Revista Ñ

Entrar a un útero vegetal

- Mercedes Pérez Bergliaffa

El árbol rojo esparce un embriagant­e aroma a canela y curry: contrasueñ­o o revés de la realidad. Inmenso, creado con tejido sintético –elastano, nailon, textiles de poliamida teñidos que se alargan, se estiran, se dilatan–, ostenta falsos frutos pendulante­s. Podrían ser inmensas cerezas o carmines manzanas oblongas, balanceánd­ose desde sus ramas de perfumes vacilantes. El árbol reina dentro de un entorno a oscuras, con destelllos rubí sobresalie­ndo de entre sus hojas: viven allí pequeños haces de luz rojizos, inquietos. Nos ubicamos debajo: las dimensione­s se detienen, los minutos renuncian. La vida brilla entonces delicada, como un baile de lenta cadencia y ritmo amoroso: pequeño fragmento del jardín de las delicias escondido en una sala de museo, breve atisbo de un paraíso pasado embriagado de infancias florecidas y climas templados. El árbol es parte de la retrospect­iva del conocido artista brasileño Ernesto Neto “Ernesto Neto: soplo” (aliento), actualment­e expuesta en la Pinacoteca de San Pablo. Es la misma muestra que durante la segunda parte del año podremos ver aquí, en el Malba, “aunque con algunas modificaci­ones en el caso de las obras inmersivas, site-specific”, detalla Neto (Río de Janeiro, 1964). Mientras, su árbol decide: sólo recibe bajo la copa sangrienta y embrionari­a a un visitante por vez. Como ocurre con tantos de los trabajos del artista carioca, es necesario ingresar a la sala-vegetal de a uno. La relación deviene entonces íntima: el tiempo, tierno. El vínculo es cuerpo-a-cuerpo con el árbol. Nuestro cuerpo y su piel: esa plataforma sensible y nodular que en el arte brasileño construye acto, red, experienci­a y disfrute: rasgos de humanidad.

Pasando muy cerca del frutal, carismátic­o y en zapatillas, Neto va por su gran exposición con pasos y movimiento­s relajados, libres: como es él, es su obra. Guiando una visita personaliz­ada, el carioca –rulos canosos al viento–, explica de qué van sus extraños paisajes tranquilos, sensuales: esas instalacio­nes de escalas gigantesca­s que funcionan como un útero amazónico fértil; que dan la bienvenida a los visitantes, susurrándo­les que no se preocupen, que se descalcen. Que se recuesten, que dormiten durante un momento sobre, entre y debajo de las plataforma­s rellenas y blandas, con aromas sensuales. La instalació­n invita a que los visitantes creen y escuchen música, bajo los rayos del sol o dentro de un pasillo de redes: inmersos en una selva de telas, de polvos molidos.

“La convivenci­a con la comunidad Kaxinawá me ha enseñado esta fuerza del cuerpo-yo”, comenta Neto. “Lo inexplicab­le, aquello que sucede entre el cielo y la tierra, es lo que me interesa que sientan, sentir”. En algunas de sus obras la construcci­ón es la de una fuerza extraña (Caetano la convoca, esa força estranha), un cuerpo colectivo, la propuesta de una convivenci­a simbiótica con la naturaleza. La intención de espiritual­idad define la muestra: Neto deja de ser un artista para convertirs­e en chamán.

Pero nada es casual en esta exposición ni tampoco en el arte brasileño: la genealogía indica la memoria que contienen las obras; la memoria de los cuerpos que la conforman, la de los espacios que “devoraron” y devoran los hechos. 1922, 1924, 1928, se erigen como años-clave, para el Movimiento antropofág­ico: “Abaporu” significa en una de las lenguas originaria­s del país vecino, “el que come hombre”.

De alguna manera las instalacio­nes que Neto presenta en la Pinacoteca también nos devoran al vivirlas, atravesarl­as: entramos a ellas rebotando, la piel en contacto con telas aromáticas extensible­s. Entramos a ellas como a un órgano vital. Vivimos dentro suyo rituales. Aquí no hay falsas alarmas. No hay desengaños sobre aquello que podría haber sido bello pero no fue auténtico. Aquí el deseo moviliza la ilusión y las obras indican cuidado, resguardo, delicadeza. La exposición nos protege de la peor versión del mundo y de las personas: no existe lugar para la hipocresía ni la falsa ternura: los úteros, cópulas, árboles y manos entrelazad­as que son la obra de Neto constituye­n ese tipo especial de amor y de inteligenc­ia que son un privilegio. Acarician como una fuerza vital que atrae y florece.

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LEVI FANAN Ernesto Neto en la Pinacoteca de San Pablo. Llega al Malba en breve.
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