El juego de las diferencias entre Ana Gallardo y Jorge Macchi
Observatorio. Crónica de la charla –cómplice pero rigurosa– que en la Casa del Bicentenario abrió el ciclo de encuentros entre artistas contemporáneos.
“¿Estoy acá para defender a Ana Gallardo?”, lanza Jorge Macchi con afectuosa ironía, ubicado a la izquierda de la artista en el escenario cálidamente improvisado. Frente a ambos, el público llena la sala, en la planta baja de la Casa del Bicentenario. La luz baja, y el sillón en el que Gallardo se acomoda –de a ratos relajándose, de a ratos irguiendo la espalda, con el gesto fresco de quien espontáneamente se enciende en un debate– dan al encuentro un clima de agradable intimidad. Pero si algo quedará en claro en esta primera edición del “Observatorio en duetos” –el ciclo de encuentros organizado por esa institución y cocurado por Mariana Obersztern y Julieta Ascar– es que la intimidad, como el afecto, la amistad y la camaradería, también pueden ser implacables.
En el germen de este proyecto (que forma parte del más extenso Programa experimental que la Casa del Bicentenario lleva adelante) está el deseo de promover una mirada rigurosa, que ponga en crisis los métodos de creación establecidos. Por eso se han convocado para participar distintos referentes del arte contemporáneo; artistas consagrados, pero con la necesaria frescura para aceptar el desafío de ponerse en jaque. En los sucesivos encuentros cada uno de los invitados (entre los que también estarán Marcos López, Rafael Spregelburd, Marcia Schvartz y Liliana Porter) elegirá un colega, a modo de interlocutor y co-equiper, para ubicarse bajo su lupa. En ese diálogo entre el “observado” y su “observador”, se irá tejiendo una trama que, oscilando de lo particular a lo universal, pondrá de manifiesto las más profundas ideas que subyacen en los modos en que cada uno concibe el arte.
“Elegí a Jorge –comienza a contar Gallardo– porque nadie conoce mi trabajo ni mi vida como él. Y al mismo tiempo tengo prejuicios, siento que no le interesa mucho lo que hago. Entonces me pareció que iba a poder observar aquello en lo que yo estoy cómoda, aquello que no está funcionando”. Con esta declaración como puntapié inicial de la partida (un peloteo que a veces cobrará el clima de una charla fraterna, y hasta de una peleíta entre hermanos, que terminará con el candoroso reto “Jorge, dejame hablar”), la artista deja en claro que la primera en mirarse con rigor es, en este caso, ella misma.
Gallardo cuenta con una obra multifacética, que despliega intereses muy precisos –el señalamiento de la violencia contra la mujer y contra la vejez, y el deseo de visibilizar, y en alguna medida reparar, esas instancias– mediante diversos soportes y dispositivos. Pero más allá de lo que se muestra en galerías, museos y bienales (dibujos, cerámicas, fotos, y sobre todo videos) su trabajo se da puertas adentro de esos otros espacios, centros de día o geriátricos, donde Gallardo conoce, y se vincula, con las personas que aparecen en sus obras.
La artista no demora en confesar lo que le pasa (y el éxito de la velada radica, en gran parte, en ese tono confesional, ese gesto de entrega, de exposición de quien, sin embargo, defenderá su trabajo con un amor de madre). “Siento que mi obra vive en estado fracasado respecto al sistema del arte. No logro entender qué tengo que hacer con esto”. Dice, y se guarda al auditorio en el bolsillo. A partir del señalamiento inicial de ese conflicto, su riguroso observador le disparará una serie de preguntas. “¿Por qué es necesario el registro de una performance?”, “¿Por qué se sobreentiende que el arte es para el público del arte?”, ¿Creés que el arte es efectivo a nivel transformador?”, “¿No debería el artista confiar en que la pieza trasmita las emociones sin tener que explicarlas?”. Cuestionamientos que seguramente seguirán por algún tiempo resonando en la cabeza de la artista, y de todos los presentes.
Con sagacidad, Macchi sabrá cómo ubicarse frente a su observada en función de lo que en ese momento sea necesario, yendo de la mirada filosa al rescate amoroso. Ni por un momento habrá condescendencia. Ni por un momento faltará el afecto. De a poco el público comienza a arrojar preguntas y a improvisar posibles soluciones para la “frustración” de la artista. Una frustración que Macchi observa con cabeza conceptual y frialdad de cirujano: “Ana, sabés que en este punto tenemos una diferencia insalvable, ¿no?”, le contesta cuando ella le dice que cree en la capacidad transformadora del arte. “Sí –dice ella– . Para eso estás acá. Para ponerme en aprietos”.
Pero el “apriete” de Macchi no ahorca: tiene el tono justo, y eso lo saben ambos. “Hay un deseo de emotividad en la obra de Ana que es muy difícil de trasmitir”, concluye Macchi, dejando en claro todo lo que la comprende. “Me gustó mucho ser el observador de Ana Gallardo”, cierra. Las preguntas, sin embargo, quedan abiertas en el aire. El público comienza a marcharse contento, con la sensación de que esta instancia de diálogo que el ciclo ha abierto, resultará muy saludable dentro del ambiente, a veces tan viciado, del arte porteño. Desde la pantalla, una de las mujeres con que la artista trabajó para su presentación en la Bienal de La Habana, se queda cantando: “…nosotros, que fuimos tan sinceros…”. Y el bolero es un guiño, más que apropiado, para el cierre de esta pequeña historia de arte, y de amor.