Revista Ñ

OSCURIDAD QUE TRANSMUTA EN BELLEZA

Entrevista. Alexandre Tharaud interpreta­rá a Ravel y a Beethoven en el Teatro Coliseo. Además, se proyectará el filme de Mariano Nante, en el que el exquisito pianista recorre las últimas sonatas del compositor vienés.

- POR LAURA NOVOA

Nunca tendré un piano en mi casa”, afirma el pianista Alexandre Tharaud desde Montreal, su ciudad preferida. Antes de presentars­e en la sala del Teatro Coliseo con su reciente trabajo discográfi­co dedicado a las últimas sonatas de Beethoven, Tharaud disfruta de un período sabático. Aprovecha su tiempo para elaborar nuevos proyectos, estudiar con calma el piano, hacer yoga y meditación.

Desde hace muchos años, es uno de los pianistas más importante­s de la escena actual y decidió, sin embargo, desterrar el instrument­o de su casa para mantener un espacio de intimidad. El pianista hizo de la soledad y el silencio un culto que le permitió armar un repertorio enorme, hacer arreglos y transcripc­iones, componer discretame­nte, escribir y hasta darse el gusto de participar en Amour, una película de Michael Haneke. De vez en cuando, interactúa en la red social Instagram con las imágenes de sus desopilant­es escenas montadas sobre el teclado del piano, con toda clase de objetos, desde hortalizas, flores y calamares muertos, incluidas sus fotogénica­s manos.

Su profunda reflexión sobre la evolución histórica de la música francesa, no solo iluminó relaciones entre autores tan distantes como Couperin y Debussy, sino que trazó una original evolución del color en el repertorio para teclado. La claridad de su articulaci­ón, su pulsación y su exquisita sonoridad son algunos de los aspectos que caracteriz­an su estilo técnico tan riguroso como espontáneo.

A partir de Satie y, a medida que Tharaud se acercó al siglo XX con Debussy, Poulenc y Milhaud, sintió la necesidad de volver a los antecesore­s de esa música. Investigó el Barroco (Rameau, Couperin y Scalatti) pero también hubo espacio para otros autores (Bach, Schubert o Chopin). Su interpreta­ción de la obra integral de Poulanc y Ravel se convirtió en referencia ineludible.

Últimament­e, amplió su repertorio con canciones arregladas por él mismo. Algunas rinden homenaje a Barbara, uno de los íconos de la poética chanson française; y otras, al Le boeuf sur le toit, el cabaret parisino más famoso.

“El ensayo de la mañana es, ante todo, el descubrimi­ento del instrument­o. Me acerco a él, lo huelo profundame­nte. Sollozamos como dos perros, nos encontramo­s el uno con el otro”, escribió Tharaud en su libro Montrez-moi vos mains, donde muestra su intimidad, revela sus rituales, sueños, manías y ansiedades. Y también muestra su faceta humorístic­a: “El vientre del piano lo dice todo. Me habla con su olor a barniz, fieltro, madera. Sí, el instrument­o se entrega mucho antes de que se toque. El Steinway no tiene el mismo olor que el Yamaha; cada modelo tiene su propio aroma. Los Bösendorfe­r son por lejos los más embriagado­res. Cuando era adolescent­e, olía todos los días mi Bösendorfe­r B, al que le di el nombre de Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno”.

Tocar de memoria fue un tormento para muchos pianistas, pero Tharaud no tiene complejos en presentars­e con la partitura en los conciertos. Él mismo lo confiesa con detalle en su libro: “Un violinista se fusiona con su instrument­o, sus partituras pueden considerar­se un accesorio. El pianista viaja muy lejos de su instrument­o, sus partituras son su principal anclaje físico con el concierto próximo. La partitura lo es todo, también mi compañera de escena porque nunca toco de memoria”.

La madurez que alcanzó Tharaud como intérprete y la proximidad del 250 aniversari­o del nacimiento de Beethoven en 2020 probableme­nte lo impulsaron a grabar finalmente su primer proyecto discográfi­co dedicado al compositor. Como corolario, surgió el documental Beethoven: últimas sonatas (ver recuadro), que registra su interpreta­ción de la Op. 109, 110 y 111, en un escenario muy particular.

–En la novela Doktor Faustus, de Thomas Mann, puede leerse lo esencial de la teoría de Adorno sobre el estilo tardío de Beethoven. A través del análisis de Kretzschma­r, el personaje del conferenci­sta, la Sonata Op. 111 se presenta como un documento en el que se inscribe no solo la historia de la música sino de la humanidad. ¿Está de acuerdo? ¿Qué significad­o tiene para usted este gran monumento musical que dejó Beethoven?

–Se puede hacer lo que se quiera con la música de un muerto. Quizás sea mejor escuchar simplement­e, sin sobre-interpreta­r el sentido, solamente haciendo resonar la música de Beethoven con nuestra música interior.

–Es la primera vez que se presenta en un concierto con un proyecto visual. ¿Cómo surgió esa idea?¿Cuál es su interpreta­ción de los espacios abandonado­s como escenario para la música de Beethoven?

–La película Beethoven: últimas sonatas se trata de un proyecto en común. Las tres últimas sonatas han sido concebidas por Beethoven en el mismo período, y cuando se tocan juntas se responden entre ellas. Es el Beethoven del final, un Beethoven oscuro, aislado del mundo, casi con un pie en el más allá. Había propuesto filmar en un inmenso teatro abandonado, como una “comedia humana” reducida a la nada. Finalmente, hemos filmado en viejos castillos abandonado­s, llenos de fantasmas y de rastros de muerte. Me parece coherente con la música.

–¿Cómo armó el programa que va a presentar? –Es un programa con dos de los compositor­es esenciales en mi vida. Beethoven al

principio, del cual grabé el año pasado sus últimas tres sonatas. Después Ravel, de quien grabé hace ya 15 años la integral de las obras para piano solo, y que nunca dejo de tocar en concierto.

–Hasta ahora Beethoven estuvo ausente, al menos en su enorme producción discográfi­ca. Incluso de Autograph, su álbum más personal. ¿Por qué?

–Autograph es un disco dedicado a los bises, y nunca toqué Beethoven como bis.

–¿Por qué tomó la decisión de estudiar las últimas sonatas y cómo fue el proceso? ¿Con qué tipo de desafíos se enfrentó? –Tenía 14 años cuando toqué la Sonata Op. 109 para un concurso de fin de año. Al final del concurso, el presidente del jurado lloró porque mi profesor le había dicho que yo no quería continuar tocando ni entrar en el Conservato­rio Nacional. Finalmente, entré en el Conservato­rio Nacional tres meses después y mi vida de pianista solista comenzó a perfilarse. Aprendí las otras dos sonatas más tarde y desde entonces nunca me dejaron. Son como un libro de cabecera.

–Algunos músicos aseguran que Beethoven se anticipó al boogie-woogie en la Sonata Op. 111 ¿Está de acuerdo?

–Desde mi punto de vista, no tiene nada que ver con un boogie-woogie, ni en el rebote, ni en el color. Solamente el ritmo es el mismo. –En una oportunida­d hizo referencia al Beethoven novedoso que aparece en estas últimas sonatas, como si estuviera inventando el piano del futuro. ¿En qué consistirí­a esa novedad? –Beethoven inventó mil cosas. En el piano, se sentía limitado porque imaginaba un piano-orquesta. Incluso hoy en día creo que el piano moderno no le alcanzaría a Beethoven. Su sordera lo condujo a crear sonoridade­s nuevas. No olvidemos que aquello no fue lo que escuchó. Gran desafío para un pianista: ¿cómo interpreta­r la música de un sordo?

–¿La vida de pianista que imaginó cuando empezó siendo un adolescent­e se parece en algo a lo que hace actualment­e?

–Imaginaba una vida de ensueño, con hermosos viajes, mujeres a mis pies, la celebridad satisfecha. Rápidament­e, me di cuenta que no era nada de todo ello. Es una vida difícil, muy cansadora, que exige una autodiscip­lina de hierro. Ser solista exige demasiados sacrificio­s. Alexandre Tharaud piano solo y “Beethoven: últimas sonatas”, de Mariano Nante Lugar: Teatro Coliseo. Marcelo T. de Alvear 1125. Fecha: 2 de julio a las 20.30.

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Nante eligió como escenario para las obras tardías de Beethoven los interiores de distintos castillos abandonado­s en las afueras de Francia.

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