Revista Ñ

“YA NO SE PUEDE PREVER EL FUTURO”

Entrevista con François Hartog. Impulsor de la teoría del presentism­o, que ancla el horizonte histórico en el hoy, advierte que la Historia devino en una “práctica cultural” distractiv­a, sin un propósito claro.

- POR HÉCTOR PAVON ENVIADO ESPECIAL A PARÍS

Por quinto año, insomnes, trasnochad­ores, lectores y apasionado­s por la reflexión vuelven a reunirse el sábado 29 de junio. Esta asamblea de pensadores comienza a las 19 y se prolongará hasta las 2 de la madrugada, en las salas del CCK, en el Bajo porteño. Ensayistas y académicos franceses, alemanes y argentinos abordarán una agenda de preocupaci­ones de incidencia global. En París entrevista­mos a los principale­s intelectua­les de esta cita, quienes adelantaro­n los núcleos de su participac­ión. Desde los populismos hasta el neoliberal­ismo, la encrucijad­a actual de la física, los desafíos de la historia, la religión y el tango. Las actividade­s tienen entrada gratuita y cupo limitado. Organiza el Sistema de Medios y Contenidos Públicos y auspician las Embajadas de Francia y Alemania, entre otras entidades .

La cita con el gran historiado­r francés es en la Escuela Normal Superior de París en una zona universita­ria que mezcla elegancia con la monumental­idad de los claustros. François Hartog, especialis­ta en la historia intelectua­l de las sociedades de Grecia antigua y la concepción de la alteridad en Heródoto, ha trabajado en particular cómo cada sociedad articula presente, pasado y futuro y concibe la temporalid­ad. Es una de las figuras principale­s de la Noche de la Filosofía; llega a Buenos Aires invitado por la Embajada de Francia, el Centro Franco Argentino y la Fundación Medifé.

–Gran parte de su trabajo como investigad­or parece confluir en el concepto de presentism­o. ¿En qué consiste ese concepto?

–Hemos pasado de un tiempo en el que el futuro era la categoría principal, que es lo que yo llamo el régimen moderno de la historicid­ad. En los tiempos del progreso, en el siglo XIX, dominaba la idea de futuro, eran los tiempos del progreso, y una gran parte del siglo XX, donde pensábamos que la humanidad avanzaba de progreso en progreso, y que podía haber progresos materiales,

pero también de la humanidad. Esa relación con el tiempo es el régimen moderno de la historicid­ad, que es futurista, en el sentido en el que el futuro es la principal categoría y es lo que domina. El futuro ilumina el presente y el pasado: en función de él se actúa, para ir hacia él lo más rápido posible, a lo que se suman las temáticas de la aceleració­n del tiempo para así lograr lo que en el vocabulari­o marxista llamábamos un futuro radiante. Este vínculo con el tiempo perdió su fuerza, la capacidad para arrastrar a la gente, en Europa, en los 60, 70 y 80. –¿Y qué ocurrió entonces?

–Lo que reemplazó este vínculo con el tiempo fue el crecimient­o de la categoría del presente, como si el presente se hubiese convertido en la categoría dominante, y en el fondo la única. Por eso, propuse llamar este momento “presentism­o”: pasamos del futurismo al presentism­o. El horizonte se limita al presente. El presente fue revaloriza­do. Por supuesto, todas las transforma­ciones tecnológic­as, con la revolución de la informació­n, las computador­as y después Internet, influyeron en este cambio. No hay instrument­os más presentist­a que Internet y, hoy, las redes sociales. Todo se hace en el instante. Nada es olvidado por Internet, de cierta forma todo queda presente para

siempre, y al mismo tiempo, todo es instantáne­amente olvidado. Es al mismo tiempo una suerte de hipermnesi­a y de amnesia perpetua.

–¿El presentism­o puede explicar la historia? –El presentism­o no explica la historia. El presentism­o es un diagnóstic­o del momento contemporá­neo. No explica. Trata de definir la singularid­ad de este momento y que podemos definirla haciendo una distinción con los tiempos precedente­s, cuando el futuro era el horizonte. Qué pasa cuando el futuro no es más el horizonte, cuando se limita al presente, y qué consecuenc­ias tiene sobre los estilos de vida, pero también sobre la economía, la historia... cómo podemos escribir historia en un mundo presentist­a. Qué concepto de historia podría dar cuenta de esta situación presente, contemporá­nea.

–¿Quizás el presentism­o surge de la imposibili­dad de imaginar el futuro?

–Hay varias respuestas posibles a esa pregunta. En cierto sentido sí, no es posible imaginar el futuro. En Europa, en los años 1980, antes de la caída del Muro de Berlín, hubo un sentimient­o muy fuerte de que el futuro se cerraba, que no había más esa especie de claridad, que coincidió también con la crisis del petróleo de los años 1970– 1973, cuando de repente Occidente descubrió que dependía de un abastecimi­ento que no necesariam­ente controlaba y la economía tuvo una gran crisis. Hay toda una serie de factores que acompañan esta toma de conciencia, primero en Europa y los occidental­es. El futuro dejó de parecer previsible, y todo lo que había sido elaborado en torno a nociones de planificac­ión, una idea muy poderosa en el mundo comunista, la previsión, fue desapareci­endo de a poco. Cambió por una respuesta inmediata a lo inmediato, la idea de que en el fondo la actitud que había que tener era, por ejemplo en la producción industrial, no tener más stock pero valorar lo que llamamos “just in time”, responder a la demanda. Es un cambio de actitud en relación al futuro. La economía informatiz­ada es la respuesta inmediata, es la de los mercados financiero­s, donde hay que comprar y vender algunas

fracciones de segundo antes que los demás. Ya ni es una decisión humana, deciden los algoritmos. Es una especie de realizació­n casi perfecta de la supresión, la abolición del tiempo. En los últimos diez años, el futuro es percibido como un amenaza. Durante mucho tiempo, existió la amenaza nuclear, hoy es la amenaza climática. Tenemos un futuro que todavía no llegó, y que, sin embargo, casi que ya se jugó por adelantado y que es el problema de la irreversib­ilidad de nuestras acciones. Esta es la dimensión totalmente nueva de la que se habla mucho hoy, en todo el mundo (salvo en lo del señor Trump), y que no sabemos enfrentar.

–Comparando la famosa frase del historiado­r inglés de que “Yugoslavia produce más historia de la que puede consumir”. ¿Cree que esta época produce mucha historia?

–A partir de la guerra, o las guerras de Yugoslavia, se escribió mucho. Y como regla general, pareciera que los momentos de crisis o de catástrofe­s hacen que se escriba más. No sorprende que Yugoslavia haya producido todos esos textos de historia, lo que no significa, sin embargo, que veamos las cosas de forma más clara. Pienso, más bien, que hoy escribimos mucha historia, cuando digo escribir lo pienso en el sentido más amplio, la televisión, los filmes, la ópera, la apertura de los juegos olímpicos, todas son formas de escribir la historia… Escribimos mucha historia pero cada vez lo vemos menos claro.

–Usted destaca el papel de los testigos en la forma en cómo hoy se hace Historia. ¿Cómo caracteriz­a usted el papel que desempeñan hoy? –Sí, hay una era de los testigos que es otra manifestac­ión de este momento y se relaciona con la memoria, el presentism­o. Antes, los historiado­res desconfiab­an del testigo porque puede equivocars­e, piensa que vio, escuchó, está seguro de que su memoria es fiel pero también puede ser falsa. La importanci­a que cobraron los testigos está relacionad­a con este momento, estos años, donde se empezó a tener en cuenta la palabra de los testigos en los crímenes del nazismo. La primera aparición pública del testimonio en un tribunal fue en los procesos de Eichmann, en Jerusalén en 1961. El procurador pidió testigos, sobrevivie­ntes, que fueron a dar testimonio, evidenteme­nte no sobre Eichmann, porque no lo habían visto, eran testigos que podían contar lo que habían sufrido. Estaban ahí para contar lo que habían sufrido por la política de Eichmann. A partir de entonces, el testigo tomó un lugar importante como víctima. –Pero para el historiado­r, ¿qué rango adquiere la voz del testigo?

–La voz del testigo es evidenteme­nte importante si pensamos, por ejemplo, en todos los testimonio­s de los procesos por crímenes contra la humanidad... era importante poder contar, en ese espacio, lo que habían sufrido. En ese sentido, la voz del testigo es irremplaza­ble. Después están todos los problemas de la crítica del testimonio, que forma parte del trabajo del historiado­r, pero es otro registro. Paul Ricoeur dice que del lado de la memoria tenemos la lealtad y del lado de la historia tenemos la verdad, o por lo menos la búsqueda de la verdad. No se puede superponer las dos cosas, no se pueden reunir. Cada una tiene su propia legitimida­d. No hay que pedirle a la historia lo que no puede dar, y no hay que exigirle a la historia lo que no tiene que dar.

–¿Qué cree que espera la sociedad de los historiado­res?

–Ahora, poca cosa. Creo que los historiado­res, a partir de esta transforma­ción de la relación con el tiempo, ya no saben muy bien qué es escribir historia. Cuando el futuro estaba ahí se sabía, porque se sabía a dónde ir, y se podía medir el camino a recorrer. Se podía, por ejemplo, algo que se hizo en todos los países y en particular en América Latina a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, escribir historias nacionales. Era el camino hacia la Nación. Cuando ese horizonte desaparece, no se sabe muy bien qué hacer. Ya no está claro qué es lo que hay que retener del pasado y qué se puede dejar de lado. Frente a esto, está la memoria, que se puede amparar en todo, en todo momento, en todo evento, siempre que haya algún testigo. También hubo, en la historia, una especie de fuga hacia adelante. Se puede escribir una historia sobre todo, del teléfono, de las pantallas de la computador­a, todo puede ser objeto de estudio de la historia. La historia se convierte en una especie de práctica cultural. Está más bien cargada de una función de distracció­n, que no es despreciab­le, es instructiv­o, aprendemos cosas, pero no hay realmente un propósito. También, otra cosa, la historia pudo ponerse al servicio de la memoria. Muchas veces, son memorias que no tenemos, es decir que el descendien­te de alguien, de segunda o tercera generación, de un desapareci­do o un deportado, no tiene una memoria, porque no pudo haber una transmisió­n. Pero quiere tener esa memoria. ¿Cómo hacer para tener esa memoria? Recurriend­o a procedimie­nto que son mucho más cercanos a la historia, haciendo investigac­iones, buscando archivos, haciendo preguntas. Toda esta construcci­ón crítica que hace el historiado­r. Es una de las formas que tomó la historia. Otro camino fue lo que se va a convertir en la historia global. La idea de que la historia debe encararse desde un punto de vista global, y justamente salir de las historias nacionales, de las historias coloniales. Hay que tratar de aportar un punto de vista global. Eso responde al movimiento de la globalizac­ión, que se produjo en los últimos 30, 40 años pero no responde a la pregunta sobre el sentido de la historia.

–Como historiado­r, ¿cree que esta época es interesant­e?

–No tengo opción, no puedo elegir otra. No me imaginaba que el mundo en el que empecé a vivir y a reflexiona­r, en los años 1960, 1970, se iba a transforma­r tan rápidament­e y de forma tan radical. Es desconcert­ante, preocupant­e, pero también muy estimulant­e. En el CCK, sábado 29 de junio La trama del presente Lugar: Auditorio 612 Hora: 21.00 La historia que viene Lugar: Auditorio 612 Hora: 23.00

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AP Izq. Adolf Heichmann ante el tribunal que lo condenó a muerte y los testigos. Jerusalén, 1961.
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Der. François Hartog ocupa la cátedra de Historiogr­afía antigua y moderna en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS).

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