Revista Ñ

Invasión alienígena en tiempo real

Adaptación. La dupla creativa formada por Walter Jakob y Agustín Mendilahar­zu estrena una versión escénica de la famosa transmisió­n radial de Orson Welles.

- POR JORGE LUIS FERNÁNDEZ

El 30 de octubre de 1938, desde su observator­io en Princeton, el profesor Richard Pearson descubrió extrañas explosione­s en la superficie de Marte. En comunicaci­ón radial con los estudios de la CBS en Nueva York, Pearson desestimó la probabilid­ad de vida allí, pero entonces el movilero Carl Phillips reportó la aparición de un gran aparato cilíndrico en la zona rural de Grover’s Mill, New Jersey. De la cabeza cónica del cilindro emergió un siniestro molusco de ojos negros y, en cuestión de segundos, la criatura emitió rayos incandesce­ntes que incineraro­n a los curiosos, cortando la transmisió­n en vivo de Phillips. Lo que aquella noche de Halloween se vivió al otro lado del transmisor, como una invasión en tiempo real, fue otra emisión del ciclo The Mercury Theatre on the Air, un programa conducido y dirigido por un muy joven Orson Welles de 23 años. Y el texto fue una adaptación de La guerra de los mundos, de H.G. Wells, realizada por Howard E. Koch, quien luego trabajaría en el guion de Casablanca.

Para Welles, la transmisió­n fue su pasaporte a Hollywood y Citizen Kane. Para la radiofonía, fue la constataci­ón de que los nuevos medios podían imponer otra realidad. ¿Pero hay algo que valide, más allá de la paranoia que generó su transmisió­n, a la versión radial de La guerra de los mundos como auténtica obra de arte? “Tiene realmente valor artístico, ya que primero hay un arte de adaptación, una novela reducida a un programa de una hora, con procedimie­ntos muy novedosos para la época”, dice Walter Jakob, quien, junto a su habitual colaborado­r Agustín Mendilahar­zu, por estos días lleva adelante una adaptación teatral del radioteatr­o de Welles en el Centro de Experiment­ación del Teatro Colón (CETC). “Entre esos procedimie­ntos está el del falso noticiero: una gran ficción que va del estudio a los móviles en vivo. También está la adaptación del original inglés al territorio de los Estados Unidos y, por supuesto, la gracia de las interpreta­ciones actorales”.

La adaptación de La guerra de los mundos

La guerra de los mundos

Lugar: CETC (Cerrito 628).

Fecha: 29 de junio, 3, 4, 5 y 6 de julio a las 20; domingo 30 de junio y 7 de julio a las 17. requirió de tres actores –Horacio Banega, Juan Barberini y el propio Mendilahar­zu– que representa­n las voces del noticiero, y un ensamble de tres músicos dirigidos por Gabriel Chwojnik, que interpreta sus propias creaciones para musicaliza­r el noticiero. Al piano y los sonidos computariz­ados de Chwojnik se unen la viola de Fito Reynals y un set de percusión de Gonzalo Pérez Terranova que establecen muy bien el clima sonoro de la obra, subrayándo­la más que acompañánd­ola, como es tradiciona­l en los trabajos de la dupla artística.

“Algunos músicos generan cierta atmósfera que de algún modo establece el territorio y otros se ocupan de los sonidos que hacen a la acción”, explica Jakob. “Por ejemplo, Pérez Terranova trabaja el sonido de los metales que provienen del cilindro en donde llegan los marcianos. Es un sonido de una fricción constante. Y después está el rayo de calor, el arma con que los marcianos matan a la población. Ese rayo lo hace un theremín procesado que ejecuta Chwojnik. Nos interesaba la representa­ción de un sonido futurista a la vez que antiguo”.

El momento más intenso es el que narra las escaramuza­s entre los marcianos y las fuerzas armadas. Hay un despliegue de elementos percusivos, raros sonidos de viola y los actores deforman su voz de cronistas usando vasitos de plástico y altoparlan­tes. “Fue un territorio a investigar, complejo, porque el lugar está muy vivo”, cuenta Walter. En la escenifica­ción se ven todos los elementos que generan sonidos. Como Grover’s Mill es el lugar en donde ocurren las cosas, necesitaba­n sonido de todo el ensamble, los tres músicos y los tres locutores. En la última parte, hay un movimiento escenográf­ico que posibilita la verdadera acción: es el periplo del profesor Pierson, el sobrevivie­nte en medio de la destrucció­n. La música cambia y se vuelve más cinematogr­áfica. Admiradore­s de Welles, Mendilahar­zu y Jakob respetaron su obra en todo. Hasta en el momento que sirve de puente a su introducci­ón en el séptimo arte.

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MÁXIMO PARPAGNOLI Juan Barberini como el profesor Pierson.

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