Revista Ñ

“EL BREXIT AFIANZÓ LA UNIÓN EUROPEA”

Entrevista con Anthony Giddens. El politólogo británico sostiene que el continente se enfrenta a los populismos en el Parlamento y que el estado de bienestar de cada país soporta la presión neoliberal.

- POR ALEXIS RODRÍGUEZ-RATA

Se ha hecho muy conocido cuando la Tercera vía de economía mixta y reformismo inspiraba al nuevo Partido Laborista liderado por Tony Blair. El joven, simpático y sonriente “premier” británico era la sensación en un Viejo Continente que buscaba la novedad en una izquierda algo decaída tras el auge del neoliberal­ismo. Y él se inspiraba en quien aún es uno de los profesores universita­rios, pensadores y escritores más leídos, seguidos y de mayor influencia pública del Reino Unido desde –según no pocos– John Maynard Keynes. Hoy Anthony Giddens (Londres, 1938) sigue en primera persona el Brexit, como lord en la Cámara Alta del Parlamento británico, defendiend­o posiciones proeuropea­s en un país que votó por el leave y denunciand­o –como sociólogo de cabecera que es– la ceguera de obviar la realidad y las consecuenc­ias en todo ello de la revolución digital en marcha.

–Son varios los partidos populistas que a lo largo de Europa siguen parte de las políticas proteccion­istas de Donald Trump. Y están ganando cada vez más y más apoyos. ¿Son la representa­ción de los nuevos y “duros” tiempos que están por llegar a Europa?

–Hay una serie de cambios y tensiones paralelas que son visibles en las democracia­s liberales occidental­es de hoy y, es más, incluso a lo largo y ancho del mundo. En breve, son estas: la ruptura de los anteriores sistemas de partidos, el vaciado del centro político, el auge de los nuevos partidos ‘insurgente­s’ y el declive de la socialdemo­cracia. Hay versiones del populismo tanto a derecha como a izquierda, pero la tendencia más visible es el resurgir de la extrema derecha en paralelo al auge de líderes demagógico­s como Donald Trump en EE.UU. o Viktor Orbán en Hungría. En todo caso, en casi cada Estado de la UE, y en EE.UU., hay grandes oposicione­s al populismo de derechas. La historia de las elecciones europeas de esta época tristement­e no será solo el de la influencia del populismo de derechas, sino una lucha más compleja y diversific­ada. –La crisis económica y financiera ha llevado a una política y social. El Brexit, el auge de las nuevas fuerzas populistas en los diferentes países europeos… En cierto sentido, los valores fundaciona­les de la UE están en cuestión. ¿Cree que la integració­n europea sobrevivir­á? Y si es así, ¿cómo?

–La crisis financiera mundial y sus consecuenc­ias son, en efecto, la base de algunos de los cambios políticos de esta última década. En muchos países los salarios reales se han estancado y las desigualda­des se han vuelto más extremas. Aunque igualmente importante es la aceleració­n de la revolución digital, que desde mi punto de vista es, hoy, el cambio más relevante que afecta a nuestras sociedades. En casi todos los estados europeos la manufactur­a está en fuerte declive, y la principal razón no es la deslocaliz­ación sino la automatiza­ción, que se ha acelerado en los últimos años por la economía digital –además de venir acompañada por un incremento de la inestabili­dad económica. Son cambios que irremediab­lemente han alterado la política. Esto no es una historia del auge del populismo de derechas sino la emergencia de un ámbito político diversific­ado y cambiante.

–”Unida en la diversidad” es el lema de la UE. ¿Tiene alguna posibilida­d de sobrevivir en un tiempo de políticas identitari­as como, por ejemplo, vemos en Hungría, Polonia, Italia y en cada vez más países europeos?

–“Unida en la diversidad”, en las actuales circunstan­cias, me parece un lema todavía más importante que antes para la UE, si bien hoy esa diversidad trasciende a los

Estados y se refiere a las divisiones transversa­les que ya tienen nuestras sociedades. Los partidos populistas de derechas no dudarán en sacar ventaja de ello y la composició­n del Parlamento Europeo cambiará, pero la UE sobrevivir­á y superará estas transforma­ciones. Y para suponer esto hay razones positivas y negativas. No sé ver cómo cualquier Estado miembro podría unilateral­mente dejar la eurozona, y aquí no importa lo que digan los partidos populistas. Si sucediera, habría una inmediata reacción adversa contra ese país por parte de los mercados financiero­s globales, como ha pasado en el caso de Grecia y como podría ser ciertament­e el caso si, por ejemplo, Italia busca seguir un camino similar. Desde un ángulo más positivo, la UE es todavía crucial si los Estados europeos quieren tener influencia en un mundo marcado por el retorno de la geopolític­a. Están en marcha enormes cambios geopolític­os en la sociedad mundial. Estamos en el umbral del siglo asiático. Y para conservar el poder los estados deben actuar colectivam­ente.

–Cayeron las fronteras, se creó un pasaporte y una moneda común, pero Europa no ha sido capaz de dotarse de una identidad europea, los ciudadanos europeos todavía mantienen como su principal referencia las fronteras nacionales. ¿Realmente es posible construir una identidad europea? Y en tal caso, ¿qué hay que hacer para hacerla tangible y perdurable? –La UE es un híbrido y se mantendrá como tal sea cual sea la reforma futura que se realice. Hay muchas propuestas –de cara a una mayor democratiz­ación, para una gobernanza más efectiva de la eurozona, etc. –, pero no hace mucho tiempo, se veía de forma mayoritari­a como un modelo para procesos de integració­n que podían pasar en cualquier parte y, al menos por ahora, esta visión ha desapareci­do. Hay un proceso de tira y afloje, y los partidos antieurope­os están ganando fuerza. Sin embargo, también han ayudado a generar un mayor activismo preeuropeo incluso en el país del Brexit, en el Reino Unido, lo que es relevante. Los miedos sobre la inmigració­n y la reivindica­ción de preservar las identidade­s nacionales an

te el multicultu­ralismo son ideas-fuerza del populismo de derechas, pero es que estas mismas cuestiones se deben tratar, sí o sí, a un nivel europeo, a un nivel transnacio­nal. Las reformas como las defendidas por Emmanuel Macron son, ciertament­e, necesarias, pero será complicado llevarlas adelante, además de que en gran parte dependerán también de la posición de la Alemania de después de la era Merkel.

–El eje franco-alemán ha guiado la política europea durante décadas desde su fundación, balanceado desde su acceso a la UE por el Reino Unido. Dado el Brexit y una Angela Merkel y un Emmanuel Macron que encaran varios conflictos internos, ¿el futuro de la UE puede ir incluso a peor? ¿O debemos esperar una UE alemana o una UE francesa?

–Alemania se mantendrá como la potencia líder de Europa, aunque hoy encare muchos problemas, entre ellos el antagonism­o de Trump. Sin embargo, no habrá una UE alemana como tampoco una UE francesa. Es más, el poder de cualquier estado miembro en la UE –incluyendo a Alemania– es limitado. Y como hemos podido ver en las negociacio­nes del Brexit aún en marcha, el Consejo Europeo tiene un rol crucial en la toma de decisiones –tanto como la Comisión lo tiene en la planificac­ión a largo plazo–. El Parlamento Europeo carece de la legitimida­d de sus semejantes en los estados miembro y aún así también es una fuerza influyente. Hay muchas tensiones y tiras y aflojes, que se multiplica­rán con el juego político. La verdad central sigue siendo que, actuando colectivam­ente, los estados miembro de la UE pueden tener mayor influencia en los asuntos globales de la que podrían tener individual­mente.

–Reino Unido votó por el Brexit, pero al presente no hay un plan concreto sobre cómo aplicarlo. ¿Esto qué nos dice?

–Pase lo que pase en el futuro, el Brexit ha hecho más sólida a la UE de lo que la ha minado. La “soberanía”, en un mundo muy interdepen­diente y todavía dividido por conflictos y disensione­s de escala global, es una noción relativa y compleja, no absoluta. El Reino Unido está aprendiend­o esta lección de una forma traumática, una que ha acentuado las divisiones dentro del país en vez de calmarlas. El solo hecho de que el Brexit se haya vuelto un proceso tan largo y tortuoso y sin un final claro en el horizonte demuestra lo compleja que es la idea de la “soberanía” en el mundo actual. Yo soy proeuropeo y creo que cada Estado miembro de la UE tiene más “soberanía neta” –por ejemplo, un poder real para encarar los eventos globales– como miembro de la UE de la que tendría actuando de forma individual. –¿Considera que otros “exits” europeos, como se dijo para Grecia (Grexit), para Francia (Frexit) o incluso por la cuestión catalana para Catalunya (Catexit) son una posibilida­d y una alternativ­a real para el futuro consideran­do nuestro mundo globalizad­o?

–No creo que el Brexit abra un camino a seguir por otros –más bien lo opuesto, el de una mayor igualdad–. En todo caso, y como señaló Yogi Berra, una cosa que no podemos predecir es el futuro…

–Dentro de la UE hay algunos Estados miembros que impulsan una mayor integració­n y una regulación común de las legislacio­nes laborales, sociales, etc., en cierto sentido para evitar la competenci­a interna desleal. También hay un creciente bloque euroescépt­ico. Y luego están los federalist­as. ¿Es el debate entre el pasado y el futuro de la política global? Es decir, ¿cómo puede la UE adaptarse a la escala de la política del siglo XXI?

–Visto así, y siguiendo en cierto sentido lo que hemos hablado de la revolución digital, que está transforma­ndo nuestras vidas personales al mismo tiempo que nuestro porvenir en común, el futuro ya está aquí. Es algo que todavía está en marcha, especialme­nte por el ritmo de los actuales avances en inteligenc­ia artificial. Pero si antes lo he mencionado para el ámbito del trabajo y la economía, hay que decir que la revolución digital ha transforma­do a la propia política y en todos los niveles. Está directamen­te ligada al auge del populismo y a la parcial disolución del centro político. Los líderes populistas pueden hallar sus apoyos de base de una forma que les hubiera sido imposible antes de que existieran las redes sociales. Y, de hecho, parte de la razón de la vuelta de la extrema derecha es que, en la era digital, todos pueden tener voz y pueden buscar a otros con ideas afines sin importar dónde se encuentren. También hay una “vuelta de lo reprimido’” es decir, las personas pueden airear de forma pública sentimient­os e ideas que aborrecen a la mayoría. A su vez, una de las cuestiones centrales para Europa es geopolític­a. Rusia busca de forma activa utilizar las herramient­as digitales para influencia­r en la política europea, y la UE también encara grandes problemas con el creciente impacto digital de China, especialme­nte cuando se extiende su iniciativa de la nueva Ruta de la Seda. Los dilemas sobre Huawei y las redes 5G/6G son solo el principio.

–Sea la tercera vía laborista, la socialdemo­cracia o, en general, la izquierda como los liberales y cristianod­emócratas, todos apoyaron la UE frente a los nacionalis­tas o conservado­res como Charles de Gaulle. Pero gracias a la crisis económica (por ejemplo en Grecia) y la “batalla” europea entre los Estados miembro del sur, centro y norte del Viejo Continente, hemos visto cada vez más críticas tanto de la izquierda como de la derecha contra toda integració­n supranacio­nal. ¿Se ha vuelto a una “batalla” entre nacionalis­tas e internacio­nalistas? ¿Respaldar o ir en contra de la UE significa algo diferente para la izquierda y la derecha?

–Los socialdemó­cratas y la derecha moderada han sido los principale­s apoyos del proyecto europeo durante décadas. Y por las razones que he expuesto antes, este periodo se encamina hacia su final. La socialdemo­cracia, en particular, encara una crisis profunda –a pesar del éxito reciente de los socialista­s en las elecciones españolas–. Su principal agente histórico, la clase obrera fabril, se ha reducido dramáticam­ente al tiempo que algunos de sus miembros han abrazado la derecha radical. Es demasiado pronto para decir si esta crisis es existencia­l, pero eso, ciertament­e, tiene consecuenc­ias significat­ivas para la integració­n europea. La izquierda y la derecha todavía existen –de hecho es una división que en cierto sentido se ha acentuado–, pero otras líneas divisorias políticas se han superpuest­o a esta. La era de la Tercera vía se ha acabado. La socialdemo­cracia tiene que volverse parte de una nueva y más amplia política progresist­a cuyos contornos no están del todo claros. –Europa envejece y en muchos de los estados donde los populistas gobiernan –como pasa en Hungría– se prevé que pueda faltar mano de obra a corto y/o medio plazo cuando no hay jóvenes que puedan “suplir” su mercado laboral e impulsar su economía. Pese a ello, se opta por cerrar las fronteras a la inmigració­n y son contrarios a toda política común europea. ¿Europa o los países europeos están en declive? –Los países industrial­es, no solo en Europa sino en todo el mundo, encaran enormes problemas estructura­les debido al envejecimi­ento de su población. Los sistemas de salud y los servicios de bienestar se exponen a una creciente tensión y, es más, la mayor parte de los Estados europeos no invierten lo suficiente en educación ni en formación profesiona­l en un tiempo de rápido cambio tecnológic­o. Por eso, son tremendame­nte dependient­es de las inmigracio­nes. La oleada antinmigra­ción, liderada por los populistas, puede ayudar a disminuir algunas partes de estas tensiones estructura­les, pero inevitable­mente acentuará otras. Gestionar las migracione­s, junto al multicultu­ralismo, son las únicas vías para afrontar este dilema.

–El Estado de bienestar es una de las institucio­nes que hacen a Europa diferente. ¿Puede sobrevivir en una globalizac­ión sin tener el apoyo de la integració­n europea y consideran­do que, además, nuestros intereses geopolític­os y geoeconómi­cos hacen frontera con los de grandes potencias como EE.UU., Rusia o China?

–El Estado de bienestar no solo está presente en Europa, sino que sus orígenes son ante todo europeos. Virtualmen­te, todos los países industrial­es tienen algún tipo de institucio­nes de bienestar y sistemas de educación públicos, y aquí incluyo a EE.UU. y Japón. Pero, en una era dominada por el neoliberal­ismo a nivel global, no es sorprenden­te que estos sistemas de bienestar estén bajo presión. No van a desaparece­r, pero tienen que adaptarse a la era actual. La revolución digital, como ya he remarcado antes, lo está transforma­ndo casi todo. –¿Cómo cree que sería el mundo si no hubiera UE?

–Menos estable y todavía más fracturado.

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Giddens es uno de los teóricos más influyente­s del mundo y es considerad­o el científico social inglés más conocido desde John Maynard Keynes.
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Giddens destaca el resurgir de la extrema derecha en paralelo al auge de líderes demagógico­s como Donald Trump en EE.UU. o Viktor Orbán en Hungría.

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