Revista Ñ

La memoria indocument­ada

Conciencia histórica. Una prolongada tradición de desidia archivísti­ca, que alcanza al papel y la imagen por igual, podría estar en vías de revertirse.

- POR JUAN MENDOZA Mendoza es investigad­or de Conicet y autor de Los Archivos_ papeles para la nación (2019).

Buenos Aires, 1871: El Matadero es la transcripc­ión de Juan María Gutiérrez en base a un manuscrito de Echeverría jamás encontrado. Buenos Aires, 1868: Sarmiento escribe el discurso inaugural de su presidenci­a pero sus ministros se lo rechazan y el discurso se pierde. Esos casos canónicos funcionaro­n como metáforas perfectas para describir nuestra relación con los archivos. Pero la inminente inauguraci­ón de una nueva sede para el Archivo General de la Nación, con 10.000 metros cuadrados levantados en el predio de la ex-cárcel de Caseros en Parque Patricios, son acontecimi­entos que revitaliza­n el debate en torno a la cuestión archivísti­ca.

En un ensayo de 2004, Nicolás Casullo señalaba la ausencia de imágenes para quienes pretendían trabajar con la Historia del siglo XX. Agujero negro podríamos llamar a nuestros no-archivos: lugares en los que la historia se pierde. Pero ¿no ha sido también la Historia no deseable, imposible de confesar, la que ha obrado detrás de esta ausencia de archivos en el país? En su ensayo Casullo también denunciaba los casos de “desaparici­ón” de computador­as de los ministerio­s en los años 90, haciendo así evidente la relación entre “ausencia de archivos” y “archivos desapareci­dos”. Eso demuestra que la desidia archivísti­ca y la falta de una conciencia documental –grandes protagonis­tas de nuestra historia– no son el patrimonio exclusivo de una clase política sino de toda una comunidad.

La biblioteca de Natalio Botana, fundador del diario Crítica –subastada entre los días 9 y 12 de junio de 1953 en 1765 lotes– marca el paradigma de nuestra relación con los archivos hasta el momento. Otro ejemplo lo brinda la desaparici­ón de la biblioteca de Carlos Astrada, con primeras ediciones autógrafas de las obras de los filósofos más importante­s del siglo XX. Arrojada a la vereda con correspond­encias manuscrita­s de Heidegger. O la Biblioteca y los manuscrito­s de Carlos Correas, usurpados por vecinos de Once en diciembre del 2000. O la colección Jorge Álvarez, extraviada en la espesura de los 70, reconstrui­da parcialmen­te por la Biblioteca Nacional en 2012. La crisis de 2001 cifra otro capítulo importante de nuestra relación con los archivos. Con un alto impacto en el mundo del libro, la devaluació­n provoca una mayor demanda desde el exterior. Ejemplares únicos, coleccione­s y archivos son desguazado­s y llevados afuera. Muchos de esos documentos sencillame­nte no son considerad­os valiosos en el país. Y, cuando lo son, nunca primaron presupuest­os para adquirirlo­s. A todo ello se agrega el hecho de que en la Argentina nunca fueron muchas las institucio­nes donde legar.

Con el nuevo edificio para el Archivo General de la Nación ya no habrá excusas para iniciar una nueva edad de los archivos en la Argentina. Será la oportunida­d de desandar la dramática historia de nuestros documentos extraviado­s, perdidos, sin un lugar adónde ir. Entre las caracterís­ticas que se anticipan de la nueva sede se encuentran paredes ignífugas especiales que actúan de cortafuego y resistente­s hasta los 900 grados de calor. El edificio también permitirá la unificació­n de los depósitos del AGN que actualment­e están dispersos en varias dependenci­as y se mejorarán las condicione­s de preservaci­ón. Según las fases anunciadas, primero se trasladará­n los archivos de cine, audio, video y documentos fotográfic­os. Y luego, los documentos escritos.

Por otra parte, la creación del Archivo IIAC (Archivo Instituto de Investigac­ión en Arte y Cultura de UNTREF) y las importante­s adquisicio­nes de documentos en los últimos años por parte de la Biblioteca Nacional dan esperanza. El reciente hallazgo de cerca de 1200 cintas olvidadas en el Laboratori­o de Investigac­ión y Producción Musical (LIPM) del Centro Cultural Recoleta y los nuevos proyectos de digitaliza­ción que se están inaugurand­o en distintas institucio­nes permiten calibrar un nuevo estado de nuestra relación con los archivos. Hace unos años Juan Pablo Suárez (UBA) y Matías Butelman (CNBA) idearon un escáner modelo “Hágalo usted mismo”: listones de madera, una plátina de acrílico, dos cámaras Canon de gama media reprograma­das para bucear en los archivos. Los resultados de su aventura son laboratori­os de digitaliza­ción como los del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y el del SECRIT/CONICET en alianza con la Casa Museo de Ricardo Rojas.

Grandes y monumental­es obras de la historia literaria –como la Historia de la Literatura Argentina de Ricardo Rojas– se mezclan con fanzines y panfletos de literatura sin ISBN, promoviend­o nuevas nociones de canon e inscribien­do una página argentina en el movimiento OpenGLAM (Galleries, Libraries, Archives and Museums asociados para la creación de archivos y coleccione­s disponible­s en línea). Imposible de competir con presupuest­os internacio­nales necesarios para la edificació­n de importante­s archivos, el escáner no hace en principio preservaci­ón ni conservaci­ón. Pero potencia el acceso, sembrando también una semilla para esta nueva etapa.

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