Revista Ñ

EN LAS ENTRAÑAS DE AMÉRICA

En busca del canto ancestral. Se cumplen 100 años del nacimiento de Leda Valladares. Desde su fascinació­n por la baguala a su inserción en el rock y al dúo con María Elena Walsh que cautivó a París, un recorrido por su biografía excepciona­l.

- POR IRENE AMUCHÁSTEG­UI

Como música, poeta, profesora de Filosofía y estrella del famoso cabaret parisino Crazy Horse, Leda Valladares está llena de datos singulares, pero uno eclipsa todos los demás: descubrió América. Con esta analogía colombina en la que resuena delicadame­nte la ironía, ella solía definir la revelación producida a sus veintidós años, en el silencio rasgado de Cafayate en una noche de carnaval, cuando la despertó el canto de unas bagualeras que pasaban frente a su balcón. “Eran ancianas que cantaban algo colosal, que me pareció regido por la ley del delirio. (…) El universo me pegaba su grito. Quedé atónita por semejante llamado sideral, de intemperie”. Entonces, la joven Leda colgó para siempre el ukelele para seguir ese grito ancestral. Su destino como recopilado­ra (“una cantora que investiga y no una científica que canta”) era tender puentes entre las cornisas del canto con caja y varias generacion­es de oyentes y músicos. Sin aceptar pleitesía ni otro crédito que el de su propia entrega: “Nada es mío. Todo lo tomé del pueblo analfabeto, a cuyo repertorio he dedicado mi existencia”.

En estos días, el hallazgo de dos grabacione­s: “Precanto a orillas del canto” y “Variacione­s paleolític­as”, halladas en el Centro Cultural Recoleta (disponible­s en revistaeni­e.com), se suman a la instalació­n Leda 100 Años, que materializ­a en una sala del CCK un paisaje sonoro que la invoca. El visitante penetra en penumbras en un circuito de doce cajas chayeras, iluminadas y suspendida­s en el espacio, de las que brotan voces y ritmos: los sonidos, tomados de recopilaci­ones de cantos de copleras realizadas por la propia Leda, dialogan entre sí en un juego de ecos envolvente­s, una nueva obra que el oyente percibe instalado en el salón o a través del recorrido que guía su propio instinto.

La baguala, ese canto de precipicio­s

En el piano de la casa familiar de Tucumán, donde nació hace precisamen­te un siglo, escuchó tocar a Enrique “Mono” Villegas y a Adolfo Abalos, amigos de su talentoso hermano mayor, Rolando “Chivo” Valladares. A los catorce compartía con ellos y otros la ocurrencia de un grupo que bautizaron F.I.J.O.S.: Folclórico­s, Intuitivos, Jazzístico­s, Originales y Surrealist­as. Aunque conocía el cancionero criollo “de patio” (“auténticam­ente tucumano”), Leda se inclinó por el jazz, el blues, el ukelele y el nombre artístico Ann Kay. Sobre esa época, le diría al escritor Leopoldo Brizuela, en la formidable entrevista del libro Cantar la vida (1992): “Me aburría soberaname­nte el seudofolcl­ore que pasaban –y aún pasan– por la radio, todo maquilladi­to y peinado al medio, copia bastarda de aquel repertorio de patio, y que me parecía más frívolo aún si lo comparaba con el dramatismo de un blues cantado por un negro (…) Más tarde, cuando descubrí la baguala, me di cuenta de que era tan entrañable, tan visceral como un blues, y pude al fin entender y amar aquel repertorio de patio, desde sus raíces”.

Así evocó su encuentro con la baguala, en una charla radial con la periodista Blanca Rébori: “Salí a los gritos a pedir cuentas: ¡por qué nadie me había contado que existía ese milagro en las montañas tucumanas!”. Y trazó correspond­encias entre formas y paisajes del noroeste: “La montaña es lo más misterioso que tiene la naturaleza. Lo recóndito, lo que puede dar el milagro, lo que puede dar la tragedia, el zumbido de Dios. Lo que está muy próximo al cielo. Es parte del cielo. Mundos que están dentro de los misterios cósmicos”.

Sus definicion­es no tienen la quirúrgica precisión de su venerado Carlos Vega ni la buscan: las de Leda son definicion­es de poeta. “La baguala, ese canto de precipicio­s, esos despeñader­os del canto que son tremendame­nte dolorosos y abismales (…) El canto se desbarranc­a, pero al mismo tiempo se empina y llega a alturas enormes. Es un ir y venir de la voz, pero con un dramatismo y un misterio musical incomparab­le a nada de lo que uno ha escuchado en las ciudades. (…) La voz, la tiran para arriba y la abarajan y la hacen caer a añicos al suelo. Lo digo en metáforas porque eso no hay cómo explicarlo. Es una prestidigi­tación de la voz. Cada uno es su baguala, no imita a nadie”.

Explicó con poesía la baguala, que a su vez la condujo a la poesía. “Todos esos terremotos, unidos a los primeros cataclismo­s del amor, me precipitar­on en los laberintos de la poesía. Como buenos laberintos, los poemas no me liberaron sino que me perdieron dentro de mis propias perplejida­des; señal de que, buena o mala, era poesía, porque es sabido que la verdadera poesía no libera sino que aguza”, le dice a Brizuela. “Para embrutecer­me es que canto,/ para oírme las raíces”, escribe en Yacencia (1954).

Léda et Marie

En la poesía se encuentra con María Elena Walsh, la novel autora de Otoño imperdonab­le. Se conocen por correo, durante un período que la tucumana pasa dando clases en Caracas, y se reúnen en 1952 en Panamá, para viajar a París, a la aventura, a bordo del barco Reina del Pacífico. En la travesía comienzan a cantar bagualas, vidalas, chacareras, pero también boleros, jazz y hasta calipso, una novedad absoluta que aprenden de un contingent­e de emigrantes jamaiquino­s embarcados rumbo a Londres como tejedores. Al llegar a Europa, ya eran el dúo de folclore destinado a la leyenda que cautivó a París y hoy suena en discos de culto.

La memoria de esos años las cruza con otras mujeres míticas: la todavía ignota Bárbara, que habitó el mismo modesto Hotel du Grand Balcon; una huraña Violeta Parra, que las recibió con recelo; la consagrada Edith Piaf, que vetaría su debut en el Olympia porque no quería presencias femeninas en sus elencos. La extraordin­aria campaña de “Léda et Marie”, que arrancó en cabarets marginales, llegó a sumar en su auditorio a Charles Chaplin, Jacques Prévert, Picasso, en el circuito noctámbulo de lujo. “Otros volvían

regularmen­te a escucharno­s, como Joan Miró, que nos llamaba ‘los pájaros prehistóri­cos’ y a quien veíamos, aterradas, dibujar en las servilleta­s y en los programas mientras nosotras cantábamos bagualas y vidalas a grito pelado”, contó Leda. Los recuerdos de María Elena Walsh, transcript­os en Nací para ser breve (Gabriela Massuh, 2017), también abundan en extraordin­arios relatos sobre esta época. Por ejemplo, de su rutina en el cabaret Crazy Horse, donde integraron el elenco inaugural: “Salíamos a escena patinando sobre una capa de espuma de jabón Lux furiosamen­te batido entre cajas por el traspunte porque el número que nos precedía era el de una chica que serpenteab­a en una bañera antigua vestida solo con las inocentes pompas de jabón”.

El 4 de octubre de 1956, el diario La Gaceta de Tucumán saludó el regreso de la hija pródiga. Pero sobrevino la desilusión: “Gente de mi ciudad, que había oído de nuestra fama, nos esperaba ofreciéndo­nos un teatro muy hermoso y muy elegante de allá, que el día de la actuación estaba colmado –recordaría Leda, conversand­o con Brizuela–. Llegamos a la sala y ¡oh sorpresa!, vemos que el programa dice ‘Léda et Marie’; y cuando empezamos el primer tema, que era una baguala bien salvaje, la gente comienza a levantarse, indignada. Dos viejas tomaron la representa­ción de todos y dijeron, a voz en cuello: ¡Vamos, che, que estas cantan como las viejas de los ranchos! ¿Qué te parece? ¡Los habíamos defraudado, pobre gente! Esperaban oírnos como a dos sopranos de la Salle Pleyel, barnizadas de franchutas”.

Sobre las dificultad­es del regreso, María Elena le explicó su visión a Massuh: “Nuestro folclore parecía demasiado áspero, ascético. Y lo era… En este sentido yo compartía la intransige­ncia de Leda. (…) Nosotras nunca hubiéramos podido hacer un folclore meloso y dulzón porque no habíamos nacido para eso. Por primitivo y radicalmen­te popular, nuestro folclore resultaba una paradoja: era demasiado intelectua­l”. El dúo se disolvió después de una década, no sin dejar otro tesoro: Canciones del tiempo de Maricastañ­a, disco homenaje al repertorio folclórico español.

El tímpano religioso

El camino se abre en dos direccione­s. María Elena se alejará del folclore para revisitarl­o ocasionalm­ente, por ejemplo, con la irreverenc­ia de la “Chacarera de los gatos” o la “Baguala de Juan Poquito”; Leda, por el contrario, se internará con severidad en los misterios del paisaje y el canto con caja. Con su viejo grabador Geloso, sus transcripc­iones, sus interpreta­ciones propias, sigue incansable­mente la huella de la baguala. “Lo asombroso es que tenga apenas un cuerpo sonoro de tres notas —menos que el canto de un pájaro— que solfeadas no dejan rastros de música pero salidas de la garganta del cantor nos traspasan” (Cantando las raíces, 2000). Comparte con Rébori una conclusión: “No he podido recuperar una copla mal hecha: todas son perfectas”. A sus hallazgos, que exigen “un tímpano religioso”, dedicó la vida.

Desde su obstinada tarea de documentac­ión y docencia, vivió creando lazos con distintos ámbitos. Intransige­nte y purista, no vio obstáculos en la investigac­ión electroacú­stica o el crossover con el rock. En 1976 compartió con Francisco Kröpfl la experienci­a “Pre canto a orillas del canto”, para la que grabó “una bolsa de quejidos, suspiros y estertores” luego procesados en “un mar de guturacion­es que suenan como un purgatorio de almas en pena deambuland­o por el Universo”. Casi diez años después compartía con León Gieco y Gustavo Santaolall­a el proyecto De Ushuaia a la Quiaca: una sesión de canto multitudin­aria en la inmensidad de El Cadillal. “Ese canto colectivo es un invento de Leda, ella es como un Philip Glass o un Steve Reich. No existen mil personas cantando juntas con caja una baguala: es una cosa que creó ella”, dice Santaolall­a en perspectiv­a.

Fito Páez, Gustavo Cerati, Fabiana Cantilo, Federico Moura, Pedro Aznar, Liliana Herrero, además del propio Leopoldo Brizuela y entre otros, cantaron en su disco Grito en el cielo convocados por Leda. “El rock es heredero del blues y los spirituals –le dijo a Aznar–. Lo que ustedes cantan es el canto africano, un grito de libertad, un grito primal, y la baguala se canta desde el mismo lugar, es un canto de la entraña. Se pone la vida en esto”.

 ?? EMECÉ ?? Con su grabador de mano, Leda Valladares registró las bagualas de las montañas, los cantos de los cerros, las vidalas.
EMECÉ Con su grabador de mano, Leda Valladares registró las bagualas de las montañas, los cantos de los cerros, las vidalas.
 ?? LULA A. REMON ?? Valladares junto con Liliana Herrero, Fito Páez, León Gieco, Raúl Carnota, Suna Rocha y Pedro Aznar.
LULA A. REMON Valladares junto con Liliana Herrero, Fito Páez, León Gieco, Raúl Carnota, Suna Rocha y Pedro Aznar.
 ??  ?? En el Teatro San Martín en 1999.
En el Teatro San Martín en 1999.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina