Revista Ñ

PAISAJES INTERIORES DE JORGE DICIERVO

Encuentro con el artista, que exhibe en el Paseo de las Artes silenciosa­s formas geométrica­s en equilibrio.

- POR PILAR ALTILIO

La impronta del surrealism­o y el uso del color, con paletas a veces luminosas junto a otras con una carga importante de negro en la recreación de sus composicio­nes y su imaginario geométrico son rasgos que identifica­n la obra de Jorge Diciervo. Ñ lo visitó en su taller de Vicente López para conversar sobre la muestra –más de veinte obras– que se exhibe en el Paseo de las Artes del Park Hyat t, en el Palacio Duhau. La charla transcurre tranquila en el ámbito donde pasa más de siete horas diarias, inspirado en sus libros, objetos y pinturas.

–Nací en Chivilcoy en la provincia de Buenos Aires –dice Diciervo cuando relata sus azarosos inicios en el arte– y por una situación fortuita, a los 22 años un día me tomé un tren y llegué a Buenos Aires. Tenía que trabajar y un amigo que era dibujante técnico, conociendo mis habilidade­s para el dibujo, me insinuó que podía ser un trabajo. Así empecé. Mi mujer por ese entonces, me sugirió hacer una terapia y di con una psicóloga que tenía un método para provocar paisajes oníricos con los ojos cerrados. Re

cuerdo la primera sesión cuando me preguntó dónde estaba. “En una barca”, le contesté. Ella ordenó que me tirara al agua pero yo transpirab­a pues no sabía nadar, me tranquiliz­ó diciendo que tenía el mejor equipo del mundo para confiar en no ahogarme. Iba guiándome hasta que de mi relato ella hacía interpreta­ciones como que tirarse al agua era confiar en los afectos, etc. No fui mucho tiempo, pero aprendí a ver esos paisajes interiores.

–Tal vez por eso, en su obra se percibe una especie de código formal, un repertorio de formas con las que ha mantenido una fidelidad, y éstas se presentan en una serie de situacione­s y equilibrio­s donde el fondo es un contenedor que casi elude la línea de horizonte

–Sí, prefiero que el horizonte lo ponga el espectador. Las formas que uso tienen un volumen manifiesto, son las que he trabajado desde siempre en la pintura. Son recurrente­s como la vida misma, apareciero­n cuando me di cuenta de que no me resultaba tan fácil hacer una figuración literal de un cuerpo, las formas que elegí podían plasmar una situación de igual modo.

–¿Se siente más cómodo con el dibujo que con la pintura? Porque sus dibujos no son totalmente planos, la línea tiene un espesor que le provee cierto grado de sombra

–Sí, es verdad. Pero aquellos primeros dibujos que no eran técnicos estaban hechos con tinta, con lo cual para conseguir matices debía apelar a cierta textura. Niko Gullan vio en ellos algo interesant­e y me convenció de exponerlos. De esa primera muestra salió una beca que me llevó a Italia por nueve meses. Era el año 84 y pasé mucho tiempo haciendo estudios en la Capilla Sixtina. Cuando regresé me animé con la pintura, pero me cambió la vida una muestra de Roberto Aizenberg. Pensé: “Es por aquí, tiene mucho que ver conmigo”. Me animé a hablarle y Roberto me escuchó y accedió a ver mis trabajos en su taller. Quedé tan impactado que, sin darme cuenta, salí al ascensor con la copa del brindis en la mano. La influencia de Aizenberg fue muy importante, ese silencio de las formas, en un espacio tan neutro era lo mío y también esa referencia clara al surrealism­o.

–Los objetos tienen mucha presencia en este taller, algunos en madera apenas tratada, otros tienen una pátina de color...

–Es que cuando me canso de pintar las formas en el plano de la tela, busco llevarlas al espacio, así comencé con la escultura casi sin darme cuenta. Pero fue algo que sugirió un galerista de San Pablo, donde vendí mucha obra ya que, por el clima, el coleccioni­sta brasilero tiene cierta aprehensió­n a comprar obra sobre papel. Mayormente son en madera sólida, pero surgieron también entonces algunos bronces donde imito los materiales encontrado­s que son otra de mis pasiones. –Las tablas, por ejemplo.

–Los encuentros con estos despojos son siempre azarosos, pero al verlas también veo lo que voy a pintar allí, casi sin poder separarme de la idea de llevarlos a mi taller, tengo tablas de muchos tamaños.

–Las lonas son otro material deseado y explorado por usted.

–Es como un rescate, sí, hice mucho sobre lonas de camiones de las que venían antes, que no eran de plástico. Era tal mi pasión que tenía algunos amigos como Juan Doffo que me conectaba con su hermana –ella vivía en Mechita, en la provincia de Buenos Aires– y me guardaba esas lonas que desechaban los transporti­stas después de una cosecha. Era toda una sorpresa cuando decía que quería comprarlas así, como estaban, incluso sucias y olvidadas en un rincón, es que los parches y las huellas del uso, las dejaba ahí. El fondo nunca lo toco y conservo algunas todavía.

–Ha vendido mucha obra en todos estos años, ¿verdad?

–Sí, no tengo idea de cuánto, pero mi obra ha sido siempre bien recibida, además de los premios que significar­on mucho para mí. Pero mantengo esa inquietud de trabajar, llego a mi taller y no paro, aunque debo decir que no se trata solamente de hacer sobre la tela, también está el tiempo de pensar la obra.

Damos una recorrida por su taller y me muestra lo que él llama “la cocina” una parte no visible donde hay un objeto especial. Es una mesa con profundas marcas del uso donde Diciervo hace sus composicio­nes jugando con las esferas, los conos, los pequeños objetos que ilumina con unas luces especiales. Remata con una sonrisa: “Actualment­e pinto, pero también dibujo, aunque eso es sólo para mí, es que mi primer amor es el dibujo”.

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Una de las pinturas sin título, de 2016, que integran la muestra. Acrílico sobre tela, 150 x 150 cm.
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Sin título, 2018. Acrílico sobre tela, 120 x 80 cm.
 ??  ?? “Dulce espera”, 2008. acrílico s/tela, 140 x 200 cm.
“Dulce espera”, 2008. acrílico s/tela, 140 x 200 cm.

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