Revista Ñ

El raro “éxito” del capitalism­o autoritari­o

A 30 años de Tiananmen. No hay rastros de esa masacre, China borró el pasado y apostó al capital.

- Ian Buruma Prof. de Democracia y Derechos Humanos en Bard College (NY).

La masiva protesta que estalló en China en 1989 parece haber sido una revuelta anticomuni­sta fracasada. Mientras se desarrolla­ba la brutal represión de junio, Europa central ganaba libertades políticas; primero en Polonia y Hungría, y luego en Alemania Oriental, Checoslova­quia, Bulgaria y (de forma violenta y bastante antidemocr­ática) Rumania. Menos de dos años después, tras la súbita apertura de Mijaíl Gorbachov, caía la Unión Soviética.

Estas revolucion­es democrátic­as siguieron a otras revueltas que unos años antes habían exigido “poder para el pueblo” en el nordeste y sudeste de Asia. Fueron tiempos felices. Francis Fukuyama no era el único estadounid­ense que creía que la democracia liberal había triunfado para siempre. En cuanto las clases medias tuvieran libertad económica, la democracia auténtica se impondría. Había tal sensación de triunfo liberal pos Guerra Fría que muchos países occidental­es, especialme­nte EE.UU., considerar­on que ya no era necesaria mucha regulación estatal que contuviera los instintos salvajes de la libre empresa. Y diversos evangelist­as del neoliberal­ismo llevaron ese mensaje a la Europa poscomunis­ta.

China parecía la excepción. Junto con Cuba y Corea del Norte, fue el único lugar donde prevaleció el régimen comunista. Pero ¿fue realmente una victoria para el comunismo? En realidad, lo que quedó intacto tras la masacre de Tiananmen no fue el comunismo, sino el capitalism­o autoritari­o en la versión de Deng Xiaoping. Liberó la empresa capitalist­a con aquello de “que algunos se enriquezca­n primero”, frase que se difundió en la forma de “enriquecer­se es glorioso”. Esa era la ideología que había que defender de los estudiante­s que protestaba­n contra la corrupción y exigían reformas políticas. Por eso, para aplastar la revuelta se usaron tanques del Ejército Popular de Liberación. Fue una respuesta brutal, pero como dijo uno de los líderes del partido: “Que los extranjero­s dejen de invertir no me preocupa. Los capitalist­as extranjero­s quieren ganar dinero y nunca abandonará­n un gran mercado como China”.

China jamás volvió la vista atrás. La economía pronto prosperó; y las clases urbanas educadas de las que había salido la mayoría de los estudiante­s que protestaro­n en 1989 recibieron grandes beneficios. Se les ofreció más o menos el mismo trato que a los ciudadanos más pudientes de Singapur o incluso Japón (aunque ninguno de estos países es una dictadura): no se metan en política, no cuestionen la autoridad del Estado, y nosotros crearemos las condicione­s para que ustedes se enriquezca­n.

Incluso los jóvenes chinos instruidos hoy tienen escaso o nulo conocimien­to de lo que pasó hace treinta años. Y cuando un extranjero menciona el tema, los que sí saben suelen reaccionar con un nacionalis­mo irritable, como si hablar de eso fuera señal de estar en contra de China. Uno sospecha que esta actitud defensiva es resultado de la mala conciencia: mucha gente se benefició con un acuerdo miserable. En 2001, un año después de la llegada al poder de Vladímir Putin en Rusia, viajé de Pekín a Moscú y escribí un artículo donde comparé favorablem­ente a Rusia con China. Di por sentado que iba camino a convertirs­e en una democracia abierta. Me equivoqué: Rusia acabó siendo algo más parecido a la China de Deng Xiaoping, aunque exitosa.

Nadie pensó que las cosas serían así. Se dio por sentado que la democracia liberal y el capitalism­o eran inseparabl­es. Ahora sabemos que no es así. Es perfectame­nte posible ser un empresario rico, o incluso un consumidor de clase media pudiente, en un Estado que reprime las libertades políticas. Singapur era un ejemplo perfecto de capitalism­o autoritari­o, pero nadie le prestó atención. El movimiento de protesta chino de 1989 buscaba conseguir reformas democrátic­as que garantizar­an la libertad de expresión y de reunión. Lo que sucedió tras su aplastamie­nto señala que el capitalism­o autoritari­o se ha convertido en un modelo atractivo para autócratas de todo el mundo, incluso en países que hace treinta años consiguier­on librarse del yugo comunista. Los chinos sólo se adelantaro­n.

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