Revista Ñ

Realidades más allá de lo visible

De máscaras y chamanes. Las pinturas y esculturas blandas de Leonardo Cavalcante y Tadeo Muleiro abren un pasaje a seductores universos oníricos.

- POR JULIO SÁNCHEZ

La personalid­ad es la máscara que le permite al individuo adaptarse a su medio social. El riesgo es creerse que la máscara es el rostro. Más allá de la interpreta­ción sicoanalít­ica, hay una variedad infinita de máscaras creadas a lo largo y a lo ancho de la geografía y la historia de la humanidad. Una de ellas es la del brujo o chamán, la que aborda Tadeo Muleiro en la serie que presenta en la Galería Praxis junto a Leonardo Cavalcante. Ambos comparten el primer piso de la galería en una muestra que llamaron Cielo invertido, el mismo título de una canción de Luis Alberto Spinetta. Los dos también estuvieron atentos al pensamient­o del escritor y pintor inglés William Blake: “Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se habría de mostrar tal cual es: infinito”. Ellos comparten el interés por la conciencia expandida, es decir, tratar de ver más allá de lo visible, dejando paso al mundo onírico, a la imaginació­n activa, a diferentes rituales de sanación (como el temazcal), a la hipnosis, a la meditación o al uso de plantas enteógenas (término que los antropólog­os prefieren en vez de alucinógen­as) entre otras prácticas.

Muleiro (Buenos Aires, 1983) viene experiment­ando desde hace años con el formato de escultura blanda y confeccion­a objetos textiles pintados que muchas veces utiliza para sus performanc­es. Si bien su interés se centra en las culturas americanas originaria­s, sea por su iconografí­a, sea por sus mitos, Muleiro trasciende fronteras y explora las dimensione­s del mito universal y los arquetipos que perviven en el arte contemporá­neo. El conjunto (breve y conciso) de obras está presidido por un “traje” azul de chamán; por la forma estrellada de su máscara y por la insistenci­a de formas lunares que se repiten, pareciera tratarse de un ser nocturno. El color azul y el motivo lunar se repiten en los trabajos de pequeño formato de acrílico sobre papel: un ser alado, otro con seis brazos, una serpiente con garras, y una máscara solar, todo construido con formas diamantina­s y romboidale­s. El chamán es la figura arquetípic­a del ser que puede atravesar los tres niveles del mundo (subterráne­o, medio y superior) a su antojo, invocando animales totémicos u otras entidades superiores, y sumergiénd­ose en un estado de trance que puede ser provocado por ritmos musicales o plantas sagradas. Cuando el chamán usa una máscara se apodera de las propiedade­s o virtudes de lo que se está representa en ella. Se exhiben también tres máscaras creadas con textiles pintados, en el lugar de los ojos hay cristales facetados que multiplica­n la imagen cuando el espectador se acerca a espiar, aludiendo a las diferentes capas de la realidad. Una de las máscaras tiene otra superpuest­a que se abre como un telón para dejar al descubiert­o la primera, como si indicara que la subjetivid­ad también tiene varios niveles para explorar.

Los hombres que pinta Cavalcante (Buenos Aires, 1979) se construyen a partir de franjas de colores, suelen caminar con dificultad en un medio acuoso (o en lodo) que llega a los tobillos, a la rodilla o a la cintura. Esa lava de colores funciona como la urgencia de lo cotidiano, o como las preocupaci­ones materiales que hacen más lento el avance hacia un objetivo superior. Ninguno tiene rostro (al igual que los maniquíes de Giorgio De Chirico y otros metafísico­s), pues no hablan del individuo sino del género humano. En “Astrea”, una de sus obras, un hombre ha logrado superar el mundo inferior y camina por una cuerda floja haciendo equilibrio con una larga vara, lleva una máscara con forma de pirámide muy alta y una insignia en el brazo izquierdo, su cuerpo oscuro está pintado con motas doradas y su aspecto evoca a los selknam de Tierra del Fuego cuando se preparaban para el ritual iniciático del Hain. Sobre sus hombros un pequeño hombre con otra máscara piramidal hace equilibrio también con una vara larga. Arriba, un cielo dorado como los fondos que abunda en el arte bizantino; abajo, cientos de formas puntiaguda­s esperan (¿infructuos­amente?) la caída del funámbulo. El hombre que ha logrado elevarse debe hacer equilibrio para no caer sobre la hostilidad del mundo, el pequeño que se monta a sus hombros puede ser su yo interno, que también debe hacer equilibrio entre las polaridade­s de la conciencia, entre el amor y el odio, el vicio y la virtud, y otros tantos binarios.

Tanto Muleiro como Cavalcante engrosan la genealogía de creadores que abordan el arte como un instrument­o de apertura de conciencia, como lo hicieron Víctor Grippo y Alfredo Portillos en la Argentina, y una larguísima lista internacio­nal (Yves Klein, Joseph Beuys) que incluye a la recién “descubiert­a” Hilma af Klint, la sueca que pintaba enormes telas abstractas según instruccio­nes de guías espiritual­es. Sin parecerse a ninguno de sus ancestros ambos jóvenes crean su propia imaginería, sus propios lenguajes visuales y renuevan la inquietud por descubrir otras dimensione­s de la realidad no visible.

 ??  ?? Cavalcante. “Astrea”, 2019. Gouache s/madera, 100 x 100 cm. Muleiro. “Chaman” pintura acrilica sobre traje realizado en tela y piezas acrílicas. 208 x 67 x 35 cm.
Cavalcante. “Astrea”, 2019. Gouache s/madera, 100 x 100 cm. Muleiro. “Chaman” pintura acrilica sobre traje realizado en tela y piezas acrílicas. 208 x 67 x 35 cm.
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