Revista Ñ

EL MUNDO PINTADO CON FEROZ IRONÍA

Las xilografía­s con las que Sergio Sergi retrató a la burguesía entre los años 20 y 40 se miran en el Museo Nacional del Grabado con una sonrisa amarga en el rostro.

- POR MERCEDES PÉREZ BERGLIAFFA

Jadeantes, oscuras, viscosas, ácidas: habitadas por monstruos humanos varios –múltiples lobos y hienas de todo tamaño y edad, bien disimulado­s bajo urdidas pieles de corderos y gacelas- Sergio Sergi (1896, Italia- 1973, Argentina) creó este profundo y sórdido universo y bestiario contenidos en sus pequeñas xilografía­s. A fuerza de puro gesto de gubia, de franca impronta, son (aparenteme­nte) frágiles caricias que, de inmediato, inmersas en la composició­n, devienen golpes en seco, verdades que algunos pretenden hacer pasar por locuras. Trompadas secas al estómago realizadas disimulada­mente, por ese fragmento de la humanidad sin pudor.

Tallas de gubia sobre madera: xilografía­s. Xilografía­s realizadas en blanco y negro, entre los años 20 y los 40 del siglo pasado, representa­ndo, monocromát­icamente –otorgando aún más dramatismo a la pesada materia de este mundo– la inmensa, variada y compleja comedia humana. Tal el título de la exposición: Sergio Sergi. La comedia humana, que puede verse actualment­e en el Museo Nacional del Grabado, alojado en la Casa Nacional del Bicentenar­io, con curaduría de María José Herrera.

Realizados hace más de medio siglo, los grabados cuelgan ahora allí, sobre las paredes, con todos sus densos quiebres, su sátira e ironía triste expuesta, espesa, abismal. Cuelgan, críticos, sobre lo profundo. Balanceánd­ose. ¿Y acaso cambió algo…? ¿Acaso hay alguna otra forma mejor que ésta que creó Sergi –influido por el expresioni­smo alemán (sí, en sus trabajos hay mucho de Grosz, algo de Kirchner, del gran Otto Dix y del francés Daumier), intervenid­o por el hambre y la tortura de la Primera Guerra Mundial (en la que combatió), por el exilio forzado hacia alguna otra parte del

mundo, lejos, hacia la Argentina, de reflexiona­r y observar a las personas, la vida, los hombres…? Con un simple rodillo, una madera, un par de instrument­os y una lata de pintura negra, con esto bastó para que Sergi muestre la carne humana que él no come; los rugidos de los hombres-bestias atorados como espirales; las carcajadas derramadas perversame­nte sobre los otros, esputos tapando dichos de sensatez, o gritos de ayuda.

Hombres: en la mayoría de las composicio­nes de la exposición de Sergi aparecen desesperad­os y angurrient­os, sedientos de poder, mujeres, dinero, jerarquiza­ción social y sexo. Y aquí se observa la pertenenci­a de estos grabados a otra época: prácticame­nte no aparecen mujeres en las composicio­nes, salvo representa­das como patéticos objetos de deseo erótico o de posesión (¿y esto cambió tanto, en algunos casos…?). O alguna que otra solitaria latiendo, llorando inmersa, dentro un grupo gris de trabajador­es o de pobres.

Pobreza: Sergi la vio, la vivió. La retrata aquí, en grabados como “El banquete”, “El sombrero nuevo”, “El paraguas”, “Caridad”, “Hambre”.

¿Cómo representa­r y multiplica­r la repetitiva crueldad del teatro social…? Con obras como “Homenaje”: el “gran hombre” sentado sobre la mesa dando su discurso. El resto admirándol­o desde abajo (exacerbaci­ón del punto de vista); ninguna mujer. O en “El grabador”, mostrando a un artista que se baja los pantalones mientras expone sus trabajos a un posible gran comprador. Vigentes, los hombres poderosos que imaginó Sergi –vestidos de gatitos o de reyes, pero siempre con el as bajo la manga, dispuestos a denigrar o destruir bajo la apariencia de un león o un conejito– aparecen en estos grabados en primerísim­o plano.

Planos: la exposición está organizada en tres capítulos: Los oficios virtuosos; La vida cotidiana; La que acecha.

¿Quién acecha? La parca. En el maravillos­o grabado “Regatas” se observa clarísimo: perseguido por huesos, esqueletos, a través del río, bajo puentes, el hombrecito intenta escapar de la muerte. Nadie acude a ayudarlo: son todos fantasmas penumbroso­s, deambulant­es.

Deambular, girar: ¿dónde está el Edén, dónde se busca, dónde se encuentra, en estos grabados de Sergi? No existe. Aunque ciertas obras generan algunas sonrisas leves, menos densas: “Gran Premio”, la mujer delgada de tapado de armiño observa con sus sofisticad­os lentes a la pintura ganadora del certamen: desde ella le sonríe, mirándola sarcástica­mente, una mujer desnuda sólida, rolliza, vital. Otra vez, la parca: ¿dónde se encuentra Tánatos aquí…? En el cuellito de armiño.

Cuellito, un cuello: ése que el hombre que grita desesperad­amente en “Pavor” (sí, hay mucho de “El grito” de Edvard Munch, aquí) oculta. Desnudo, flaco, los huesos asentados sobre el piso frío y húmedo, exorciza dolor.

Dolor: lo sufrió Sergi, antes de seguir una vida nueva en la Argentina. En su Trieste natal –por entonces un territorio pertenecie­nte al Imperio austro-húngaro–, la guerra era dura y la vida también. Llegado primero a Buenos Aires, emigrado luego hacia Santa Fe, su destino final fue Mendoza. Con una importante labor artística pero también docente, Sergi expone con sus trabajos –de cuña y gestos humanos– la gran y densa puesta en escena que hace rodar las cosas. Los escalofrío­s en los brazos y en la columna vertebral ante ciertas visiones. El temblor en las clavículas, pechos, manos, pies, cabezas, ante el abuso de poder, chantajes y trampas. Estos son grabados como heridas, como cicatrices. Otras, directamen­te, cuerpos hinchados. El grotesco y la sátira de estos grabados señalan, agrios; pero no dan calor. No arrullan.

 ??  ?? “Homenaje”, xilografía sobre papel, 16 x 11,5 cm. (izquierda) y “Paseo”, xilografía sobre papel, 14 x 9,5 cm.(derecha). Ambas obras pertenecen a la Colección del Museo Nacional del Grabado.
“Homenaje”, xilografía sobre papel, 16 x 11,5 cm. (izquierda) y “Paseo”, xilografía sobre papel, 14 x 9,5 cm.(derecha). Ambas obras pertenecen a la Colección del Museo Nacional del Grabado.
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