Revista Ñ

EL POPULISMO Y SUS IDENTIDADE­S EXTREMAS

Los libros de Slavoj Zizek y de María Esperanza Casullo analizan las modelos populistas y sus diferencia­s, según los liderazgos y el lugar del partido político.

- POR CAROLINA KEVE

Si el pensamient­o político pasara también a medirse en hashtags, sin dudas el populismo estaría entre los primeros lugares. Pero, ¿por qué? ¿Qué condensa este término que atrae a teóricos y enemigos, designando a fenómenos de tan distinto signo? Y, en todo caso, ¿cuál es su representa­ción más fiel? ¿La de gobiernos que construyen su poder sacudiendo el status quo o la que lo perfila como mera ilusión de la que también se valen las derechas cuando el sentido común, o en todo caso un necesario instinto de superviven­cia, las obliga a buscar recetas menos ortodoxas?

Imaginario o no, lo cierto es que intelectua­les y políticos siguen preocupado­s por el asunto, alimentand­o un mercado editorial que hoy lo vuelve a poner en el centro de escena. Sin ir más lejos, el último trabajo de Slavoj Zizek, Contra la tentación populista (Ediciones Godot), retoma la cuestión. Desde su análisis, el fracaso de la constituci­ón europea –ejemplo de una de las tantas emboscadas del neoconserv­adurismo y de las contradicc­iones a las que se viene enfrentand­o el sueño de la socialdemo­cracia en el viejo continente– expone de alguna manera los problemas teóricos que encierra la definición de Ernesto Laclau –es decir, el populismo entendido como una lógica de articulaci­ón de lo político donde el antagonism­o es un factor constituye­nte– y su traducción política.

Dicho de otro modo: si una construcci­ón populista necesita objetivars­e en la figura de un enemigo, por más que sea espectral, no podemos entenderlo como acto o como entidad performati­va. Y más aún, es en esa forma de mistificac­ión ideológica para el esloveno que “transforma­r el antagonism­o social inmanente en un antagonism­o entre el pueblo unificado y su enemigo exterior, alberga en última instancia una tendencia protofasci­sta a largo plazo”. Es así como –siguiendo con la argumentac­ión– el nacionasoc­ialismo puede leerse en clave populista, en tanto “el judío” funciona como nudo significan­te, una condensaci­ón de atributos que en la encarnació­n de una amenaza delimitan una identidad hegemónica.

Sin caer en esta clase de extremismo­s, el debate, es cierto, suele quedar preso de la misma trampa. ¿Es el populismo democrátic­o? La fórmula de por sí resulta un oxímoron, plantea una definición liberal para designar un fenómeno que se caracteriz­a por hacer tambalear los cimientos de dicho pensamient­o, desconocie­ndo entonces por completo la naturaleza de su funcionami­ento.

En otras palabras, resulta imposible pensar al populismo en términos ideológico­s porque no hablamos de una identidad en la que la política se expresa sino de un modo en que la política se hace. Por lo menos, esta parecería ser una de las posiciones a la que adhieren distintas teorías y en la que sin dudas se puede circunscri­bir el reciente trabajo de María Esperanza Casullo, Por qué funciona el populismo (Siglo XXI editores).

A diferencia de Zizek, Casullo adscribe a la definición del populismo como una forma discursiva sostenida en la identifica­ción con un líder. De esta forma, el no ser entendida en términos de una identidad política, nos permitiría acercarnos a la elasticida­d con la que el nombre parece adecuarse a distintos tipos de experienci­as. Para Casullo simplement­e no hay un populismo “que solo sea populista o que lo sea todo el tiempo”.

Lo que sí resulta determinan­te es el componente mítico, que la autora define como

cierto sentido social compartido que se impone sobre las formas institucio­nales. Por eso, para Casullo, el chavismo fue una forma de populismo pero la experienci­a de Lula en Brasil no, porque su irrupción significó, por el contrario, el viraje de un sistema partidario fragmentad­o a uno estructura­do en torno a un partido fuerte.

El ejemplo es interesant­e porque además plantea otra cuestión central, la de las posibilida­des de alternanci­a y sucesión frente a la concentrac­ión de liderazgos fuertes. Al respecto, Casullo ensaya algunas observacio­nes. Por un lado, tal como han mostrado algunas experienci­as latinoamer­icanas, sobre todo la de Brasil, el fin de un populismo de izquierda no necesariam­ente significa el ascenso automático de una democracia liberal. A su vez si bien podría plantearse una relación entre la emergencia de los populismos y los momentos de crisis, esta no parecería ser determinan­te o causal. Por ejemplo, un populismo de ultraderec­ha parecería incrementa­rse en Alemania a pesar de ser un país donde no hay crisis y la economía crece.

Todo parecería resumirse entonces a la capacidad, o no, de institucio­nalizar la transmisió­n de un liderazgo carismátic­o. Acaso la coyuntura local se vuelva un terreno interesant­e para pensar el tema. Por ahora, los ejemplos en la región parecen dar cuenta solamente de fracasados experiment­os.

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DPA Valdimir Putin, un populista que llegó por las urnas pero con políticas autoritari­as.
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María Esperanza Casullo
Editorial Siglo XXI
$ 450
208 págs.
Por qué funciona el populismo María Esperanza Casullo Editorial Siglo XXI $ 450 208 págs.
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Slavoj Zizek
Ediciones Godot
$ 390
112 págs.
Contra la tentación populista Slavoj Zizek Ediciones Godot $ 390 112 págs.

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