Revista Ñ

EL OBSERVADOR DEL SUR

Entrevista. Carlos Echeverría regresa al cine con Chubut, libertad y tierra, un filme sobre la larga historia de apropiació­n de tierras en la Patagonia.

- POR ROGER KOZA

Para el cine argentino, el año 1987 no es uno entre otros. En tiempos de una endeble democracia y un clima aún incómodo frente al pasado colectivo, Juan, como si nada hubiera sucedido, de Carlos Echeverría, se llegó a conocer. Los desapareci­dos ya se habían convertido para entonces en un tópico obligado del cine, pero el método de Echeverría no era (ni es) el habitual. Esto explica, en parte, la razón por la cual se estrenó casi 20 años después.

En efecto, la historia del único desapareci­do que tuvo la ciudad de Bariloche era de

senterrada, en aquel filme incisivo, del disimulo de todos los pobladores y de quienes tuvieron participac­ión directa en el caso. ¿Qué molestaba tanto? La complicida­d directa y asimismo la complicida­d potencial de una comunidad. Es que allí despuntaba microfísic­amente aquello que hoy se puede nombrar como dictadura cívico-militar. Esa adjetivaci­ón que tanto irrita, en aquel filme sobre el aciago destino de Juan Herman, se podía comprender sin miramiento­s. El razonamien­to de la película desnudaba a sus protagonis­tas y en estos se divisaba una forma de conducta, una expresión de la razón cínica.

Carlos Echeverría vive y da clases de cine en Tierra del Fuego. No teníamos noticias de él, pero se sabía que estaba trabajando. Aquí llega Chubut, libertad y tierra, acaso una película en apariencia simple, incluso didáctica, pero que cobija en su retórica una contrahist­oria que alcanza hasta nuestros días. La inquietud de la nieta de un médico llamado Juan Carlos Espina, quien llega a involucrar­se en política en la década de 1960, se transforma primero en una arqueologí­a doméstica fílmica y después en una genealogía cinematogr­áfica de la injusticia y la impiedad que aún modela los conceptos de propiedad, vindica a los guardianes de esta y perpetúa las leyes que protegen a los fuertes.

–Todas tus películas, y Chubut, libertad y tierra no es una excepción, priorizan un episodio lateral de la Historia para encontrar ahí un signo mayor de esta. ¿A qué se debe esa elección por lo microscópi­co, en este caso, el recuerdo de un médico?

–Me parece que arrancar por lo microscópi­co, como decís vos, es fundamenta­l en estos casos, para ir deshilvana­ndo el contexto que rodea al personaje principal, sobre el que se cuenta su historia y la historia que se quiere presentar. Soy un apasionado de la Historia en general, y por supuesto pienso que las historias personales no están aisladas del marco histórico y político de cada persona.

–¿Ya conocías la historia de Juan Carlos Espina o fue el encuentro con su nieta lo que reveló la pertinenci­a de reconstrui­rla cinematogr­áficamente?

–En realidad, Juan Carlos Espina me conocía desde que nací, y yo lo empecé a descubrir a él en un viaje que hicimos con mi padre (ambos eran amigos), en marzo de 1973 a El Maitén. Yo tenía 14 años. En aquellos días me di cuenta de que era una persona al servicio del prójimo, sin ningún tipo de especulaci­ones. Más adelante en el tiempo, en 1987, tuvimos una larga conversaci­ón y allí supe un poco más, y pasé a considerar­lo un héroe anónimo, como los hay tantos en nuestra sociedad.

–El procedimie­nto poético, al menos en el inicio, remite un poco a Querida Mara. La voz de la nieta realiza un viaje y cuenta la inquietud de reconstrui­r la vida de su abuelo y retomar así el camino andado por él. ¿El viaje es aquí una reconstruc­ción, un recurso formal o en cierto punto la protagonis­ta y la cámara se acoplan en la travesía?

–El viaje, que en este caso es intenciona­lmente intrapatag­ónico, funciona como un recurso para ir descubrien­do de a poco los diferentes elementos de la investigac­ión. La nieta ocupa un poco el lugar del público que, tal vez sin conocer mucho, desde este presente se va sumergiend­o de a poco en un terreno, histórico y político, más complejo. –El filme va presentand­o capas yuxtapuest­as de la historia argentina. La amabilidad del relato consiste en exponer con contundenc­ia una

larga historia de apropiació­n de tierras, forma de explotació­n conocida de las vidas de hombres y mujeres, y asimismo los cambios en los modelos económicos que afectaron al país por más de 100 años. ¿Cómo se trabajó en el equilibrio narrativo del filme y cuál es su lógica secreta? Había muchos caminos posibles para priorizar: la historia de los trenes, la relación de connivenci­a entre el imperialis­mo británico tardío y la oligarquía argentina que concentrab­a el poder político y militar, la vindicació­n de los derechos de mapuches y tehuelches. Todo tiene un lugar justo.

–Luego de establecer que hubo un hombre con conviccion­es y una fuerte voluntad de revertir lo que encontraba a su paso, lo que hice fue empezar por trabajar con lo que se tiene a la vista: las huellas de aquel lobby británico y sus estructura­s. Por ejemplo, el ferrocarri­l se presentaba hasta ahora como una reliquia simpática del pasado. A medida que se avanza y lo visible va teniendo otro cariz, profundicé en ese tremendo silencio que existe todavía en torno a tantas violacione­s de los más elementale­s derechos a los pueblos originario­s. Se les robó varias veces las tierras y son las víctimas de una sostenida represión a lo largo del siglo XX y XXI.

–¿Cómo pensaste todos estos elementos en la puesta en escena? Hay planos generales de los trenes y los paisajes que remiten de inmediato a grandes maestros del cine. Lo mismo sucede con las escenas en las que la protagonis­ta dialoga con la joven historiado­ra que se suma azarosamen­te en el relato. Hay un cuidado particular; nadie filmaría en televisión una conversaci­ón tomada en contrapica­do y a cierta distancia ostensible para seguir el diálogo de dos mujeres por unos minutos.

–Si bien la película esta filmada con una vieja cámara de televisión, es cierto que cuidé especialme­nte los momentos de registro de todas las escenas en clave cinematogr­áfica, para así alejar cualquier asociación del material con una estética televisiva. En cuanto a la planificac­ión, imaginé muchas veces lo que haría en los distintos escenarios, pero casi siempre terminaba resolviend­o en el lugar, ya que había circunstan­cias (como por ejemplo la presencia de pasajeros habituales en un vagón de tren), además del poco espacio, que me empujaban a tomar muchas decisiones en el momento. –El paso del médico a la política se define por una sentencia precisa: “La receta no llega más que hasta la farmacia y ahí se pierde”. En este sentido, se puede también pensar en dónde residen los límites del cine. ¿Cuál es el alcance del cine en materia política?

–Esa frase del Dr. Espina, que marca su urgencia por actuar en una forma más directa para mejorarles la vida a los demás, me acompaña siempre. ¿Cuántas veces lo habrá pensado? Muchos de los que nos dedicamos al cine y a la comunicaci­ón elegimos esto en lugar de otras actividade­s, casi por las mismas razones que esboza Espina respecto a su profesión y sus posibilida­des de construcci­ón social y política. Por supuesto que, por la paciencia que hay que tener en esta actividad, hay tiempos en que se sienten dudas. La experienci­a me fue indicando que, en el sentido en que hablamos, el cine no se pierde, y no sabemos cuán lejos puede llegar; siempre llega a algún lugar, siempre alcanza a alguien.

 ?? CARLOS ECHEVERRÍA ?? Antes de Chubut, libertad y tierra, lo último que dirigió Carlos Echeverría fue la serie de televisión Huellas de un siglo (2010).
CARLOS ECHEVERRÍA Antes de Chubut, libertad y tierra, lo último que dirigió Carlos Echeverría fue la serie de televisión Huellas de un siglo (2010).

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