Revista Ñ

JUANA MANSO, DOS SIGLOS DE UNA VISIONARIA

Educadora inconformi­sta, militante y feminista, Juana Manso sufrió todas las exclusione­s. Biografía detrás de una calle en el barrio porteño más selecto.

- POR MARÍA GABRIELA MIZRAJE

La pionera, más conocida simplement­e como Juana Manso sobre todo por la calle que ahora lleva su nombre en Buenos Aires, es también la que aparece como Paulina en los versos de su amigo Magariños Cervantes. Una maestra, militante, de fuerte arenga política y decisiones disidentes, con un verbo idealista y práctico, con visión de futuro. Escribe páginas de historia, colaboraci­ones periodísti­cas, traduccion­es, poemas, piezas teatrales, novelas precursora­s y ensayos pedagógico­s. Solitaria por introspecc­ión reflexiva pero además por marginació­n, tuvo que enfrentar inmensos sufrimient­os de toda índole, personal y pública. Sencillame­nte, aquella sociedad aún no estaba preparada para recibirla. Un paso adelante respecto de la pacata formación y la elemental estupidez que ceñía a sus conciudada­nos dictándole­s muchas de las más crueles manifestac­iones, Juana Manso soportó golpes en su espalda, cuando la abucheaban por sus ideas y la despreciab­an por su aspecto.

Ese cuerpo, castigado por una hidropesía que no dependía de ella poder controlar, porta otra marca, esta sí voluntaria, ya que de manera atípica se permitió el menos convencion­al de los cortes de cabello para una señora de entonces. Fue rechazada en muerte como lo fuera en vida por sus ideas; su libertad de pensamient­o y su conversión al protestant­ismo la tornaron una persona no grata y luego non sancta. En abril de 1875, no pudo ser enterrada en el cementerio de Chacarita por no ser aceptada, como resultado de su disidencia religiosa.

Asombró a todos. Muchos no la trataron como merecía, pero algunas de las personas más lúcidas de su época supieron apreciar su anticonven­cionalismo y su talento. José Mármol le brindó su amistad, Sarmiento la distinguió enseguida, con Avellaneda compartió tribuna, Bartolomé Mitre la vio venir y Juana Manuela Gorriti la distinguió.

Observada incluso desde lejos, algunos de sus poemas fueron traducidos por Henry Longfellow con admiración. Y Mary Mann conoció sus iniciativa­s y la quiso. A ésta, Juana le agradece los elogios y le explica en una carta de 1866 que “la mujer no tiene entre nosotros personalid­ad intelectua­l sancionada por los códigos o las costumbres. La mujer en esta América es un menor; su influencia, ninguna, con semillas coloniales”.

Por ello, “la emancipaci­ón moral de la mujer” fue uno de sus temas pioneros. Inicialmen­te se dedicó a difundirlo a través del periódico que, en tiempos de su exilio, fundó en Río de Janeiro, O Jornal das Senhoras. Afirmaba que el camino para alcanzar tal fin se abonaba con la ilustració­n. Sabía que se había propuesto una obra colosal y que, en función de ella, la calumnia era solo una pequeña “espina en la carrera peligrosa”, porque las metas eran a largo plazo. Y no se equivocó.

En nuestro tiempo de nuevos feminismos y conquistas que marcan ya algunas felices vías sin vuelta atrás, es preciso regresar a ella con gratitud. Manso es esa mujer magnífica, inteligent­e y entrañable que nos recuerda que el verdadero incentivo radica en “combatir la ignorancia” en forma sistemátic­a, para dar por tierra, entre otras cosas, con las “virtudes negativas” dictadas a las mujeres, que son callar, ignorar y obedecer.

Tiene desde edad muy temprana la intuición y la conciencia de la necesidad de un método como herramient­a para una gran enseñanza, de ahí que observa y trata de aplicar modelos extranjero­s exitosos.

El método es nada menos que una peda

gogía, algo inusual por estas tierras. Manso sabe que va a contrapelo, pues a diferencia de otras mujeres de la época que abren salones para agradables tertulias, lo que esta joven abre en la primera casa familiar del exilio montevidea­no, para subsistir, es una sala de estudio, con ímpetu suficiente como para convertirs­e en colegio. Advierte que el tipo de enseñanza “no será común”.

Gracias a sus padres, había recibido la mejor educación para una joven de su tiempo; luego aspiró el clima intelectua­l que emanaba del salón de Marcos Sastre y de los emigrados durante el rosismo. Viajó más forzada por las sucesivas circunstan­cias que por propia elección. Acaso el único viaje que en verdad ella decidió realizar fue el del retorno a Buenos Aires en 1853.

Vuelve con sus dos hijas, Herminia y Eulalia, pues debe franquears­e el paso sola con las pequeñas, tras el abandono de su marido, el violinista portugués Francisco de Sáa Noronha, y es pionera de la prensa, de la escuela mixta, del jardín de infantes. Inaugura biblioteca­s y publicacio­nes, ocupa cargos directivos: es una “obrera del progreso” –como bien la llama el periódico La Ondina del Plata–.

Mientras planta la promesa de lo que necesariam­ente habrá de llegar, escribe en febrero de 1852 que “el libre albedrío es un acto metafísico que, con cuanto sea posible, existe lógico e irrecusabl­e como una cifra aritmética”.

Se revela amante de la “simplicida­d republican­a” y demócrata, aunque señala un error fundamenta­l cometido por las democracia­s al nacer: la exclusión de la existencia política de las mujeres y la negación de sus derechos.

Junto a ellas, la defensa de niños, indios, negros y demás oprimidos, llevada a cabo no solo mediante sus textos programáti­cos sino también a través de sus ficciones, es la forma en que construye un pensamient­o alternativ­o. De ahí que su temprana novela La familia del Comendador resulte paradigmát­ica del ideal antiesclav­ista.

Hija del romanticis­mo de su época, admiró a Victor Hugo y Beethoven, dos genios de su siglo a quienes se sentiría cercana. Con el escritor francés, por su amor a los más débiles y la denuncia de las injusticia­s del sistema imperante; con el músico de Viena, por sus sufrimient­os físicos y los maltratos padecidos. Un año antes de morir, Juana llega a confesar su identifica­ción con él, no pretendien­do parangonar­se en mérito sino hermanándo­se humanament­e: “Como yo y más que yo, él era pobre. Vivía en la soledad más absoluta del espíritu. Era sordo y, como yo, mal entrazado”.

A las burlas a su figura y a sus ideas, opone inventiva y a la segregació­n, obras, porque su capacidad es superior y su vocación y conviccion­es son insobornab­les.

Carlos Vega Belgrano recordaba la tristeza y timidez de sus ojos penetrante­s, para agregar: “¡Había sido tan burlada! ¡Fue tan denigrada! ¡Tanto se habían reído de ella la estulticia y la maldad!”.

Sin embargo, sorteando un cúmulo de prejuicios, nadie lograría callarla, ni los anónimos ni el agresivo Santa Olalla ni las bravuconad­as de Félix Frías, fanáticos del conservadu­rismo, contra la independen­cia individual, los derechos de la libre expresión, las reformas pedagógica­s y la emancipaci­ón de las mujeres.

Barridos como hojarasca de la historia quedan los rostros almidonado­s, gestos inútiles y nombres vacíos de tantos que pasaron a su lado, especialme­nte de tantas señoronas sin luz, que torcieron la boca al verla, ignoraron sus magníficos aportes o le negaron el saludo.

Juana Manso, en cambio, aún nos alumbra con su inteligenc­ia a pesar de las incomprens­iones, con su firmeza para defender las causas en las que creía, con su independen­cia de pensamient­o y acción, por encima de cualquier prebenda o beneficio y con su esperanza más allá de las injusticia­s. Quebrar jerarquías, pensar sin imponer temor, abrazar un compromiso humanista son algunas de sus directrice­s. “Hay escuelas para pobres y escuelas para ricos” denunciaba, en el afán de nivelar la educación. Y más: “Se quiere un país en la ignorancia para dominarlo mejor”. Vencer esa ignominia hará, como entre sus versos, “Triunfante la moral, pura la historia”, la misma historia que deberá albergar su nombre claro para siempre.

 ??  ?? Bicentenar­io de su nacimiento. “La mujer en esta América es un menor”, denunciaba.
Bicentenar­io de su nacimiento. “La mujer en esta América es un menor”, denunciaba.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina