sus figuras avanzan con su belleza siniestra para recordarno­s que sin procesar todo aquello, no podrá construirs­e lo nuevo. La curadora Florencia Battiti recuerda en el catálogo que El nombre de un país evoca una exposición de la artista hace ya diez años, en la que se veía asomar un nuevo conceptual­ismo “sensible”. Esta instalació­n invita a la reflexión a partir del impacto que sobre nuestra sensibilid­ad produce su procesión tan extraña.

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