Revista Ñ

CHISMES, NADERÍAS Y OTRAS CHICANAS

Anita Brookner. De la autora de una treintena de obras, entre ellas la célebre Hotel du Lac, llega su primera novela.

- POR ELVIO E. GANDOLFO

Cuando en 2009 la novelista inglesa e historiado­ra del arte Anita Brookner dio una última entrevista, tenía 80 años. En ella, Mick Brown, de The Telegraph, hablaba de su nueva novela, Strangers que, de modo poco caracterís­tico, había demorado cuatro años en aparecer (la anterior era de 2004). Hasta poco antes, difundía con regularida­d una novela nueva cada año. Todas tenían una extensión más bien breve, que no llegaba a las 300 páginas. A primera vista, parecían contar historias semejantes: vidas de mujeres acosadas por la soledad, las pérdidas emocionale­s y los problemas familiares, que rara vez llegaban a cumplir sus deseos de cambio y desarrollo individual.

Acaba de ser traducida al castellano la primera de sus novelas, Un debut en la vida, por Libros del Asteroide. Es de 1981, momento en el que tenía 53 años. Un comienzo tardío, pero que se convirtió en la escritura de más de veinte libros. Uno de ellos, Hotel du Lac (1984) obtuvo el codiciado Booker Prize. Ese y algunos títulos más han circulado en castellano en ediciones de Tusquets.

Una tentación frecuente es relacionar a la autora con sus protagonis­tas. Hija de padres judíos polacos, estudió Historia y se doctoró en Historia del Arte en el Courtauld Institute en 1953. En ese campo publicó estudios sobre los pintores Jean-Baptiste Greuze y Jacques-Louis David. De cuerpo pequeño, muy delgado, y un estilo impecable para vestir, nunca se casó, y rehuía las reuniones sociales, sin esquivarla­s del todo. Aunque en cuanto llegaba, anunciaba que ya tenía que irse.

Algo de lo que disfrutaba plenamente era

de sus clases de tutora sobre historia del arte, con respuesta cálida y directa por parte de sus alumnas. Una de ellas contaba que en la pequeña oficina en lo alto del Courtauld Institute donde las atendía, solía dejar migas de pan en el pretil de la ventana, para que las palomas cercanas no interrumpi­eran la clase con sus arrullos.

La demora en aparecer de Strangers fue premonitor­ia: fue su última novela, aunque su autora falleció siete años después, en 2016. Mucho antes, en 1987, Paris Review publicó una de sus famosas entrevista­s, donde Anita recordaba su vida familiar, muy poblada por los padres, una abuela, tíos, tías y primos, “gente trasplanta­da y frágil”, a la que atribuía parte de su carácter: “Como resultado, me convertí en adulta demasiado pronto y paradójica­mente nunca crecí”.

Cuando obtuvo el Booker pensó que habría sido mejor lograrlo con otro libro y declaró además: “Sentí que podía entrar al Libro Guinness de los Récords como la mujer más solitaria y desdichada del mundo”. Pero todos estos datos, aunque coinciden en lo temático (sus protagonis­tas suelen ser solteronas sensibles y empeñosas) no preparan en absoluto para la experienci­a de leerla.

La primera frase de su primera novela es una síntesis tajante del desarrollo: “A sus cuarenta años, la doctora Weiss comprendió que la literatura le había destrozado la vida”. Pero la puesta en práctica de ese camino hacia la desilusión tiene la intensidad de un estilo con el filo cortante de un bisturí, y una mirada sobre sus personajes, frustrados o engañosos ellos mismos, cargados de nitidez y humor.

Así como ella recibió como un regalo del cielo una beca para estudiar en el Louvre, que la malquistó por un período con los padres, y la sacó del rigor inmovilist­a de su vida, la doctora Weiss recibe con el mismo agradecimi­ento la posibilida­d de estudiar a su amado Balzac en Francia.

Cuando Helen Weiss logra trasladars­e, creyendo que comienza un camino de libertad y realizació­n, el lector ya comprende que no le será fácil. Sus padres ya son un poco ancianos, e inestables. A su vez, sus ilusiones románticas también son endebles. Por ejemplo con Duplessis, un profesor de la Sorbona especializ­ado en Balzac, relativame­nte mayor, y ducho en el camino de la seducción y el esquive del compromiso profundo.

Un nuevo plano técnico de sutileza y eficacia son los diálogos. Aunque sean solitarias y solitarios, sus personajes nunca están solos en el plano superficia­l de los comentario­s, los chismes, las chicanas. Los rodea un entorno de conversado­res informados y a veces ácidos, irónicos, o directamen­te agresivos.

Las vidas de todos flotan en un agua social poco afecta a la seguridad o las apuestas seguras. A menudo se mudan, a veces sufren el paso del tiempo y las enfermedad­es. El milagro peculiar de la autora es que su prosa los rescata en su minucioso respeto por algo parecido a la verdad, que no se niega a sí misma el resplandor del amor o el afecto, por frágil que parezca. Cuando el libro termina, a contrapelo de la materia argumental, el lector se siente tonificado por una experienci­a única.

Una amiga mayor, Molly, ha precedido a Weiss en lo que parece la verdad de desgaste de las energías físicas y psíquicas. La quiere y respeta, por eso le dice: “Ya no soy joven. Recuerda que soy mayor que tú, Helen. Tengo lo suficiente para ir tirando hasta que la palme, y entonces se acabó”. Y le hace recordar que ambas están de acuerdo en recorrer ese camino con una decisión: “Sin remordimie­ntos”.

La gente de la realidad que describe en las novelas tiene el alivio de poder leer sobre sí misma en sus novelas, y trascender el peso de la angustia, de la nada, en la altura de un estilo que como sin querer establece un mundo paralelo y más duradero. Sonreír o reír con las familias ficticias, a veces patéticas, de Anita Brookner, ayuda a soportar o incluso ver las familias reales. Algo parecido pasa con los personajes de Antón Chejov, de Raymond Carver, de Alice Munro.

En su cumpleaños, el padre la alimentaba regularmen­te con las novelas de Charles Dickens, su autor favorito. Seguían los franceses: Gustave Flaubert, Georges Simenon. Y maestros inevitable­s como Henry James y Marcel Proust.

A pesar de su sistemátic­o perfil bajo, obtuvo con el tiempo, además de algunos premios (empezando por el Booker) el apoyo, primero asombrado, después incondicio­nal, de lectores entrenados y de autores que encontraba­n en ella tonos que no se repetían en ningún otro sitio. Uno de ellos, Julian Barnes, prologa esta primera novela.

El azar de la distribuci­ón ha hecho que coincidan en el mercado argentino esta traducción de Anita Brookner con la última novela de Barnes: La única historia, donde un flaubertia­no amor, al principio ilegal, entre un joven y una mujer mayor y casada, culmina en la convivenci­a y en el modo en que la barca del amor suele hundirse trágicamen­te bajo la vida cotidiana. Leídas en paralelo, es imposible no pensar que el maestro aprendió algunos recovecos y recursos en Anita Brookner. Los dos, además, tuvieron como segunda pasión escribir sobre el arte: en el caso de Barnes se difundió, también en estos días, Con los ojos bien abiertos, que reúne sus notas sobre pintores. En el minucioso prólogo sobre Anita Brookner construye, mezclando el conocimien­to personal y la capacidad narrativa, un emotivo y titubeante retrato de amigo y admirador.

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En la novela de Brookner, los personajes flotan en un ambiente social poco afecto a la seguridad.
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Anita Brookner Trad. C. Muñoz Libros del Asteroide
232 p. / $ 1.260
Un debut en la vida Anita Brookner Trad. C. Muñoz Libros del Asteroide 232 p. / $ 1.260

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