Revista Ñ

MACFARLANE: UN CAMINANTE TODOTERREN­O

Robert Macfarlane. El joven escritor británico retoma y renueva la larga tradición de la literatura inglesa consagrada a la naturaleza. Se tradujo Las viejas sendas y acaba de publicar Underland, su último libro.

- POR TOBIAS GREY

Estaba haciendo el ascenso de una montaña en Escocia, cuando un compañero decidió animar el ambiente recitando unos versos de William Carlos Williams: “El descenso nos llama / como nos llamó el ascenso”. En ese momento, “el descenso sin duda nos llamaba”, dijo Robert Macfarlane, que luego recordó los versos cuando empezó a trabajar en su último libro, Underland: A Deep Time Journey.

“Hay cierta lógica en el hecho de haber empezado en la cima de las montañas”, dijo este mes, “y de haber terminado tan por debajo del suelo con este último libro”.

El debut de Macfarlane en 2003, Mountains of the Mind era una investigac­ión acerca de las razones por las que la gente está dispuesta a morir por el amor de las rocas y el hielo. Desde entonces su producción ha incluido Las viejas sendas, traducido y publicado en Pre-Textos, que habla sobre rutas y senderos alrededor del mundo, y Holloway (2013), sobre andar por caminos hundidos y desapareci­dos.

En Underland, que salió publicado en los Estados Unidos el 4 de junio, Macfarlane traslada su atención al mundo subterráne­o. Explora un laboratori­o situado en un subsuelo en Yorkshire, donde unos científico­s procuran estudiar la materia oscura formada en el nacimiento del universo, y un helado escondite en Olkiluoto, Finlandia, donde empiezan los preparativ­os para almacenar desechos nucleares. “La mayor parte del espacio subterráne­o es un espacio regulado masivament­e,” dijo. “Es el lugar en el que los estados, los individuos y las empresas han ido a poner las cosas más preciadas y peligrosas para ellos”.

No obstante, en algunos de estos espacios, el cambio climático está produciend­o lo que el llama los “desentierr­os”. “Estamos viendo cómo emergen cuerpos de cachorros de lobos de cincuenta mil años”, comentó, “perfectame­nte preservado­s”. Todo esto parece remoto, en la oficina de Emmanuel College donde nos encontramo­s hace unas semanas, un lugar bien ventilado y con las paredes cubiertas de libros. Pero Macfarlane, de 42 años, que ha enseñado literatura allí desde el 2001, se ha convertido en un aficionado a combinar actividade­s.

“Mis libros se escriben en cinco, seis o siete años, y suelen ser bastante agotadores”, dijo. “Se convierten en el modo en que organizo mi tiempo y también en parte de la conversaci­ón que tengo con mis estudiante­s cuando enseño”.

Macfarlane, que ganó el Premio de Literatura E.M. Foster en 2017, es conocido sobre todo por su escritura naturalist­a, pero no es una categoría con la que se sienta del todo cómodo, especialme­nte teniendo en cuenta Underland. “La naturaleza aquí es roca y hielo, y tiempo y desechos nucleares y actividad humana”, dijo. “Entonces, si se trata de escritura naturalist­a, es una forma oscura de escritura naturalist­a, pero me parece muy bien que no se adecúe fácilmente a un género”, concluyó.

En Underland, como en sus libros anteriores, insiste en experiment­ar él mismo las cosas. Navega por precarios pasajes subterráne­os en las catacumbas de París, o por antiguas tumbas en las colinas de Mendip, en Somerset. De a poco, empezó a sentir fascinació­n por “la idea de que la claustrofo­bia podría tener además un poder adicional, de mover a las personas, agarrarse a ellas,” dijo. “El cuerpo llega a conocer lugares de modos que no pueden ser conocidos leyendo o con percepcion­es remotas”. Cuando era más joven, era un ávido escalador, aunque él mismo se califica con severidad:

“Era muy malo, pero bastante audaz, y eso es una mala combinació­n”. Después de una expedición abortada en los Alpes –“Había llegado a un punto en el filo de un cerro por el que era imposible avanzar”– ha reconsider­ado las cosas. Está casado con Julia Lovell, escritora y estudiosa de China, con quien tiene tres hijos, Lily, Tom y Will.

Macfarlane creció en la rural Nottingham­shire, pero su amor por la naturaleza y el paisaje hizo eclosión cuando sus padres empezaron a llevar a la familia de vacaciones a Escocia, a hacer senderismo. “Ese es el país que me ha llamado como escritor y como caminante y escalador”, dijo. “Underland es el primer libro en que no aparece Escocia”.

En total han aparecido 9 libros. Para su sorpresa, el que ha tenido mayor impacto ha sido el título infantil The Lost Words. Publicado en 2017, empezó a escribirse cuando Macfarlane y la artista británica Jackie Morris oyeron que la última edición del Oxford Junior Dictionary había abandonado las palabras de la naturaleza “acorn” (bellota), “dandelion” (diente de león) y “kingfisher” (martín pescador), dando lugar a términos tecnológic­os. Juntos crearon The Lost Words (Las palabras perdidas), como un libro de poesía o “hechizos”, con textos de Macfarlane e ilustracio­nes de Morris.

El libro se ha convertido en un fenómeno cultural en Gran Bretaña, vendiendo más de cien mil ejemplares, de acuerdo al Nielsen BookScan. Se distribuye ampliament­e en escuelas escocesas e inglesas, y será musicaliza­do en agosto como parte de la serie de conciertos BBC Proms, en Londres.

“Como muchas de las cosas en que he trabajado hasta ahora, The Lost Words tiene que ver con volver más salvaje o más vivo el lenguaje existente para los lugares y la naturaleza,” dijo Macfarlane. “Solo escribí 800 palabras, y probableme­nte nunca escriba otras 800 palabras que vivan en el mundo tanto como esas”.

Macfarlane y Morris están trabajando ahora en una continuaci­ón, llamada The Book of Birds, proyectado para el 2022. Esta vez, el escritor tiene pensado escribir en prosa, no verso, para describir a la tórtola, el avefría, el cuclillo, el zarapito y otras aves en peligro de extinción de Gran Bretaña.

Todo lo que ha publicado Macfarlane em

pieza en un cuaderno de notas en los que hay fragmentos de literatura, muestras de mica, plumas, rocas, arena y barro. “Tiendo a ver y pensar en pequeñas esquirlas de imágenes que me dan una base,” dijo. “Reviso y edito de manera obsesiva. Todas las oraciones de Underland han sido reescritas 20, 30 o 40 veces”. Lo que más le costó en este Underland fue encontrar un lenguaje para un libro que se trata de “lo que no podemos ver y no sabemos”.

Esto es especialme­nte evidente en un capítulo que explora el agua de deshielo del glaciar Knud Rasmussen, en Groenlandi­a, en el que se describe lo que ocurre después del rompimient­o.

“Justo en la cima de la cara del desprendim­iento”, escribe, hay “una brillante pirá

mide negra, filosa en la proa, hecha de una sustancia que debe ser hielo pero que no se parece a ningún hielo que hayamos visto antes, algo que se parece más a lo que en mi imaginació­n es el metal de un meteorito, algo que ha venido de un lugar tan profundo del tiempo que ha perdido todo su color”.

Es una visión tan terrible como excitante, y Macfarlane está contento de haberla visto con sus propios ojos. “Es difícil darse cuenta de que hay una catástrofe que está por ocurrir de manera inminente”, opinó. “Se difiere el problema a un futuro no especifica­do, pero en realidad está ocurriendo ahora en todos lados”.

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