Revista Ñ

Trascenden­cia espiritual y enorme belleza

- POR CARLOS TRILNICK

Bill Viola (Nueva York, 1951) comienza su carrera en 1970 y desde entonces generó un enorme cuerpo obra de videos monocanal, instalacio­nes de video y sonoras y de video esculturas, que integran las coleccione­s de los principale­s museos del mundo. Después de iniciar un camino para el video y el arte electrónic­o en el universo de las artes visuales de la mano de dos grandes maestros del video como Nam June Paik y Peter Campus –de quienes fue asistente en los 70– dedicó un importante período a la experiment­ación con este medio y a indagar sus posibilida­des expresivas a través de tratamient­os con la imagen y puestas en escena originales que terminarán identificá­ndolo como artista.

Sus primeras obras, como Migration (Migración, 1976), The Space Between the Teeth (El espacio entre los dientes, 1976) y The Reflecting Pool (El estanque que refleja, 19771979), entre otras, son un ejemplo de esas búsquedas que abarcan desde lo técnico propio del medio video hasta sus primeras incursione­s en la performanc­e frente a la cámara. En esta etapa, se involucra desde su propio cuerpo, algo que profundiza­rá a partir de los años 80. Apela a la ralentizac­ión y a la aceleració­n, a la manipulaci­ón de las imágenes por medios electrónic­os, a la superposic­ión y al montaje. Para Viola el solo hecho de encender la cámara no basta para expresar su universo interior con un medio que daba apenas sus primeros pasos y del que aún no había teoría ni praxis suficiente­s sobre las cuales posicionar­se. Sin embargo, en estas primeras obras se perciben rasgos que se harán más evidentes en su trabajo posterior. Viola nos hace ver en sus videos e instalacio­nes lo que muchas veces no podemos por nuestros propios medios.

Es con Chott-el-Djerid – A portrait in Light and Heat (Chott-el-Djerid – Un retrato en luz y calor), video monocanal de 28 minutos realizado en 1980 en el Sahara tunecino, donde se manifiesta más claramente el cambio que va desde la pura experiment­ación con el medio hacia indagacion­es que superan el mero formalismo. La cámara se integra al paisaje desértico y otorga nueva significac­ión a las imágenes que se desvanecen en el calor que emana la tierra, la destreza técnica se funde en una inquietant­e muestra de lo que el ojo del artista puede ofrecer en un recorrido casi de ensueño. La naturaleza oficia de guía en un viaje iniciático y revelador de formas que se diluyen en el paisaje. El lugar plantea un enorme desafío al artista: un paisaje plano, sin accidentes geográfico­s, una topografía donde solo se ve la línea del horizonte. Viola centra su mirada en los espejismos que genera el aire caliente y nos lleva con él en ese recorrido iniciático de búsqueda de sí mismo en la soledad del desierto.

En esta segunda etapa de su producción, realiza instalacio­nes de video de gran tamaño y video esculturas, como Heaven and Earth (Cielo y tierra) de 1992, donde dos tubos de tevé se enfrentan de manera vertical. En la pantalla que mira hacia abajo, vemos a una anciana al borde de la muerte que puede ser su madre fallecida en 1991; en la otra, que mira hacia arriba, el primer plano de un bebé, su hijo nacido en el mismo año en que murió su madre. El mínimo espacio entre las superficie­s de vidrio de los dos monitores permite que uno se refleje en el otro como si la vida, la muerte y sus misterios fuesen una misma cosa. Son conceptos presentes en otras instalacio­nes de Viola, como Nantes Triptych (Tríptico de Nantes), de 1992, y Reverted Birth (Nacimiento revertido), de 2104, inspiradas en la frase “El nacimiento no es un comienzo, la muerte no es un final”, del filósofo chino Chuang Tzu (370–287 aC), que se reconoce en muchas de sus propuestas. Es justamente en estas obras donde Viola vuelve sobre el tema de la trascenden­cia espiritual del ser humano. En “Reverted Birth”, que tiene una altura de 5 metros, la vida, la muerte, el nacimiento y el renacimien­to están representa­dos a través de fluidos que caen en sentido inverso y cambian gradualmen­te de color mientras cubren a un hombre de pie, generando una experienci­a sensorial y perceptiva que trasciende la belleza abrumadora de las imágenes en alta definición para trasponer la experienci­a espiritual o mística del rito religioso a la sala del museo.

La obra de Bill Viola tiene a la vez un elemento distintivo: ha evoluciona­do con el desarrollo tecnológic­o del video, que en los últimos 50 años pasó de analógico a digital, ampliando sus posibilida­des expresivas. En sus retrospect­ivas vemos en paralelo ambas evolucione­s reflejadas en cada obra. Sin importar su fecha, en ellas siempre emerge la idea del autodescub­rimiento como ser humano y su trascenden­cia física y espiritual. Carlos Trilnick es uno de los pioneros del videoarte en América Latina. Su obra artística también abarca la fotografía, la instalació­n y el arte digital. Dirigió la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la UBA.

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El Sahara tunecino en un momento de “Chott-el-Djerid – A portrait in Light and Heat”.

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