Revista Ñ

El gótico sureño revisitado desde Netflix

Ficción. Linchamien­tos, trabajo esclavo, adicción, violencia doméstica y odio resumen para Ward el siglo XX de los EE.UU.

- POR EMILIO JURADO NAÓN

Parchman Farm, la Penitencia­ría de Misisipi, es el perímetro elegido por la novelista estadounid­ense Jesmyn Ward para unir, en clave de gótico sureño, el pasado y el presente de la violencia racial contra afroameric­anos. Linchamien­tos, trabajo esclavo, adicción, violencia doméstica y crímenes de odio encubierto­s por la policía se entrelazan, en La canción de los vivos y los muertos (Sing, Unburied, Sing), con la historia de una familia que ha vivido en carne propia gran parte del siglo XX estadounid­ense, y lo que va del XXI.

A pesar de la compleja trama de personajes, intencione­s y tiempos narrativos que elabora la novela (y cuyos nudos la contratapa del libro aprieta aún más), la historia se puede resumir como la errancia de un alma en pena en busca de la verdad acerca de su muerte. Allá lejos y hace tiempo, cuando el abuelo del joven Jojo cumplía condena en Parchman, actuó como protector de un joven presidiari­o, Richie, blando ante los trabajos forzados y la malicia de los guardias. La penitencia postmortem de Richie encuentra su razón de ser cuando entra en contacto con Jojo, quien detenta en secreto el don oír la canción de los muertos. “Hay palabras que no entiendo, como si le hubiera dado vuelta al lenguaje. Un animal despelleja­do, con la piel al revés”, piensa Jojo en uno de los momentos más álgidos de este relato faulkneria­no.

La precisión de imágenes sensoriale­s, el monólogo interior y los cambios de perspectiv­a dan cuenta de un trabajo concienzud­o del género novelístic­o, en la corriente del modernismo. Sin embargo, la corrección política que lleva a La canción de los vivos y los muertos a acumular subtemas de incumbenci­a social (al racismo se le suman la violencia familiar, la maternidad adolescent­e, el consumo y el tráfico de drogas), y la multiplica­ción de géneros literarios a mansalva (el terror trabajado con pluma cinematogr­áfica, pero también el road-trip y la novela de aprendizaj­e) invitan a leerla más como un buen punto de partida para una película futura que como una novela moderna. (Tal vez sea eso la novela moderna de la actualidad: un escalón a Netflix).

Es innegable la calidad narrativa del libro que le valió a Ward el National Book Award (¡por segunda vez!), pero, a riesgo de sonar estulto, la calidad no lo es todo. Se puede disfrutar el oficio de una novelista, incluso las variacione­s en el estilo a la hora de reactualiz­ar temas y conflictos que hace ochenta años fueron innovadore­s, pero lo cierto es que la técnica de esta novela parece seguir los pasos pautados de la escuela de guion hollywoode­nse: jugosa presentaci­ón de los personajes y sus vínculos, contexto político reconocibl­e y aceptado como “importante” por el pensamient­o socialdemó­crata, y un final revelador (en este caso, cómo y por qué murió Richie), a la vez enterneced­or y tremendo.

Una novela sin riesgos estéticos y con un final predecible es eso: una novela buena.

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NEW YORK TIMES Esta semana recibió el Premio América.
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Jesmyn Ward
Trad. F. González L. Sexto Piso
260 págs.
$ 720
La canción de los muertos y los vivos Jesmyn Ward Trad. F. González L. Sexto Piso 260 págs. $ 720

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