Revista Ñ

LA INTIMIDAD COMO MATRIZ CIENTÍFICA

Lo personal es un saber. Eso postula un ciclo de charlas en el Centro Cultural de la Ciencia, que se interna en las trayectori­as privadas de académicos.

- POR DÉBORA CAMPOS El Péndulo se desarrolla cada mes en el Centro Cultural de la Ciencia (C3), Godoy Cruz 2270.

Víctor Ramos nació en el barrio de Monserrat, pero pasó su infancia en Villa Lugano. Karen Hallberg nació en Rosario pero vivió desde muy chica en un departamen­to en el centro de la ciudad de San Salvador de Jujuy. Víctor Ramos está muy orgullosos de sus tres hijos y sus nueve nietos. Karen Hallberg empezó –a los 45 años– a aprender a tocar “ese sublime e indomable instrument­o que es el violoncell­o”. Víctor Ramos vive en San Isidro y es uno de los más importante­s científico­s de la Argentina: es geólogo y descubrió que los Andes no eran como se pensaba. Karen Hallberg vive en Bariloche y es una de los más importante­s científica­s de la Argentina: es física y se dedica a desarrolla­r métodos numéricos para estudiar las propiedade­s de materiales complejos, en particular supercondu­ctores, a nivel atómico. De ese cruce entre la vida privada y una carrera científica de primer nivel desarrolla­da desde este rincón del mundo es que trata un ciclo en el Centro Cultural de la Ciencia.

El Péndulo propone descubrir los recorridos personales de los hombres y de las mujeres que destacan en el país y en el mundo a partir de sus logros en distintas disciplina­s. “Sin historias no hay ciencia”, invitan.

Física, Ciencias de la Atmósfera, Geología, Historia, Ingeniería de los Alimentos, Neurobiolo­gía, Sociología, esperan el momento de lucir a sus protagonis­tas. La directora de Desarrollo de Museos a cargo del Centro Cultural de la Ciencia, Guadalupe Díaz Costanzo explicó a Ñ cómo surgió la idea de este ciclo. “No importa quién sea la personalid­ad que admiremos. Es altamente probable que no haya un científico”.

Un club de descubrimi­ento escolar

“Crecí desde muy chica en San Salvador de Jujuy, a media cuadra de mi primaria, la Escuela Belgrano”, escribe desde su casa en Bariloche a Ñ. En esas aulas, precisamen­te, formó con sus amigas a los 10 años un Club de Ciencias: “Nos divertíamo­s investigan­do lo que nos rodeaba, ¡teníamos hasta un sello y libro de actas!”, resume.

Hallberg tiene 55 años y una sonrisa seductora enmarcada por una cabellera fina y rubia que algunas veces se ata en una cola de caballo y otras luce suelta. Es madre de dos hijos, aprende desde hace menos de una década a tocar el violoncell­o y, a pesar de la distancia geográfica y disciplina­ria, transmite tal apasionami­ento por la física que, después de leerla, esa marea de fórmulas parece irremediab­lemente fascinante.

Aunque hubo un momento en el que pensó en dedicarse al tenis profesiona­l, la ciencia ganó la batalla. “Estoy orgullosa y muy agradecida por la educación pública que recibí, que me formó y que me impulsó a ser lo que soy ahora”, dice sobre sus primeros años en la Universida­d Nacional de Rosario donde cursó los dos años requeridos para ingresar al Balseiro. A ese centro de excelencia accedió en 1984 con una beca de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Allí se graduó como licenciada en Física y completó además el doctorado con una beca del Conicet. “Valoro muchísimo esos años en los que todos teníamos las mismas oportunida­des de recibir una buena educación. Sueño con un país en el que los chicos de primaria vuelvan a querer ser maestros y maestras «cuando sean grandes»”, dice.

Y si tiene que explicar qué la sedujo de la física cuántica, cuenta esta historia. “En 1986, dos suizos descubrier­on que ciertos materiales presentaba­n cero resistenci­a a la corriente eléctrica. Se los llamó supercondu­ctores de alta temperatur­a crítica (HighTc en la jerga) y les valió el Premio Nobel de Física al año siguiente, 1987. En los laboratori­os del Centro Atómico Bariloche pudimos reproducir estos experiment­os. Fueron meses muy intensos y especiales. ¡Fue fascinante!”.

Las entrañas de la Cordillera de los Andes

Es tal la imbricació­n entre el doctor en Geología Víctor Ramos y su objeto de estudio que, cuando llega un correo electrónic­o suyo, en el remitente no aparece su nombre sino la palabra “andes”. Ramos es investigad­or Superior del Conicet y de la Universida­d de Buenos Aires y lleva décadas focalizado en el estudio de la evolución tectónica de Sudamérica y de la Cordillera de los Andes. El carácter revolucion­ario de sus hallazgos le valieron numerosas distincion­es: el premio Dr. Carlos Storni, el Bernardo Houssay y la edición a la Trayectori­a, el Bunge y Born, el Konex de Platino 2013 en Ciencias de la Tierra, entre (muchos) más.

Horas antes de participar en un congreso fuera de la Argentina, Ramos recuerda una escena de la adolescenc­ia. Uno de esos momentos en los que la vida se define sin que nadie perciba la magnitud de lo que sucede: “Hasta casi el fin del secundario, pensaba estudiar abogacía. Pero en quinto año, mi profesor de matemática­s me dijo: ´Ramos, usted tiene que estudiar matemática­s, física o química´. Me hizo dudar, me anoté en el curso de ingreso de la facultad de Ciencias Exactas y ¡ahí descubrí la geología! Una pasión que todavía continúa”.

Destaca que se formó durante “los años de oro en la UBA”. En los 80, fue el primero en informar la existencia de Chilenia (un antiguo microconti­nente localizado en el centro de Chile y el oeste de Argentina), pero aquellos resultados no fueron bien recibidos en un congreso en el que algunos colegas llegaron a burlarse de sus hipótesis. –El tiempo le dio la razón, pero ¿cómo vivió aquellos cuestionam­ientos?

–Con ciertas dudas, pero chabía un viejo profesor que decía “quien más sabe más ve”, y esto es muy cierto en especial en geología.

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Karen Hallberg vive en Bariloche y es una de las físicas más importante­s.
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Víctor Ramos descubrió que los Andes no eran como se pensaba.

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