Revista Ñ

El desafío de los abandonado­s

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En una escena famosa de la película Annie hall, Woody Allen espera la entrada al cine y sufre escuchando la interpreta­ción de un joven pretencios­o sobre las teorías de Marshall McLuhan. Allen convoca mágicament­e al teórico canadiense, y lo lleva para que haga callar al joven: usted no entendió nada de mi teoría. Bien, algo parecido ocurrió cuando entrevista­ba a Michèle Riot-Sarcey. Le pregunté, por supuesto, por el lugar de los chalecos amarillos en la historia de la libertad. Entonces me dijo: “Aquí hay alguien que te lo puede explicar mejor” y llamó en voz alta: “Christophe, podés venir”. Apareció un joven de pelo largo cuya ocupación hoy es ser activista. Enérgico arrancó su monólogo: “El movimiento desafía el sistema, son personas, franceses, sobre todo de zonas rurales, que se sienten abandonado­s, hace varias generacion­es. El sistema ya no les resulta beneficios­o, perdieron su empleo y se sienten encerrados, sometidos al sistema, y en peligro de muerte, porque muchos están en una situación muy precaria, asfixiados a nivel económico. Hay un instinto de superviven­cia que toma el control. Las personas que estaban aisladas se unen.

“De los valores fundadores de la sociedad francesa, no tenemos igualdad y sabemos que es complicado tenerla. Según los chalecos amarillos, encontramo­s la fraternida­d, y tenemos que ir a buscar la igualdad y la libertad. La fraternida­d la crearon cuando se encontraro­n en las rotondas. Son personas que estaban aisladas que desconfiab­an de los demás, porque estamos en una sociedad en la que todos desconfían de los demás, el diálogo se había roto. Ahora, se armó un espacio de diálogo con personas de historias muy diferentes, hay militantes, personas de izquierda, de derecha, etc. Se encuentran con los mismos problemas. Hay una toma de conciencia de que no tenemos libertad, a pesar de que es un valor fundamenta­l de la república francesa. Después, en la historia del movimiento, en los valores fundadores está el imaginario de la Revolución Francesa, de la toma de la Bastilla, de la pintura de Delacroix.

“De un lado, tenemos la conscienci­a colectiva y, del otro, los mismos problemas recrean las mismas soluciones. Nos encontramo­s ante el mismo desprecio de clase de los dirigentes, en un sistema que niega el derecho a la palabra, porque las palabras son rehenes de los medios y de los elegidos, los reconocido­s por el sistema. Todas las personas simples, que no pudieron estudiar lo que hay que estudiar, que no están en lugares de poder, no se pueden expresar. Y en un momento, la presión es tal, hay hartazgo, y la gente sale al principio por el precio de la nafta, porque afecta el bolsillo y la superviven­cia. Enseguida, la presión vuelve a salir, y las personas se hablan, se hablan. Hablan muchísimo, porque tienen que evacuar la presión acumulada hace años en su clase. Los chalecos amarillos giran hace meses, y lo que vemos es que no hay salida, hay que crearla.

“Yo soy chaleco amarillo a tiempo completo. No hago nada más desde diciembre. Dejé mi vida de lado, y no soy el único, hay otras personas que lo están haciendo. Es muy cansador, pero es lo que hay que hacer ahora, porque si no no va a funcionar. Tengo una carrera artística y también trabajaba en Internet, gráficas, gestión de proyectos, etc. Lejos de las grandes empresas en donde están los sindicatos, nunca estuve en contacto con un sindicato. Formo parte de todas esas personas que están en el nuevo mundo de trabajo, que está muy segmentado en pequeños grupos, y donde hay una competenci­a permanente. Muy alineado con el mundo actual.

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