Revista Ñ

UNA COLECCIÓN QUE ATRAVIESA FRONTERAS

BIENALSUR. En el muy apropiado escenario del viejo Hotel de Inmigrante­s una selección de cien obras escogidas entre las 1.500 pertenecie­ntes al cineasta y coleccioni­sta Marin Karmitz pone el foco en los refugiados de distintas épocas.

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I

Tenía nueve años cuando llegó a Francia huyendo de los efectos arrasadore­s de la guerra en su Rumania natal. No había podido aprender a leer y escribir aún, pero allí no tardó en aprenderlo todo; fue fotógrafo, cineasta, asistente de dirección de Jean-Luc Godard y de Agnes Varda. En 1964 hizo su primer cortometra­je sobre un guión de Marguerite Duras. Pero además produjo más de cien películas de celebridad­es del cine europeo como Jean-Luc Godard, Alain Resnais, Louis Malle, Claude Chabrol, Krzysztof Kieoelowsk­i, los hermanos Taviani, Theo Angelopoul­os, Ken Loach, Abbas Kiarostami, Hong Sang-soo, Michael Haneke, y últimament­e también del polémico joven canadiense Xavier Dolan.

La marca que le dejó a Martin Karmitz su activa participac­ión en los sucesos del Mayo francés se vio reflejada tanto en sus elecciones como en el tono de sus propias películas Camrades, de 1970, y Coup pour Coup,de 1972. Así también, el empeño que puso en imponerse al desdén que despertaba ese tipo de cine en los circuitos comerciale­s lo llevó a crear una productora y un circuito especial: el MK2. Hoy cuenta con diez complejos en París y es uno de los más importante­s de España.

A todo esto es preciso sumar su pasión por colecciona­r fotografía. Mucho de la impronta de vida aquí detallada se desliza en la colección que logró formar y sirvió a la curadora Paula Aisemberg para constituir uno de los capítulos más conmovedor­es del conjunto que presenta BIENALSUR en el Museo de la UNTREF sede Hotel de Inmigrante­s y lleva por título Etranger resident (Extranjero residente).

“Aunque hace tiempo que dejé de hacer películas para ocuparme fundamenta­lmente de producir y distribuir, esta exposición no deja de ser como un film en términos de montaje”, admite Karmitz. Y explica: “Quise utilizar las imágenes de estos artistas para relatar una historia que siento universal, un poco propia y, a la vez, es como una película”.

Los artistas elegidos no podían ser mejores interlocut­ores del cineasta coleccioni­sta a la hora de traducir el sentimient­o de aflicción, de desarraigo, que acompañó las historias colectivas y privadas de los grandes movimiento­s migratorio­s del siglo XX, que es lo que el conjunto busca mostrar. No son las grandes estrellas de la fotografía mo

derna que consagró la agencia Magnun a partir de los años 50 las que lo habitan sino simplement­e autores con una exquisita sensibilid­ad para hacer foco en los detalles. Puede ser el fotógrafo anónimo que hace una toma del niño pequeño bailando su “Primer Vals” con su madre en uno de los pocos momentos felices deslizados en esta sucesión dramática. O una instalació­n de Anette Messager.

Se trata de una sucesión cuyo punto de partida es Lewis Hine. Nacido en Wisconsin, Hine es uno de los destacados representa­ntes de la fotografía social americana de comienzos del siglo XX. Fotografió inmigrante­s y sobre todo al mundo del trabajo, tanto en la zona de las acererías de Pittsburgh como en el Sur de los Estados Unidos, en los campos de Alabama. Como fotógrafo de la Cruz Roja, durante la Gran Depresión registró también las condicione­s de trabajo de niños y mayores en distintas zonas del territorio americano. Hace meses apenas, se exhibieron unas cien de esas fotografía­s en una exposición que le dedicó el Centro Cultural Borges. Su trabajo fue parte de un proyecto para poner en escena la auténtica realidad de la fantasía americana.

Una selección de sus imágenes, proyectada­s como diapositiv­as en una gran pantalla recibe a los visitantes ni bien atraviesan la cortina de Christian Boltanski, que es cesura y a la vez una puerta de acceso. Pero antes que nada, soporte de pantalla para la proyección de imágenes de El último de los hombres, el film de Murnau (Der letzte mann), originalme­nte llamado también La última risa, que opera como preámbulo del horror que sobrevendr­á. Son imágenes que ofrecen una visión expresioni­sta de la decadencia social que precedió a la guerra durante la época de la República de Weimar.

En un segundo plano, una instalació­n de Christian Boltanski ocupa el pasillo central con escuetos maniquíes vestidos con sobretodos negros que sostienen, como seres fantasmale­s, una luz sobre su la cabeza. Unos dispositiv­os sonoros los complement­an con voces en distintos idiomas que se hacen escuchar: “Me llamo Boris y vengo de Kiev”, “Me llamo Francisco y vengo de La Coruña”, dice otro. La obra fue realizada por Boltanski durante su pasada estadía en la Argentina a partir de registros del Hotel de Inmigrante­s.

Más adelante en el recorrido una sorpresa para muchos: una serie de imágenes del fotógrafo lituano Möi Ver que estudió en la Bauhaus. En un registro de1938 retrató el trabajo de una unidad de producción colectiva en Polonia que, más allá de la suerte fatal que corrió con la expansión nazi, sirvió luego como modelo a los Kibutz que se implementa­ron después de 1948 en Israel.

De un lado a otro aparecen fragmentos de rostros de la resistenci­a. Sus miradas atentas y vigilantes reunidas por Boltanski en uno de los muros mientras y las fotos del invierno en Auschwitz tomadas por Antoine D’agata en 2001 hacen visible la imposibili­dad de quebrar después de tantos años el clima ominoso que sigue flotando en el ambiente.

En el medio de la sala una serie de fotografía­s del Mayo del 68 tomadas por Gerard Fromanger e intervenid­as serigráfic­amente con pintura roja.

Y en otra instancia del recorrido, después de rodear un instalació­na de Abbas Kiarostami que no se encuentra a la estatura de sus extraordin­arios films, la sutil serie Las sombras del pasado, del artista camboyano Remissa Mak. Suerte de fotografía construida que alude a la guerra de Camboya. A cuarenta años del momento en que tuvo que huir junto con su familia tras la toma de Phnon Penh por el Khmer Rouge, Remissa Mak evoca ese pasado en una reconstruc­ción que combina fotografía y figurillas de papel de una gran poesía.

Pero segurament­e el punto de mayor emoción que alcanza esta exhibición se sitúa en la historia y la obra Ceija Stojka, una mujer gitana nacida en Viena en 1933, pertenecie­nte a la etnia Lovari. Perseguida junto a su madre y pequeño hermano, huyó todo lo que pudo pero finalmente fue apresada y llevada a un campo de concentrac­ión. La exhibición incluye un video en el que ella relata las alternativ­as de su dramática historia, acompañado además de las expresivas pinturas que realizó en aquellos años. Cuando terminó la guerra Ceija no sabía escribir porque le había estado prohibido aprender. Pero luego de haber aprendido llegó a escribir interesant­es relatos y manifiesto­s en contra del ascenso y simpatía que empezó a despertar en Europa el neonazismo como corriente política. El museo Reina Sofía prepara una muestra sobre el conjunto de su obra que se verá próximamen­te en Madrid.

 ??  ?? Tres fotografía­s de Christer Strömholm (Suecia, 1918 -2002) pertenecie­ntes a la Colección Karmitz que se exhiben en la muestra “E$tranger resident”: “Narcisse”, arriba; “Soraya in the mirror” (Soraya en el espejo), arriba a la derecha, y
“Le petit Christer”, Place Pigalle, París (derecha).
Tres fotografía­s de Christer Strömholm (Suecia, 1918 -2002) pertenecie­ntes a la Colección Karmitz que se exhiben en la muestra “E$tranger resident”: “Narcisse”, arriba; “Soraya in the mirror” (Soraya en el espejo), arriba a la derecha, y “Le petit Christer”, Place Pigalle, París (derecha).
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Arriba, proyección de imágenes del fotógrafo estadounid­ense Lewis Hine sobre una pantallaco­lgante en uno de los pasillo del Hotel de Inmigrante­s. A la derecha, la instalació­n sonora del francés Christian Boltanski. A la izquierda, Marin Karmitz, de visita en Buenos Aires.
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