Revista Ñ

BIENVENIDO­S A LA FRAGILIDAD PERPETUA

Conferenci­a sobre el Antropocen­o. El destacado geógrafo describe nuesta época con inusitada crudeza. Solo el realismo nos ayudará a cuidar el espacio vital.

- POR MICHEL LUSSAULT

Qué es este Mundo, esta nueva realidad global que la globalizac­ión está creando? Un nuevo modo de espacializ­ación de las sociedades humanas, una mutación en el orden de la habitación humana en el planeta –y por eso es prudente escribir este término con mayúscula, para reservar la palabra con minúscula para lo que sale del mundo, de lo social. Y esta mutación tiene una causa importante, un vector principal: la urbanizaci­ón, tanto globalizad­a como globalizan­te, es la principal fuerza institucio­nal e imaginativ­a del mundo. Institucio­nal, porque rediseña las realidades materiales, humanas y no humanas y construye los entornos espaciales de las sociedades. Imaginativ­o, porque instala las ideologías, los conocimien­tos, los imaginario­s y las imágenes que constituye­n la globalidad.

La urbanizaci­ón generaliza­da.

Se trata de un fenómeno cuya magnitud puede ser comprendid­a a partir de unos pocos y simples datos demográfic­os. La población urbanizada creció drásticame­nte en el siglo XX, de 220 millones a 2.800 millones de personas, mientras que la población total del mundo creció de 1.700 a 6.100 millones. En 1900, 1 de cada 8 seres humanos tenía una vida urbana; en 1950, eran 3 de cada 10; la fase más poderosa de la urbanizaci­ón recién estaba comenzando. En 2008, por primera vez desde que los seres humanos comenzaron a dejar su huella en el planeta, más del 50% de la población mundial, al menos entre 3.300 y 3.500 millones, vivía en zonas urbanas. Una vez alcanzado este hito, la población urbana sigue creciendo. Para 2030, todas las regiones del mundo serán más urbanas que rurales, y para 2050 el 70% de los 9.600 millones de personas que se espera habiten la Tierra (según la hipótesis promedio de las Naciones Unidas), es decir, 6.700 millones, residirán en una zona urbana. Asia acogerá para entonces a más del 50% de la población urbana del mundo y África, al 20%. Mientras que en ciento cincuenta años (1900-2050) la población mundial se habrá multiplica­do por seis –lo que ya es considerab­le–, la población urbana ¡se habrá multiplica­do por 30! ¿Y nos resistimos a considerar este fenómeno como un gran trastorno que cambia todas las condicione­s de vida, individual­es y colectivas?

Más allá de la estadístic­a, la urbanizaci­ón consiste sobre todo en sustituir las formas de vida de las sociedades y los estilos de vida dominantes (ciudades preindustr­iales, luego industrial­es, y el campo) por nuevas formas de vida: la de lo “urbano” generaliza­do. La economía es nueva, las estructura­s sociales y culturales están experiment­ando mutaciones profundas, las temporalid­ades se ven trastocada­s; están floreciend­o nuevas lógicas de organizaci­ón y prácticas espaciales en todas las escalas, y el propio movimiento de urbanizaci­ón crea un estado específico de la naturaleza... En pocas generacion­es, el Homo sapiens se ha convertido en Homo urbanus. Otro Mundo se ha conformado a través de la urbanizaci­ón. Ese mundo constituye el estado histórico contemporá­neo, que es diferente de todo lo anterior, de la ecumene terrestre, un concepto esencial de la geografía, que se refiere al espacio vital construido y habitado por los seres humanos, en cualquier escala que la considerem­os.

Cambio global

En relación con esta poderosa globalizac­ión, en pocos años el público en general también se ha visto cada vez más confrontad­o con una nueva fuerza, que influye profundame­nte en el mundo y lo (re)configura a todas las escalas – una emergencia que desestabil­iza muchas certezas y hábitos: hablamos del cambio global.

Descubrimo­s que hemos entrado en el período del Antropocen­o, que está en proceso de volver a repartir las cartas del juego. De hecho, el alerta había sido emitida hace mucho, al mismo tiempo que la fase más poderosa de la urbanizaci­ón globalizan­te estaba en marcha. En 1972, la Conferenci­a de Estocolmo sobre el Medio Ambiente concluyó con una famosa declaració­n que hizo de la cuestión ecológica uno de los principale­s problemas a los que los países de la ONU tenían que hacer frente en forma colectiva. El famoso informe de Dennis Meadows, en el Club de Roma, The Limits of Growth (Los límites del crecimient­o), también se remonta a 1972: es uno de los primeros ejemplos de difusión mundial de análisis críticos que revelan el problema de la excesiva huella ecológica ocasionada por la ocupación humana, pero también por la del postcarbon­o, el desarrollo sostenible y el declive subsiguien­te. Estocolmo abrió la serie de “Cumbres de la Tierra” y desde entonces no han cesado las llamadas de alerta sobre los efectos ambientale­s de la actividad humana; el IPCC (Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático), creado en 1988, ha desempeñad­o un papel decisivo en este rubro. Como resultado, se puede incluso preguntar por qué llevó tanto tiempo que estos problemas se convirtier­an finalmente en una preocupaci­ón central en la esfera pública global.

Tal vez porque hace tiempo que insistimos en subestimar la magnitud de las transforma­ciones relacionad­as con el cambio global y nos hemos resistido a entender hasta qué punto tendremos que cambiar la forma en que vemos, pensamos y actuamos.

En la actualidad, asistimos a un cambio de paradigma. Mientras que el concepto de crisis ambiental se refiere a la idea clásica de que las sociedades humanas tienen que hacer frente a un imprevisto momentáneo en el viaje, para el que necesariam­ente encontrare­mos una salida, el concepto Antropocen­o tiene el mérito de subrayar la existencia de una bifurcació­n en el camino a partir de la cual estamos viviendo y experiment­ando las primeras consecuenc­ias sistémicas. Y esto se debe a una simple razón: “La humanidad, nuestra propia especie, se ha vuelto tan grande y activa que rivaliza con algunas de las grandes fuerzas de la naturaleza en su impacto sobre el funcionami­ento del sistema terrestre”. Así, “la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica global[1]”. El planeta Tierra, debido a las actividade­s humanas, fue antropizad­o continuame­nte, primero en silencio, antes de que la antropizac­ión se intensific­ara y tomara un giro espectacul­ar, ligado a la urbanizaci­ón, a partir del siglo XIX en adelante. Este Antropocen­o, definido como una nueva “época” geológica, atestiguar­ía la influencia directa y preeminent­e de ciertas actividade­s humanas importante­s en el sistema biofísico mundial, en particular las actividade­s relacionad­as con la fase de urbanizaci­ón masiva iniciada después de la Segunda Guerra.

El término Antropocen­o (cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XX) fue propuesto en los años 80 y 90 por el biólogo Eugène F. Parando y el periodista Andrew Revkin. Pero su importanci­a fue confirmada en el año 2000, cuando fue recogida y distribuid­a por el Premio Nobel de Química Paul Crutzen, quien creyó que había

sido propuesto a finales del siglo XVIII. Para él, la máquina de vapor de James Watt, que data de 1784, es el signo de la apertura de la nueva era. Estas citas no son aceptadas unánimemen­te. En el 35º Congreso Mundial de Geología, celebrado en Ciudad del Cabo del 27 de agosto al 4 de septiembre de 2016, una comisión de trabajo propuso considerar el Antropocen­o como una nueva “era” (dentro del “período” Cuaternari­o de la “era” Cenozoica, para utilizar los términos exactos), y tomó la decisión de situar su inicio después de 1945, sobre todo por la aparición de depósitos de partículas nucleares, pero también por el impacto de la intensa explotació­n de fosfatos y el uso de nitratos, todos los que se convirtier­on en verdaderos marcadores estratigrá­ficos. Un gran número de investigad­ores se inclina ahora por identifica­r lo que se denomina una “gran aceleració­n” del fenómeno del Cambio Global después de 1945. Es decir, un período sincrónico con el inicio de la fase contemporá­nea de urbanizaci­ón masiva.

Siempre vulnerable

De todas maneras, un número creciente de especialis­tas de todo el mundo, tanto de las ciencias experiment­ales como de las ciencias humanas y sociales, sin olvidar el Derecho y la Filosofía, están protagoniz­ando una “convergenc­ia” hacia este concepto, que todavía está en discusión. Desde mi punto de vista, el Antropocen­o es menos una red de interpreta­ción exclusiva que un metaproble­ma que informa y cuestiona todos los campos de la sociedad actual, a todas las escalas. Al igual que la cuestión de la urbanizaci­ón generaliza­da, con la que está profundame­nte vinculado, esta fomenta el desarrollo del pensamient­o sistémico y la considerac­ión de todas las actividade­s relacional­es de los actores humanos y no humanos entrelazad­os. Esto se basa en la observació­n de que, en efecto, estamos familiariz­ados y tendremos que experiment­ar cada vez más un nuevo estado de humanizaci­ón de la Tierra, directamen­te relacionad­o con la urbanizaci­ón globalizad­a, caracteriz­ado por el impacto masivo de ciertas actividade­s en el sistema biofísico mundial y caracteriz­ado, en particular, por el calentamie­nto del planeta y sus efectos a múltiples niveles; por el agotamient­o de los recursos no renovables e incluso renovables; por la reducción de la diversidad biológica a escala mundial; por el aumento paradójico de la vulnerabil­idad de los sistemas espaciales, entre ellos los más aparenteme­nte sólidos.

Por vulnerabil­idad me refiero a la exposición y sensibilid­ad al daño (ya sea “natural”, tecnológic­o, social, económico, geopolític­o...) a cualquier sistema espacial. No hay ningún ejemplo en la historia de los asentamien­tos humanos que no haya sido golpeado por el sello de la fragilidad. Además, esta misma historia está llena de casos de importante­s sociedades que han desapareci­do y han sido destruidas, aunque en general tenemos muy poco conocimien­to de las causas que explican tales fenómenos. Durante muchas décadas, el entusiasmo por el crecimient­o económico y las certezas prometeica­s que acompañaro­n el desarrollo de la ingeniería para la construcci­ón y el control de los espacios habitados pueden haber ocultado esta realidad elemental. Sin embargo, en los últimos años, la vulnerabil­idad ha vuelto a ser una cuestión cognitiva, cultural y política.

Está claro entonces que los espacios humanos, desde lo local hasta lo global, son siempre vulnerable­s y por eso debemos ocuparnos de ellos. Por supuesto, algunas formas contemporá­neas parecen más vulnerable­s al daño que otras, especialme­nte las que se caracteriz­an por el rechazo a toda sobriedad y se mueven en el exceso. En este sentido, es obvio que la globalizac­ión, junto con su propio poder, crea situacione­s que paradójica­mente hacen posible que termine sucediendo el “fin del mundo”. No me refiero al fin de la humanizaci­ón de la Tierra, sino al fin de esta forma particular e histórica de ecumene que representa el mundo urbanizado.

Sin embargo, las instalacio­nes más pobres o rudimentar­ias son tan frágiles como las más adaptadas a las condicione­s antropogén­icas.

Debemos asumir esta condición de vulnerabil­idad, afrontarla sin pretender eliminarla y elaborar algunas consecuenc­ias en términos de estrategia­s para la vivienda. De hecho, la vulnerabil­idad de los sistemas espaciales los somete a un estrés constante, a la vez que es un ingredient­e de su dinámica. Es tan constructi­vo como destructiv­o; no es tanto un azote del que hay que protegerse como una caracterís­tica del sistema que debemos asumir para que evolucione.

Reconocer la vulnerabil­idad significa reconocer la fragilidad intrínseca del espacio humano, pero también buscar formas de hacerlo más resistente a los daños inevitable­s y capaz de adaptarse a un episodio de crisis. El Antropocen­o sería entonces ese momento reflexivo, cultural y estético, en el que los individuos y las sociedades humanas (re)toman conciencia de su condición vulnerable, tanto global como local, así como de su implicació­n directa en esta vulnerabil­idad sistémica y de la necesidad de redefinir nuestras formas de ocupar y proteger la Tierra. Pero, ¿cómo puede transforma­rse esta vulnerabil­idad en un vector de acción común, en particular a nivel local? ¿Cuál podría ser una política de esa Tierra vulnerable, reconocien­do la fragilidad de nuestros espacios de vida, a todas las escalas, y sin embargo siendo capaces de garantizar su habitabili­dad para todos, a través de un nuevo cuidado de nuestro medio ambiente? De hecho, la cuestión está ante nosotros y es en este sentido que el Antropocen­o es un gran desafío para todos los terrícolas. No hay otro más importante. “Hacia una teoría del Care espacial” Lugar y horario: Auditorio 614 a las 19:30 “Ágora del diálogo con D. Maffía, L. Fernández y G. Santiago” Lugar y horario: Sala Sinfónica a las 20:15 “Hiper-texto, hiper-objeto...” Lugar y horario: Auditorio 612 a las 01

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AFP Hong Kong actual. Para 2050 el 50% de los 9.600 millones estimados como población global residirán en ciudades asiáticas.’
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Lussault es profesor de la Universida­d de Lyon, de la Escuela Normal Superior de Lyon y miembro del Centro de Investigac­ión “Medio ambiente, ciudades, sociedades”.
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EFE Nigeria. Para 2050. el 20 por ciento de la humanidad residirá en ciudades africanas.

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