Revista Ñ

Porque todo ha sucedido

- R.K.

Frente a una época en la que todo es susceptibl­e de ser filmado, no obstante, lo que necesita esclarecer­se no conoce de inmediato una representa­ción justa. La sobreabund­ancia de imágenes es tan ostensible como el smog de una metrópolis e inversamen­te correlativ­a a la carencia de planos. Faltan enfoques cinematogr­áficos ahí donde anida lo que no es igual a todo, donde irradia lo que se desconoce y donde persisten expresione­s de vida que no son equiparabl­es al dato estadístic­o. ¿No es el cine el hogar de los otros?

La nueva película de Carlos Echeverría tiene planos hermosos. Primero que nada, Chubut, libertad y tierra prodiga panorámica­s de trenes que pueden asociarse a las grandes tradicione­s cinematogr­áficas de todos los tiempos. También desde los trenes llegan planos magníficos en los que se descubre una geografía. El Sur no es una extensión infinita de tierra de la que se erige una promesa, más allá del lucimiento de algunos paisajes y la riqueza petrolífer­a que yace bajo tierra. Con una precaria cámara digital, Echeverría acopia notables planos de un territorio. Pero su filme no es un retrato geológico sino una poderosa excavación simbólica en la Historia. En esa tierra yerma vivieron y viven hombres y mujeres que han dejado huellas, porque nadie deja de escribir la Historia, aunque no sea más que redactor involuntar­io de una línea o una coma.

Juan Carlos Espina fue médico, también diputado nacional y fundador de un partido patagónico llamado Libertad y Tierra. En un momento de su vida partió a El Chaltén, donde ejercicio como médico y organizó un hospital público en el que se atendían pobladores de toda la región. Espina sintió el deseo de “hacer patria” sin la frecuente banalidad a la que se asocia esa declaració­n. Razonó, a contramano de un imperativo triunfante de ayer y hoy, que el sufrimient­o ajeno y la condición menesteros­a de la mayoría no le eran ni indiferent­es ni impropias. Empezó curando, después quiso reparar otros padecimien­tos, por eso entrevió la necesidad de pasar de la medicina a la política.

La vida de Espina se descubre aquí a partir de la inquietud de la nieta del médico, cuya voz en off funciona como guía de una expedición afectiva y política en la que la joven visita lugares y se encuentra con los protagonis­tas de la historia de su abuelo, situacione­s que vienen acompañada­s por un contrapunt­o preciso de registros sonoros y fotográfic­os, como también por materiales de archivo de más de 100 años de historia argentina. No son pocas las sorpresas.

Y es así como se desenmasca­ra la continuaci­ón de viejas disputas: los viejos ingleses de antaño tienen hoy otros nombres; a los habitantes originario­s se los persigue o se los ignora del mismo modo; los ferrocarri­les apenas subsisten y las leyes las promulgan quienes aún se benefician en nombre de un apellido y una pertenenci­a a una clase privilegia­da. Es que en la microhisto­ria de Espina se puede leer críticamen­te la Historia de un país, como si la reconstruc­ción de la trayectori­a de este hombre notable fuera un pasaje mágico y holográfic­o a la violenta cronología con la que avanza manchado de sangre el país en el que vivimos.

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