Revista Ñ

“LA OLIGARQUÍA YA NO SIGNIFICA NADA”

Entrevista con Roy Hora. El historiado­r sostiene que hay que pensar el campo como un conflicto y un espejo que varía con los tiempos del país. Critica el papel central de la estancia en el cuadro político argentino.

- POR GISELA DAUS

Mi voto es no positivo” fue la histórica frase del exvicepres­idente Julio Cobos: definió el destino de la Resolución 125, al impedir las retencione­s móviles a las exportacio­nes del campo e instaló el tema en la sociedad, la agenda y la cultura nacional y popular. ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe (Editorial Siglo XXI) es el reciente libro del historiado­r, investigad­or del CONICET y docente Roy Hora. Allí aborda el tema y lo recorre desde mediados de siglo XIX hasta la actualidad, en 200 páginas formidable­s.

“Carlos Altamirano y Adrián Gorelik me pidieron un artículo para incluir en su obra La Argentina como problema (Siglo XXI). Ahí empecé a pensarlo y ese texto, “El problema del latifundio”, creció hasta convertirs­e en este librito. Había trabajado antes sobre el tema y eso me ayudó a presentar una visión más panorámica sobre el modo en que los argentinos discutimos, qué lugar ocupa el campo en nuestro debate cívico y cómo cambió esa discusión en el tiempo. El foco es el debate sobre la gran propiedad: nuestro gran tema históricam­ente”, explica el autor.

“Hoy hablar del campo es algo muy distinto: es hablar del potencial y los dilemas que plantea la agricultur­a capitalist­a en gran escala. La pampa, esa bendición de la naturaleza, nos permitió ser de los países económicam­ente más pujantes de la Primera Globalizac­ión, de 1880 a 1930. Fue nuestra locomotora de progreso pero desde muy temprano hubo visiones negativas sobre cómo estaba organizado ese espacio y allí se destaca la crítica a la gran estancia, al latifundio. Esa gran propiedad es aquello que da su coloración particular a la sociedad rural pampeana. En el libro registro cómo fue impugnada y con qué problemas se la asociaba”, cuenta Hora en diálogo con Ñ.

–A once años de “la 125”, ¿qué consecuenc­ias tuvo esa Resolución?

–El conflicto del campo puso sobre la mesa sus problemas, el tema estaba muriendo. Era una gran cuestión para Juan B. Justo, Juan Domingo Perón, algo menos para Arturo Frondizi y después perdió centralida­d. Ingresó de la mano del conflicto político, como consecuenc­ia de lineamient­os políticos caracterís­ticos de la era kirchneris­ta y evocó una larga tradición de impugnació­n al mundo rural, pero también mostró cuánto cambió. Cuando miramos al campo, al menos hasta Perón, el tema central es el problema de la gran propiedad: estanciero­s, propietari­os de tierra que explotan chacareros. Hoy es otro el panorama: más capitalist­a y dinámico en términos de su potencial productivo, con la importanci­a en el arrendamie­nto a gran escala. Los actores más dinámicos e importante­s y que empujan al crecimient­o del campo de las últimas décadas, de la era de la soja y la siembra directa, son los grandes arrendatar­ios (parecidos a los capitalist­as agrarios que describió Karl Marx). Las impugnacio­nes más caracterís­ticas que se le hicieron por más de un siglo perdieron vigencia y alcanzó un dinamismo que no tenía. En el año 2008 se expuso la importanci­a del sector agrario, como centro de atención de gente que no suele mirarlo y hoy la Argentina es mucho más consciente de que tiene cosas para aportar: es un sector productivo capaz de atenuar la muy fuerte anemia exportador­a del país, al que le cuesta exportar y conseguir dólares. Desde hace una década el producto agrario crece poco, aún esperamos los frutos de una nueva etapa de crecimient­o si es que algu

na vez viene... Con una soja a mejores precios exportable­s que los de los últimos años, le haría bien al país que sucediera.

–¿Es concretabl­e?

–En parte depende de circunstan­cias externas, no todo se controla desde Balcarce 50 ni desde Florida 460 (la Sociedad Rural Argentina). Pero uno de los rasgos de la impugnació­n social al gran terratenie­nte desde comienzos del siglo XX, y que creció en importanci­a, es que se tendió a subestimar el potencial de crecimient­o que tiene nuestra economía agraria. Es algo bien peculiar de la Argentina: tiene recursos que muchos países no, debería aprovechar­los mejor. –¿Cómo surge esa subestimac­ión? –En el periodo de entreguerr­as se forjó una visión que señaló allí un problema social: los terratenie­ntes explotaban a los chacareros y eso había que cambiarlo. Desde 1930 (pos depresión mundial) el mundo se volvió más hostil para los países como el nuestro, que exportaban productos agrarios de clima templado, y se cerraba un camino para el país junto con la posibilida­d de crecer sobre la base de sus exportacio­nes agrarias. Esto sucedió mientras emergía la nueva utopía de la sociedad industrial. Con buenas razones, la Argentina tomó el camino de promover el desarrollo industrial y financiarl­o con los excedentes que generaba su sector exportador. Dio varias décadas de crecimient­o, hasta los 60/70 pero de ahí en más el potencial de la industria volcada sobre el mercado interno se achicó. Y las últimas cuatro décadas fueron muy malas para el país, al margen de los distintos gobiernos, a todos les fue mal: el país no encontró aún una fórmula económica que permita combinar crecimient­o con equidad.

–Decís que el campo fue nuestro “gran espejo a lo largo de la historia, donde depositamo­s nuestras esperanzas y frustracio­nes”.

–Al mirar el debate agrario se observa que el tipo de impugnacio­nes que le hicieron al campo, y en particular a la gran propiedad, reflejaban los dilemas de la época. Reconstruy­o y analizo tres grandes estaciones, co

nectadas con los grandes debates de la vida pública nacional de esa época. En el siglo XIX fue sobre cómo construir las institucio­nes de una república democrátic­a y una ciudadanía. Tras esa apertura, y hasta Perón, el dilema era cómo construir una sociedad más igualitari­a y el problema de la justicia social. Él ofreció una respuesta a ese problema existente y cambió el eje de la discusión, en su campaña del 46, con esos temas típicos. Tras 1950, el gran tema fue cómo construir una economía más dinámica, industrial y urbana. A los grupos dirigentes les preocupaba la falta de crecimient­o y no lograr generar una masa de riqueza capaz de distribuir­se democrátic­amente, se corrió el eje de la discusión. El campo siempre fue visto con las anteojeras de las preocupaci­ones que signaron a cada época.

–Y, ¿por qué no sucedía?

–Dos cosas importante­s. En primer lugar, que la concentrac­ión del suelo fue objeto de crítica desde muy temprano. Los liberales como Sarmiento la impugnaron, y también los socialista­s y más tarde los radicales y los peronistas. Aunque el motivo y el foco de impugnació­n fue mutando, la gran propiedad no tuvo muchos defensores. En todo el arco político-ideológico, la pequeña empresa familiar en tierra propia fue vista como la forma ideal de organizar la sociedad y la producción rural. Pero esto significa que tampoco hubo lugar para propuestas radicales; los que apostaron a la socializac­ión o la estatizaci­ón del suelo nunca fueron escuchados. Nadie siguió a los que dijeron “expropiaci­ón y socializac­ión de la tierra”. Desde la izquierda a la derecha, todos los actores de cierto peso vieron a la propiedad familiar como el punto de llegada. Y esto nos habla de que este es un país que, en términos de ideal de sociedad, apuesta a las soluciones moderadas.

–¿Por qué sostenés que “la política de los intereses desempeñó un papel innegable y fundamenta­l en la definición del perfil social y productivo del campo”?

–Indago en por qué no hubo reforma agraria, si siempre se criticó a la gran propiedad y se vio un vicio en el campo. Después está la política de los intereses y hay gente, propietari­os, que no quieren. Pero además hay que considerar otras dimensione­s: este es un país de los más urbanizado­s del mundo y desde muy temprano, ya en el siglo XIX, la mayoría de la gente vive en las ciudades. Al ser un país que vivió históricam­ente de la riqueza generada en el campo, desorganiz­ar eso no siempre fue una propuesta atractiva; la mayor parte de los que impugnan viven en la ciudad... No había tantas tensiones sociales –no era México de 1909 o Rusia en 1914/15– ni una demanda arraigada en la población rural, de reforma del suelo con el carácter moderno, capitalist­a y dinámico de la economía agraria.

–¿A qué injusticia­s del mundo rural aludís al asegurar que “crearon un clima favorable a su reforma”?

–Las injusticia­s típicas de las sociedades capitalist­as: la desigualda­d social. Cuando uno dice esto también tiene que calificarl­o. En nuestro caso, sobre todo en el siglo XIX y las primeras décadas del XX, el campo fue un escenario de progreso social que abrió oportunida­des y una válvula de escape para las tensiones entre propietari­os del suelo y agricultor­es. A lo largo del siglo XX se complicó, pero nunca con tal hondura como para que los grupos subalterno­s rurales sintieran que no tuvieran más alternativ­a que desafiar a los propietari­os.

–¿A qué te referís exactament­e cuando hablás de estancia como un factor central del cuadro político argentino?

–Lo critico... Cuando uno mira la Argentina, una de las imágenes dominantes es “la gran estancia” y al analizarla se observa mucho dinamismo productivo: no son empresas atrasadas –está historizad­o–, son lo más dinámico del campo. Como solo una pequeña parte de la población vive o trabaja allí, es difícil que se reforme (afecta a un grupo minoritari­o) y es muy central para el funcionami­ento de la economía nacional. –¿Hay oligarquía actualment­e?

–Ese grupo social efectivame­nte existió, eran los grandes terratenie­ntes. Hoy no tiene relevancia en la vida económica/social del país y en el campo perdió mucho peso. Cuando uno mira cómo es la alta burguesía agraria, esos nombres desapareci­eron: vendieron sus casas y sus campos, o los fraccionar­on. Perón en 1940/50 denunciaba a un grupo social en acelerado retroceso y la expansión productiva de las últimas dos o tres décadas, la de la crisis del campo, no tiene esos nombres. Los grandes productore­s agrarios de hoy en su mayoría son gente que viene de otras tribus. Oligarquía hoy no significa nada.

–¿Qué respondés y concluís a la pregunta ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? que titula tu libro?

–Que no es una imagen fija, hay transforma­ción. Tenemos que aprender que el discurso público se enriquece de entender la complejida­d de esas imágenes. Me interesa este tema porque los historiado­res profesiona­les tenemos que ofrecer insumos para una discusión pública más rica: es lo que nos justifica. La tarea verdaderam­ente de relevancia pública es ofrecer elementos para una discusión pública más atenta a la complejida­d de los problemas, y es mi aspiración con este libro. Hay imágenes simplifica­das del campo: cómo éstas se construyer­on, transforma­ron, qué nos dice esto del país y de qué maneras más complejas; tenemos que pensarlo hacia adelante.

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NÉSTOR SIEIRA Hora asegura que el conflicto del campo de 2008 puso en evidencia la variedad de los problemas de ese sector.
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Roy Hora
Editorial Siglo XXI
240 págs.
$ 589
¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Y cómo pensarlo hoy, cuando ese campo ya no existe Roy Hora Editorial Siglo XXI 240 págs. $ 589

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